Misión, sobrevivir: las historias de los maquis en la Jara toledana
Benito Díaz y José Ignacio Fernández han publicado "Mujeres y hombres de la sierra", un libro repleto de investigaciones e historias sobre el maquis en la Jara toledana y la Siberia extremeña
Los años posteriores a la Guerra Civil, la época del franquismo, no fueron unos tiempos fáciles para nadie. La resistencia antifranquista se organizaba para combatir de cualquier manera a la dictadura de Franco que acabó prolongándose durante 40 años. Las diferentes organizaciones guerrilleras y de resistencia al régimen franquista existentes en nuestro país, en cualquier expresión y en la mayoría de lugares, ha sido objeto de investigación y de diferentes trabajos historiográficos que siempre han tratado de relatar y contar qué fue lo que pasó.
Nada más terminar la Guerra Civil, muchos de los españoles del bando republicano tuvieron que desplazarse desde el lugar donde vivían a otras zonas, tanto dentro como fuera del país. El objetivo era vivir, escapar de la represión, tener una vida todo lo tranquila posible y mantener su libertad.
Benito Díaz, doctor en Historia Contemporánea y profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha y José Ignacio Fernández Ollero, doctor en Filología por la UCM y catedrático de la Escuela Oficial de Idiomas, acaban de publicar Mujeres y hombres de la Sierra, un extenso trabajo fruto de años de investigación, en el que narran algunos de los detalles de aquellas mujeres y aquellos hombres que tuvieron que huir a la sierra, en la zona de la Siberia extremeña y la Jara toledana, y que formaron parte, muchos de ellos, de la guerrilla antifranquista que se formó en aquellos lugares.
Son ellos quienes cuentan los detalles de aquellas personas que tuvieron que irse de sus lugares de origen para evitar la represión. Ocultarse en el monte es lo que tuvieron que hacer, escapar para sobrevivir y «mantener su dignidad», señala el propio Benito Díaz. Esto también pasó en la comarca toledana en la que se sitúan muchas de estas historias, en estos lugares en los que hubo guerrillas, maquis, enlaces y también -y sobre todo-, mujeres, protagonistas de muchas historias por su participación activa en la guerrilla, por sus ocupaciones, por sus quehaceres…
Un lugar: la Jara Toledana
En los alrededores de los Montes de Toledo, en la zona oeste, se sitúa esta comarca que ocupa el suroeste de la provincia toledana, que cuenta con una extensión de cerca de 2.000 kilómetros cuadrados. Allí, en los años posteriores a la Guerra Civil, en pleno franquismo, en unos años convulsos en los que aquellas personas del bando Republicano tuvieron que huir, también muchos de los habitantes de la comarca jareña tuvieron que irse a zonas escarpadas, recónditas y ocultas como bien podían ser la zona de Campillo-Aldeanueva de San Bartolomé o la Sierra de Altamira.
En los comienzos de la Guerra Civil, las zonas cacereñas de Guadalupe y Alía, cercanas a la Jara, estaban bajo el poder del régimen. Hasta allí se lanzaron diferentes ataques republicanos desde el Puerto de San Vicente que no tuvieron resultados definitivos. Según las investigaciones de ambos autores, las milicias republicanas de la zona de la Jara iniciaron su proceso de organización con el objetivo de reforzar los comités revolucionarios de los municipios que eran atacados por los rebeldes de la zona. Años más tarde, al final de la contienda, los soldados republicanos regresaron a sus lugares de origen, pero muchos fueron detenidos por las fuerzas franquistas.
[ze_summary text=»Tras la guerra, los afines al bando republicano huyen a la sierra para protegerse»]
Tras la guerra, los afines al bando republicano huyen a la sierra para protegerse[/ze_summary]
Desde marzo de 1939 comenzarían a refugiarse en zonas serranas muchos de los excombatientes del bando republicano. Querían salvaguardar su vida, vivir en libertad y escapar de la represión a la que se sometió a todos los «enemigos del régimen» franquista. Aquellos «huidos» se marcharon de sus pueblos para sobrevivir. Los familiares aseguraban su supervivencia, así como los numerosos enlaces que se establecieron en la comarca.
Cerca de allí se empezó a construir el pantano de Cijara. Las obras de este embalse tienen una característica importante, y es que allí empezó la organización obrera entorno a la zona de la Jara toledana. Numerosos fueron los trabajadores de esta comarca los que se desplazaron hasta allí a partir del año 1932, cuando el Gobierno de la II República se encargó de colocar la primera piedra de la obra. Los autores de este libro detallan cómo la construcción de este pantano, que se extendió hasta el año 1956, contempló el auge del movimiento obrero de la comarca.
[ze_image id=»194498″ caption=»Presa del pantano de Cijara en 1956. Foto: Cidex.org.» type=»break_limited» src=»http://ecmadm.encastillalamancha.es/wp-content/uploads/2017/08/presa-cijara-cons05.jpg» urlVideo=»» typeVideo=»» ]
«Las condiciones de vida de los obreros que comenzaron a llegar a la obra del Cijara eran tan precarias como en sus pueblos de origen», se puede leer en el libro. Unas condiciones que desencadenaron la creación de un fuerte movimiento sindical entorno a la construcción de este embalse que reunió no solo a obreros en las presas. Hasta allí acudieron muchas personas de ideología de izquierda que eran marginados -ya en el Franquismo- en sus pueblos de origen por su intervención a favor de la República.
[ze_summary text=»Junto al pantano, acabó formándose un poblado de trabajadores "sin divisiones sociales", algo realmente utópico»]
Junto al pantano, acabó formándose un poblado de trabajadores "sin divisiones sociales", algo realmente utópico[/ze_summary]
[ze_image id=»194499″ caption=»Pantano de Cijara en 2014. Foto: José Ignacio Fernández.» type=»break_limited» src=»http://ecmadm.encastillalamancha.es/wp-content/uploads/2017/08/índice.jpg» urlVideo=»» typeVideo=»» ]
Una mujer: «La Golondrina»
La historia de Elisa Paredes Aceituno, más conocida como «La Golondrina», merece mucha atención. Así nos lo cuenta uno de los autores del libro, Benito Díaz, quien nos habla de esta mujer que a los 17 años huyó de su localidad de origen. Era el año 1945 y «se fue con su hermano pequeño y su padre a la sierra», cuenta Díaz, ya que no tenía madre y tuvo que huir también para cuidar de los suyos. «Se van detrás del padre», cuenta el historiador. Este es uno de los denominadores comunes en tantas historias como la de «Golondrina», de mujeres que tuvieron que huir, que escaparon a la sierra para encontrarse con sus familias, para dedicarse también a los cuidados y, muchas de ellas, para acabar formando parte de las guerrillas que se formaron en estos lugares, aunque lo cierto es que eran minoría, conforme avanzan los autores en su libro. Aunque en este caso, José Ignacio Fernández, el otro autor del libro, nos cuenta que «Golondrina» no se llevaba especialmente bien con su padre, Práxedes Paredes.
Allí, «Golondrina», una vez se estableció en la sierra aneja a la Jara toledana, a la que huyó también con el objetivo de encontrar a su hermano mayor Germán, encontró al que sería su compañero sentimental con quien empezaría una relación: Carlos «Cuquillo». En febrero de 1945, el hermano de Golondrina, Germán, quien ya estaba enrolado en la partida liderada por «Quincoces», también conocido como «Lamío», se fue hasta la sierra de Gredos dentro de un grupo de maquis cacereños y toledanos. También hasta allí fueron tanto Elisa, como su padre y su hermano. El día a día de la familia no era fácil. Eran unos «huidos» que tenían que permanecer juntos y enfrentarse a las adversidades de cada jornada.
[ze_summary text=»"Golondrina", una de las mujeres que participó en la guerrilla de la zona toledana»]
"Golondrina", una de las mujeres que participó en la guerrilla de la zona toledana[/ze_summary]
Elisa se uniría más tarde en un grupo de mujeres guerrilleras de la zona de Alía, y también se movían por la zona de la Jara. Aquí fue cuando esta joven guerrillera se ganó el apodo de «golondrina», «que no era el mote familiar ni la feminización del de su pareja», como se explica en el libro. Con el uso de los sobrenombres se conseguía esconder una identidad que ni siquiera conocían la mayoría de enlaces, con tal de no delatar a otras personas o no descubrir afiliaciones.
Tanto el padre como el hermano de «Golondrina» acabaron entregándose a la Guardia Civil en 1945, ya que el pequeño de los Paredes tenía solo 9 años y ya había saltado a la sierra como «huido» del fascismo. El padre sintió que, al tener que hacerse cargo del hijo, sería desaprobado por el resto del grupo, por lo que volvió de la sierra. Tuvo que colaborar con la Guardia Civil para poder seguir adelante.
Las sierras extremeñas albergaron al mayor número de mujeres guerrilleras en nuestro país. Elisa comenzó en la partida de Quincoces y acabó en la partida de su compañero, «Cuquillo», donde coincidió con más compañeras. Al paso de los años, con el aumento de confidentes de la Guardia Civil y con la caída de muchos enlaces y guerrilleros, los maquis fueron decreciendo considerablemente, también en esta zona extremeña próxima a Toledo.
Finalmente la historia de Elisa y sus compañeros de partida se vio frustrada una noche de mayo de 1950. Muchos vecinos de las localidades toledanas que, en principio, se creía que podían ser personas de confianza, se habían convertido en informantes de la Guardia Civil. La vida de Elisa no había sido fácil, desde que salió de su pueblo en búsqueda de su hermano, quien más tarde fue conocido como «Comandante Arribas». Tras la deserción de su padre, ella continuó en la sierra hasta que su trayectoria guerrillera llegó al final.
[ze_image id=»194500″ caption=»Victoria Cita la primera mujer que salió a la sierra. Foto: J.I. Fernández.» type=»break_limited» src=»http://ecmadm.encastillalamancha.es/wp-content/uploads/2017/08/índice2.jpg» urlVideo=»» typeVideo=»» ]
Benito Díaz explica que las mujeres solo fueron consideradas en igualdad «durante la Segunda República» y nos cuenta que en años del franquismo no hay una base ideológica fuerte en las guerrilleras, sino más centrada en la protección y en salvar su vida. «Hay unos componentes afectivos en ello», explica Díaz, y muchas de las mujeres no participaron en acciones guerrilleras de la sierra, como las que se narran en este libro. Ellas se quedaban en la retaguardia e incluso, como expone Benito Díaz, «a veces ni siquiera conocían de qué manera estaba organizada la guerrilla». Para el historiador estas condiciones han llegado a ellos a través de relatos de propias mujeres que recordaban aquellos años en la sierra.
La vida en la sierra: «huidos» que pasaron a ser maquis
La supervivencia, tal y como se puede leer en este libro, no estaba asegurada para aquellas personas que detestaban la dictadura. La represión era una de las máximas del régimen y se ejercía a diario contra toda esa gente con otra ideología: «estaban organizados e ideologizados», cuenta Benito Díaz. Esas personas que «en cuanto tuvieron oportunidad, abandonaron la sierra», según explica el historiador, tuvieron que buscarse la vida durante años, aunque el final buscado era escapar del país y trasladarse a otros lugares donde hubiera democracia, derechos y libertades reconocidas.
Como nos cuentan ambos autores del libro, esto fue difícil ya que tras la contienda española llegó la II Guerra Mundial, por lo que no convenía huir de un lugar por motivos bélicos para trasladarse a otro en la misma circunstancia.
En los montes anejos a la zona de la Jara, donde fueron decenas las personas que, como Elisa «la Golondrina» y su familia, tuvieron que irse. Merece la pena fijarse en otro de los personajes más llamativos tanto para José Ignacio como para Benito, y lo es así por su historia, por sus características y por haber sido «un líder carismático», como cuenta Díaz. Jesús Gómez Recio era conocido como «Quincoces», pero también como «Lamío». Natural de «Aldeanovita» (Aldeanueva de San Bartolomé). Los autores del libro nos explican que él «es el verdadero impulsor» de la guerrilla en la zona de la Jara. Fue alcalde socialista de su pueblo en 1932 y dos años más tarde acabó trasladándose al poblado del pantano de Cijara para abrir un establecimiento.
Ya en 1940, tanto «Quincoces» como su hermano «Quijote», escaparon del pueblo tras haber sido acusados del fusilamiento de 31 personas de Alía. Más tarde acabarían formando junto a otros maquis la Agrupación Guerrillera del Ejército de Extremadura-Centro. «Las armas de las que disponían eran por lo general viejos fusiles y escopetas que conseguían en los asaltos a las labranzas, o que arrebataban a los guardas y cazadores», reza un párrafo de la investigación de ambos autores. «Quincoces» tuvo su propia partida, ataviada incluso con pieles y ropajos para el camuflaje. Secuestros, atracos y asaltos se sucedieron en los años posteriores por las partidas de la guerrilla en la sierra extremeña con un objetivo que iría deteriorándose con los años.
A la muerte de Hitler los maquis toledanos celebraron este acontecimiento con cánticos y bailes, según explican los historiadores, ya que creían que la intervención de los aliados para combatir al fascismo en España sería inminente, pero no fue así. La comunicación estaba «muy limitada» entre las diferentes partidas y agrupaciones guerrilleras, ya que «apenas había medios», explica Díaz: era como una especie «de reino de taifas», considera el historiador de la UCLM. En aquellos años todo pasaba por Madrid y escasa era la conexión con otros lugares, lo cual acabó deteriorando a las guerrillas, que también tuvieron que enfrentarse a las llamadas «contrapartidas»: grupos de guardias civiles y otros voluntarios que intentaban imitar a los guerrilleros para poder introducirse entre ellos y acabar deteniendo su acción.
Finalmente, muchos fueron los guerrilleros que, como Elisa, su hermano «Comandante Arribas», «Quijote», «Carlos» o el propio «Quincoces», encontraron la muerte tras su camino por conseguir evitar al régimen franquista. Tanto Benito Díaz como José Ignacio Fernández recalcan estas investigaciones por la «tradición oral» que llevan implicitas, por las entrevistas, las historias y las vivencias que les han sido relatadas durante años y por la necesidad de «recuperar la historia» de un territorio rural, como nos cuenta Juan Ignacio, para que se tenga en cuenta tanto el silencio que hubo, como el que hay «acerca de estas historias de represión».
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