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viernes, 22 de noviembre de 2024
Tirabas del hilo y al final siempre aparecía su nombre - 09 noviembre 2017 - Castilla-La Mancha
César del Río César del Río

Sergio Morate tenía todas las papeletas para permanecer durante muchos años en la cárcel. Y no porque ya existiera una condena moral, de bar, como suele ocurrir en España en muchas ocasiones, cuando se vende la piel del oso a precios desorbitados y ni siquiera se ha cazado la pieza. En este caso no. A Morate le ha condenado, fundamentalmente, que no ha esgrimido ni una sola excusa a su favor ni ha dado un solo motivo para dudar que no fue él. Si además las pruebas que había contra él eran más que contundentes, pues verdes las han segado. Y al final se pasará sus próximos 48 años en la cárcel. Que serán menos porque al final las leyes están para cumplirlas y seguro que en poco más de dos décadas saldrá a la calle. Que no se pudrirá dentro, vamos, como pedían los familiares de Marina Okarinska y Laura del Hoyo, y que muchos entendemos como reacción humana.

A Sergio Morate no se le ocurrió otra cosa que asesinar

A Morate no se le ocurrió otra cosa que asesinar aquel agosto de 2015. Como si tal cosa. Solo quienes han ejercido la muerte a conciencia saben lo que es eso, porque los demás ni nos lo podemos imaginar. Mató, escondió los cadáveres en unas pozas de una zona de difícil acceso y los cubrió con cal viva. Entran escalofríos solo de pensarlo. Y acto seguido se largó a Rumanía. Donde le pillaron y le trajeron de vuelta.


Desde entonces apenas ha hablado. Dejó un inmenso rastro de inoperancia, estulticia, necedad, autosuficiencia y sobradez tras de sí que no fue difícil descubrir que había sido él. Porque tirabas del hilo y al final siempre aparecía su nombre: Morate.

En el juicio hubo incluso testimonios tan esclarecedores como los de algún agente de policía al que le confesó, dato arriba dato abajo, lo que había hecho. Morate era carne de cárcel desde el primer momento por méritos propios y no ha hecho absolutamente nada para negarlo. Todo lo contrario, prefirió mantener silencio y no contestó ni a las preguntas de su abogado.

En el fondo, y en la superficie, sabía cuál iba a ser el desenlace: varias décadas de cárcel.

Cómo se jodió vida.

Pero, sobre todo, cómo acabó con la de dos jóvenes que se morían por vivir. A Morate no se le cruzaron los cables, no, sabía lo que hacía y cómo llevarlo a cabo. Pensó, pero sin inteligencia.

Mientras, sigue guardando silencio…

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