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23/04/2012junio 13th, 2017
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«Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir». Once palabras, menos caracteres que los pocos que se necesitan para que un tuit incendie las redes, forman el sermón más eficaz que he oído desde hace mucho tiempo.

¡Qué gran discurso!


A punto de ser crucificado por su inoportuna e irresponsable cacería en Botsuana, el Rey Juan Carlos volvió a escuchar al pueblo y sintonizar con los españoles brindándoles la excusa que necesitaban para perdonarle y darle una nueva oportunidad.

Me encuentro entre quienes piensan que este episodio ha abierto una grieta que no se podrá controlar, aunque está en manos de la Corona y la familia que la sustenta el tiempo que la herida tarde en gangrenarse definitivamente, que puede ser mucho.

Lo cierto es que el Sermón de las Once Palabras -parafraseando las últimas de Jesucristo en la Cruz que relata la Biblia- de momento ha servido para parar la gigantesca ola de malestar que amenazaba con apuntillar el prestigio y el cariño que Don Juan Carlos aún sigue suscitando entre los españoles al frente de una institución, la Monarquía, que sigue teniendo gran respaldo popular, aunque cede y especialmente entre los más jóvenes.

El perdón y el propósito de enmienda nos conmueven como personas. Y si los practica el jefe del Estado no dejan a nadie indiferente.

Y quizá la falta de práctica cuando toca pedir perdón y hacer propósito de enmienda esté detrás del descrédito que sufre la clase política entre los españoles.

Jamás se oyó a un político pedir una disculpa. 

Ni las más eficaces cortinas de humo ni las más numerosas legiones de dóciles periodistas podrán evitar que el pueblo juzgue a una clase política contemporánea que o no supo ver venir la crisis o no acertó a contenerla ni a evitar que la paguen los más débiles, mientras que los de siempre se van de rositas con sus impuestos a otra parte.

La idea generalizada de que entre ellos se protegen y de que en el fondo son todos iguales y van a lo mismo se extiende como la pólvora de la cacería de Botsuana.

La generalización es injusta, pero si persisten en sostenerla y no enmendarla…

En el error del Rey hay varias lecciones muy prácticas para la política, hoy en su momento más bajo, ninguneada por el poder del dinero (eso que llaman los mercados) y desprestigiada por el sentir del pueblo.

La primera conclusión que brinda el caso es que no hay censura mediática que resista a las redes. Ya no hay temas prohibidos ni tabúes ni poderosos que escapen al inmsericorde universo de internet.

La segunda, y tan importante como la primera, es que el perdón y el propósito de enmienda siguen siendo el discurso más eficaz.

Ni al Rey ni a sus políticos el pueblo les quiere perfectos, pero sí sinceros.

El Sermón de las Once Palabras ha sentado un antes y un después. ¿Alguien más se atreve?

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