En el antiguo jardín del «renegado» Alcayde Afan, a tres millas al sur de la Argel de finales del siglo XVI, se encuentra la «Gruta de Cervantes», donde el escritor español se refugió en 1577 durante el segundo de los cuatro intentos fallidos de fuga que llevó a cabo en sus cinco años de cautiverio en Argelia. En la actual calle Cervantes, bajo el imponente monumento levantado a los mártires de la guerra de independencia argelina y con unas vistas privilegiadas del puerto de la ciudad, se halla el pequeño jardín vallado que hoy alberga la gruta.
Varios argelinos charlan a la entrada de la cueva, en la que recargan la batería de un teléfono portátil. «Aquí estuvo Cervantes, el escritor del Quijote», dice uno de los hombres antes de sacar un contenedor de basura que se encuentra en el interior de la gruta, de más de dos metros de altura en su entrada y que se va estrechando como un embudo a medida que se avanza hacia su interior.
La cavidad, plagada de inscripciones irreconocibles, talladas en la roca como viejos tatuajes, aparece bastante limpia y despejada, aunque algo descuidada, al igual que el entorno, un pequeño rincón arbolado que parece adormecerse al sol del mediodía.
Junto a la cancela de hierro aún sobreviven los restos de una placa conmemorativa y los ganchos metálicos que en su día sustentaban otra de bronce.
José Antonio Doñoro, analista de mercado en la Oficina Comercial de España en Argelia, cuenta cómo en el año 2000 salvó del robo dicha placa de bronce, que había sido colocada en 1887 por los marinos de una escuadra española a su paso por Argel.
Se había acercado a la plaza a enseñársela a un visitante y descubrió que la placa había sido arrancada. La encontraron medio escondida «en un pequeño hueco» y, no sin esfuerzo, lograron meterla en el coche y evitar a los vecinos, que intentaron impedir el «rescate» de la inscripción.
«Se la llevamos al agregado militar español y actualmente se encuentra junto al despacho del embajador de España, en la cancillería española en Argel», agregó.
Doñoro, que desde los años 90 ha vivido durante varias épocas en Argelia, cuenta que el aspecto actual de la cueva está bastante cuidado en comparación con el de otras ocasiones en las que ha visitado el lugar.
Ahora, en mitad de la pequeña plazoleta desde donde se tiene acceso a la cavidad, se yergue un monolito con una placa conmemorativa que en el francés de Molière recuerda los cinco años de cautividad del escritor.
Junto a 14 presos, Miguel de Cervantes se ocultó en esta cueva situada en la propiedad del griego «renegado» (musulmán converso) Alcayde Afan, gracias a la complicidad de otros dos españoles, un jardinero y el «Dorador», que según las crónicas, fue quien facilitó víveres a los presos durante su estancia en el lugar.
Los fugados esperaban en la gruta la llegada de una embarcación fletada desde España que debía pasar a recogerlos. Desde la cueva se tenía y aún se tiene una amplia vista de la costa.
Pero la fragata nunca arribó y el «Dorador», al parecer, acabó delatando a los presos. Fracasaba así el segundo intento de fuga del cautiverio argelino de Miguel de Cervantes.
En septiembre de 1575, el soldado Miguel de Cervantes, de regreso a España desde Nápoles tras luchar a las órdenes de Juan de Austria en la marina española regresaba a España con varias recomendaciones.
Sin embargo, en las costas entre Marsella y Barcelona, la flotilla en la que navegaba fue asaltada por corsarios, su barco fue apresado y la tripulación llevada presa a Argel.
Apenas cinco meses después de llegar a la ciudad africana, a principios de 1576 llevó a cabo su primer intento de fuga, escapando a pie hasta Orán.
Tras este fracaso y el de la cueva, aún lo volvería a intentar en dos ocasiones más.
Las cartas de recomendación que llevaba en el momento de su captura habían hecho pensar a sus captores que Cervantes era un personaje principal, un «ilustre cautivo» por el que podían exigir un alto rescate.
Y así fue, el 19 de septiembre de 1580, el redentor Fray Juan Gil compró su libertad pagando un rescate de 500 ducados de oro.
De su cautiverio, quedan el reflejo literario en varias de sus obras, incluido el Quijote, donde narra la historia del Cautivo de Argel, y esta gruta natural que también resiste al tiempo, horadada en este farallón argelino.