«Acaba de cumplirse el 150 aniversario del nacimiento del poeta Ruben Darío, que fue llamado el «Príncipe de las letras castellanas». Uno de sus poemas más famosos se iniciaba con los versos: «Juventud, divino tesoro,¡ya te vas para no volver!». Y es que, en efecto, como toda edad en nuestra vida, es un período que tiene unos límites temporales pero que es crucial, importantísimo en la formación integral de la persona.
Por ello, con todos los valores que buena parte de nuestra juventud tiene hoy, resultan extremadamente preocupantes algunos de los aspectos de los jóvenes españoles. Que, en términos generales, la mitad de la población juvenil carezca de empleo, es dramático. Además, más de 200.000 jóvenes, generalmente con unos niveles de formación muy altos, han emigrado a países europeos. Y un dato más: el 22% de los jóvenes menores de 30 años no estudian ni trabajan, son los llamados «ninis». Aunque existe un contravalor: los «sisis», aquellos jóvenes que compatibilizan un empleo con sus estudios y que actualmente son el 8%. Ambos colectivos han disminuido durante la crisis, en consonancia con los descensos que ha experimentado la población juvenil residente en España, que se ha reducido en más de 1,7 millones de personas desde 2008, principalmente por el descenso demográfico y por la emigración de jóvenes al extranjero.
Estos simples datos deberían hacernos reflexionar. Porque es cierto que el problema del paro no es exclusivo de los jóvenes, en una sociedad que a pesar del descenso de las cifras mantiene porcentajes de desempleados cercanas al 20% de la población. Las dificultades de empleo conforman al sector de los jóvenes como imposibilitado para emanciparse y formar una familia, disponer de una vivienda en condiciones dignas, desarrollar un modelo de vida… Pero el drama juvenil es, desde mi punto de vista, aún mayor. Hemos dejado a los jóvenes que pierdan buena parte de sus raíces, olviden sus valores, abdiquen de sus creencias, se desentiendan de la política, no se interesen por la participación en la sociedad, prescindan de contribuir mediante el voluntariado, se aparten del asociacionismo…
Por eso distintos pensadores critican el pasotismo de la clase política respecto a la juventud española, el conformismo de unos dirigentes que parecen no preocuparse por los altos porcentajes de jóvenes arrebatados por el alcohol y el consumo de drogas, el ocio solo como factor de diversión, la falta de iniciativas culturales, la pérdida del tiempo… Ya sé que no podemos generalizar: pero cuando veo la imagen, por ejemplo, de centenares de jóvenes sumergidos en un botellón con el beneplácito de las instituciones veo que en el fondo saben que una juventud así no será crítica con el poder y nunca será un factor que obligue a cambios necesarios. El «pan y circo» clásicos, tan criticado en la dictadura, resulta que en la época democrática se sustituye por otros ingredientes pero con el mismo resultado: el intento de adormecimiento y aborregamiento de la sociedad española y singularmente de la población juvenil: la pérdida de ideas e iniciativas individuales en favor de construir una sociedad-rebaño. Una sociedad desactivada a la que sólo se convoca para que cada cuatro años participe en el ritual democrático mediante elecciones, no es la solución para construir una mejor comunidad.
En Toledo, por ejemplo, es evidente que, a pesar del nivel de actividades culturales que se desarrollan, el déficit es sobre todo en iniciativas para que realicen directamente los ciudadanos, especialmente los jóvenes. Faltan centros y programas en cada barrio que apuesten por la acogida de la población juvenil para que desde allí se conviertan en protagonistas de la propia vida cultural y social. He criticado muchas veces que las bibliotecas municipales abran sólo de lunes a viernes, en horario de tarde, con los mismos recursos que tenían hace veinte años. En la Biblioteca de Castilla-La Mancha estamos realizando un esfuerzo muy grande para conseguir la implicación de los jóvenes y resulta muy difícil, porque hoy la corriente social es otra: frente a desarrollar una actividad cultural, social…con una implicación personal, se sirven en bandeja iniciativas que convierten a los jóvenes en meros espectadores pero pocas veces en protagonistas. Los programas específicos que estamos desarrollando para jóvenes van generando algunos frutos, pero muy despacio. Se precisan jóvenes más lectores, más informados, para conseguir una sociedad más justa. He reiterado que las bibliotecas son una alternativa al botellón, pero se necesitan horarios más amplios y más recursos personales porque las bibliotecas tienen una función social, educativa e informativa que trasciende la imagen clásica que tenemos de estos centros como simples lugares de lectura y préstamo de libros.
Preguntémonos, por ejemplo, qué alternativas culturales y de ocio ofrece Toledo a los jóvenes durante ese arco temporal jueves-domingo. Indudablemente una muy importante son las actividades deportivas de todo tipo o las salas de cine situadas en los centros comerciales de Luz del Tajo y Puerta de Toledo (en Olías). Otra alternativa sería el Rojas, pero en general los jóvenes no tienen el teatro entre sus prioridades y además tienen complicado el acceso por su costo. Y por supuesto actividades de tiempo libre realizadas por algunas asociaciones, movimientos, colectivos, parroquias… Pero, lamentablemente, con los centros culturales cerrados (la Biblioteca Regional abre sábados por la mañana), la oferta se limita a bares, discotecas y locales nocturnos y la calle para convertirla en zona de botellón. Poco más hay que permita a los jóvenes desarrollar un ocio que influya en su desarrollo personal y ciudadano.
El juez de Menores Emilio Calatayud luchó en Granada por la clausura del macrobotellón de primavera en esa ciudad hasta que lo consiguió y critica públicamente la pasividad de las instituciones y administraciones que permiten que los jóvenes se refugien en botellones en lugar de otros tipos de ocio positivos y más constructivos. Me sorprende también que las distintas administraciones gasten muchos recursos en autopropaganda en lugar, por ejemplo, de hacer campañas a favor del voluntariado juvenil, tanto social como cultural; o en favorecer el asociacionismo y otras formas de participación más creativas.
Soy de las personas que confían en la buena voluntad de la mayoría de los representantes públicos, pero ¿por qué no escuchan más? ¿por qué se molestan cuando se hace la más mínima sugerencia? ¿por qué no aceptan que la sociedad muestre libremente sus opiniones, y más si se hace con respeto?
Espero que nadie se irrite porque me preocupen ciertos aspectos de nuestra sociedad y quiera contribuir a buscar soluciones desde la libertad y la corresponsabilidad».
Juan Sánchez Sánchez. Director de la Biblioteca de Castilla-La Macha