Es toledano de Santo Tomé y se considera una persona absolutamente crítica. Ha tenido una vida realmente maravillosa, al menos para ser escuchada, pero quizás marcada por una relación que fue, para él, una auténtica amistad. La que tuvo con quien fuera último jefe de Gobierno de la II República (entre 1937 y 1945), Juan Negrín, a quien se considera una de las grandes figuras del socialismo español.
¿Por qué?
Pues porque nuestro protagonista, Isabelo de Ancos, que en la actualidad tiene 86 años, ¡le robó un día las tostadas que habían preparado a Negrín para desayunar! No se sorprendan, lean atentamente y sabrán qué ocurrió. Contado por él mismo en una animada charla con el redactor de encastillalamancha.es en una cafetería toledana y un café por medio.
Nos situamos en 1931, cuando Isabelo tenía 5 años. Estamos en Toledo. El padre de Isabelo se llamaba Félix, era funcionario de Hacienda justo cuando José Calvo Sotelo ejercía como abogado del Estado en la capital regional. A Isabelo le maravillaban, a esa edad, las máquinas de escribir. Por eso un buen día se puso a teclear en una de ellas. En esas llegó Calvo Sotelo y dice: «Buenas tardes, don Félix. ¿Es tu hijo?». Me preguntó que a qué colegio iba y le dije que a los Maristas. «¿Y cómo vas de religión?», me preguntó. «Muy bien, le contesté yo». Por lo que Calvo Sotelo le dijo a su padre: «Don Félix, tenemos a su hijo preparado para ser sacerdote». Cuando me fui con mi padre le dije que yo no quería ser cura, «porque vestían como las mujeres y, además, a mí me gustaba las mujeres». ¡Con 5 años!
Cinco años después, en julio de 1936, Isabelo tenía ya 10 años. Dura experiencia la que vivió entonces, «cuando vi varios fusilamientos en la calle Taller del Moro». Tan mal se puso la cosa que se tuvieron que ir a vivir a Ventas con Peña Aguilera, donde tenían familia. «Y cuando quisimos volver, aunque Toledo era zona republicana, del Cerro de los Palos hacia Ventas era nacional».
Ya entonces Juan Negrín era ministro de Hacienda. Félix, el padre de Isabelo, quiso incorporarse a su trabajo y lo tuvo que hacer en Madrid, en el gabinete del propio ministro. La familia, para vivir, se fue a una pensión, hasta que un día un obús destrozó una de las habitaciones, justo donde ellos vivían, «menos mal que minutos antes había salido con mi madre a comprar el pan». Al quedarse sin vivienda, se fueron a vivir a los sótanos del Ministerio de Hacienda. Y he aquí la anécdota que da título a esta historia…
Porque un buen día Isabelo, con apenas 11 ó 12 años, «yo iba por un pasillo y me dio olor a tostadas. ¿Quién come tostadas aquí? me pregunté. Siguiendo el olor descubrió una habitación donde vio que había una mesa con mantel, dos sillas, café y un plato de tostadas. ¡No las comía desde hacía un año!». Total, que con su mentalidad de niño pequeño y ni corto ni perezoso entró, se sentó y cuando ya se llevaba una de las tostadas a la boca apareció el mismísimo Negrín.
«¡Niño, qué haces aquí!, ¿de quién eres?». «De Félix, le contesté». Negrín sacó una sonrisa y le dijo que se quedara y le acompañara en el desayuno, «y yo le pedí que no le contara el episodio a mi padre porque me iba a regañar mucho». Isabelo reconoce que «era un cara, me comí dos tostadas y media y le conté a Negrín cosas de la guerra que yo había vivido en Toledo. Recuerdo que le dije: don Juan, esta guerra la perdemos. Y él me replicó: mientras nos ayude Rusia, no será así».
Desde entonces Negrín cogió un cariño muy especial a nuestro protagonista. Pero no se libró, a los cuatro días de ocurrido el eplsodio, de la correspondiente bronca de su padre: «¡Eres un sinvergüenza!, me dijo. Pero yo creo que a la vez se sentía orgulloso de mí por la relación que había entablado con Negrín». De hecho, el entonces ministro le invitó a desayunar tostadas en otra ocasión.
A partir de ahí la Guerra Civil descolocó a todos. Comenzó el asedio a Madrid y el Gobierno se trasladó a Valencia. Y más tarde a Barcelona. Pero Negrín intentó ocuparse de los estudios de Isabelo. «Le dijo a mi padre que yo tenía que estudiar el Bachillerato, se ocupó de que tuviera una beca y saqué unas notas cojonudas. Cuando las vio Negrín le dio a mi padre 50 pesetas para que me regalara una pluma estilográfica». Así se hizo.
Desde ese día Isabelo y Negrín no volvieron a verse más. Isabelo iba sabiendo de él muy de vez en cuando por las noticias que deparaba el conflicto. Hasta que murió, «lo que me afectó mucho, por el aprecio y el cariño que me dio». Nunca olvidará el episodio de las tostadas, lo cuenta como si hubiera ocurrido ayer.
Tras la guerra, la familia de Isabelo regresó a Toledo, «donde abrieron expediente a mi padre y le separaron del servicio. Entró a trabajar haciendo facturas en el hotel Lino. Perdimos nuestra casa, donde se había metido a vivir un sargento de la Guardia Civil y hasta ahora. Improvisamos una casa en Santa Úrsula y las mujeres mayores, por la calle, me llamaban rojo. Pasamos hambre…»
A partir de ahí Isabelo trató de vivir su vida, fue técnico de la Seguridad Social, se marchó de Toledo y al final tuvo que regresar para cuidar a su madre. Pero reconoce que en su ciudad natal se aburre. Era un hombre de mundo, se le quedaba pequeño…
Negrín pasó por su vida y desapareció. Con las tostadas. Las que Isabelo se comió un buen día que caminaba por los sótanos del Ministerio de Hacienda y no sabía que eran el desayuno del ministro…