«El verano de su vida» de Ángel Nicolás, presidente de la Confederación de Empresarios de Castilla-La Mancha (Cecam) y de la Federación Empresarial Toledana (Fedeto), lo publicamos en la revista ECOS en el año 2004. Bien, pues ocho años después parece que por él no ha pasado el tiempo.
Entonces habían pasado nada menos que 28 años desde que tuviera lugar, para él, ese «pedazo» de verano que nunca se nos olvida. Bueno, pues léanse el reportaje y vean las fotos.
¡Olé y olé!
«Han pasado 28 veranos, pero lo recuerdo como especial, especial, especial». El más importante, hasta la fecha, en la vida de Ángel Nicolás fue el verano del 76, cuando se sacó el carnet de conducir. Era julio, tenía 18 añitos y se fue solo a recorrer España con un Seat 600, una tienda de campaña y una caja de herramientas, «el mecánico era yo mismo», asegura.
Partió de Palmones, en la bahía de Algeciras, el lugar en el que siempre han veraneado sus padres, y subió por toda la costa de Levante hasta Gerona. «Conocía a gente en todas partes y les iba visitando. Creo que pasé por todas las ciudades mayores de 20.000 habitantes», recuerda. Desde allí fue al País Vasco, «a la casa que unos toledanos tienen, o al menos tenían, en Deva, en San Sebastián». Su periplo costero terminó en Asturias. «Fueron 15 ó 20 días, hasta que se me acabó el dinero -confiesa-, entonces regresé a Palmones».
Fue el verano de partida de unos cuantos inolvidables para el presidente de la Confederación de Empresarios de Castilla-La Mancha (Cecam) y de la Federación de Empresarios de Toledo (Fedeto), los que compartió con su grupo de amigos y música, «lo pasábamos pipa».
«NOS PINCHARON LAS OCHO RUEDAS DE LOS DOS COCHES»
Y es que junto a otros tres toledanos: Ángel Nodal, que trabajaba en la Escuela de Hostelería de Toledo con Adolfo Muñoz; Luis González, propietario del hostal El Cardenal; y Nano Lanza, recorrió la provincia y parte de España con «Kabulete», un grupo de música brasileña en el que Nicolás tocaba la batería.
«No teníamos ni puñetera idea de lo que significaba el nombre, después nos enteramos que quería decir algo así como ‘hijo de puta’ en suahili». Los primeros veranos hacíamos giras, a 20.000 pelas la actuación, pero no veas cómo lo pasábamos», recuerda. Entre las anécdotas más graciosas del grupo no olvida una actuación en las fiestas de Villasequilla (Toledo). «Fuimos con el Land Rover lleno de instrumentos y el R18, en el que nos movíamos, instalamos todos los bártulos y nos pusimos a tocar. Lo nuestro era la bossa nova en brasileño, cuando empezamos a cantar comenzaron a llovernos botellines, al grito de rojos, hijos de puta, que cantáis en ruso».
Lo que no era cierto. «Intentamos explicarles que no era ruso sino brasileño, pero cuando volvimos a los coches teníamos las ocho ruedas pinchadas y nos tocó quedarnos a pasar la noche en el pueblo». Este inesperado traspiés les animó a dejar las giras, pero no el grupo. «Era mucho coñazo llevar todos los trastos». Pero seguían con el gusanillo de la música.
EL DÍA QUE LLEGÓ LA POLICÍA A LA CASA DE…
«Estábamos en casa de uno y pensábamos que por qué no nos vamos a La Coruña, cogíamos la guitarra, unos bombos, una armónica… Y si nos daba el punto, nos poníamos a tocar en la calle», recuerda. «Éramos muy hippies». Y siguen tocando, en petit comité. «La última fue en la casa de Ángel Nodal, en la calle Alfileritos, por su cumpleaños. De manera absolutamente improvisada fuimos cayendo en su casa toda la banda. Yo me fui a comprar una batería pequeñita, Nano apareció con su bajo, Luis con la guitarra… A las cinco de la mañana llegó la Policía porque éramos 20 ó 30 personas, a toda pastilla».
¿Veranos diferentes? Aquéllos en los que ha viajado fuera de España. «A Túnez, a Marruecos, a Tánger, a Egipto… El norte de África me lo conozco un poquito», reconoce; el año que veraneó en el «descapotable» diseñado por el propio Nicolás. «Tenía un Diane 6, pero siempre me había gustado tener un descapotable. Entonces teníamos la gravera de San Bernardo, que era de la familia, allí estaba toda la maquinaria de obra pública, con herramientas de todo tipo. Cogí una radial, me subí al coche y lo descapoté», sin más.
O aquel verano en el que descubrieron a los «Ketama», cuando aún eran unos auténticos desconocidos, «fue en un garito de Caños de Meca, en Cádiz, un pueblo lleno de libertad, con playas vírgenes, en el que sólo se fumaba marihuana. Había un grupo que se pasó tocando toda la noche en el chiringuito El Pirata, tenían pintas, pero eran muy buenos. Años después los vi en la tele, eran ellos».
Pero su concepto de verano ha cambiado mucho desde que tiene hijos. «Antes, verano era la explosión de La Casera cuando la agitas y la abres -bromea-. Ahora ha cambiado el tercio, te acuestas prontito porque a las ocho de la mañana sabes que los niños están arriba». Por eso la última semana de julio que estuvo en la Torre de la Albarada, solo, con sus dos hijos, Jorge y Juan Pedro, «que es una bomba de relojería», la pasó íntegramente en la playa, «desde las diez de la mañana hasta las nueve de la noche». La familia al completo, Ángel, Lola y los pequeños, regresaron a principios de septiembre de La Barrosa.
DE NIÑO, A PUNTO DE AHOGARSE…
No recuerda haberse quedado ningún verano entero en Toledo. Los de su infancia los pasaba en Palmones con sus padres. «Mi primer recuerdo de verano es de cuando tenía cuatro o cinco años. Había una playa absolutamente virgen, sin casas ni hoteles. Con un bosque de eucaliptos en el que cazábamos ardillas con redes. Había un pescador que se llamaba Antonio, me acuerdo perfectamente de él. Cuando era algo más mayorcito me sacaba por las mañanas en la barca a coger almejas».
También allí es donde Ángel Nicolás estuvo a punto de ahogarse. Tenía siete años, pero lo recuerda con claridad. «Mi padre iba andando por la playa y yo nadando, siguiéndole. En un momento dado dejó de verme; me cansé y me dio un calambre. Fue un inglés el que me sacó del fondo del mar», por suerte.
Recuerden, era 2004… ¡Qué tiempos!
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