Aunque los toros han marcado, prácticamente desde siempre, su vida, también sus veranos, Eugenio de Mora no tiene ninguna duda a la hora de quedarse con el más especial. «Fue el del 97, el año que tomé la alternativa de manos de Curro Romero».
El moracho escogió Toledo para su debut; el 17 de agosto, dentro de los festejos organizados con motivo de las fiestas de la Virgen del Sagrario, de ahí que el coso de Mendigorría tenga para él un significado especial. Compartió cartel con el maestro y con José Tomás. «Fue un día redondo». De entonces han pasado siete años, pero lo recuerda como si fuera ayer. «Salió todo muy bien, fue el día soñado desde la mañana a la noche», asegura. «Hasta entonces tenía buenos recuerdos de verano pero aquel fue el más bonito». Tenía 22 años. Montera en mano, el matador lleva recorriendo su arte, desde entonces, de plaza en plaza.
Aunque con menos intensidad, también antes de que tomara la alternativa sus veranos estaban llenos de corridas, novilladas y festejos de rejones por las fiestas de la provincia. Con sólo 12 años debutó en la plaza de toros de su pueblo, en las Fiestas del Olivo. En Mora ha pasado toda su infancia, salvo un verano que estuvo con sus padres y sus hermanos en las playas de Gandía. «Los del pueblo eran unos veranos muy bonitos, me tiraba todo el día jugando con los amigos, como cualquier chaval, montábamos en bici, íbamos a la piscina…». De aquellos años tiene muchísimas anécdotas. «Era un crío muy inquieto, siempre estaba jugando y habitualmente tenía heridas en las piernas de las trastadas», recuerda.
VACACIONES EN INVIERNO
El verano para él es antónimo de vacaciones, también este año, en el que aún no tiene claro a qué dedicará su tiempo libre. Eso sí, no se marchará hasta octubre, cuando termine la temporada. La obligación, que en su caso tiene todo de vocación, es lo primero. Se sacrifica sin problemas, después viene la recompensa. Y es que, aunque resulte atípico, sus vacaciones comienzan cuando terminan las del común de los mortales, pero «son muy largas, desde octubre hasta marzo o abril que empiecen de nuevo las corridas. Aunque en invierno comienzo con la preparación, tengo dos o tres meses para hacer lo que más me gusta y no puedo dedicarme en verano». Lo que le gusta es descansar, más en el campo que en la playa, como buen torero. «Al mar voy muy de vez en cuando; como mucho aguanto dos o tres días». Se queda con la luz de las playas de Cádiz, «me gusta mucho, cuando no hay demasiada gente», confiesa. Además, aprovecha los fines de semana para practicar la caza, deporte del que se está convirtiendo en un gran aficionado.
Fuera de España sale poco. Viaja al extranjero única y exclusivamente por motivos de trabajo. «No me gusta coger aviones ni barcos», asegura. Fue precisamente por asuntos profesionales por lo que viajó a Colombia en enero de 2000, «allí era verano. Pasamos 15 días en una finca, entre la corrida de Bogotá y la de Medellín. Mi padre, mi hermano, un amigo y la cuadrilla», nos cuenta.
HIJO DE BANDERILLERO, DE TAL PALO TAL ASTILLA…
Su pasión por los toros le viene de familia. «Siempre me ha gustado mucho, desde chico. Iba a la Plaza de las Ventas siempre que podía, con mi abono de estudiante, y acompañaba mucho a mi padre, que fue banderillero. Siempre que toreaba iba con él». De tal palo… Ya apuntaba maneras, aunque entonces «lo que menos pensaba es que iba a ser torero», asegura. Llegar a donde está le ha costado «mucho tiempo, muchos sinsabores y muchos sacrificios», pero también «muchas alegrías y satisfacciones». Luchador y valiente está convencido de que seguirá triunfando. Su cartel ideal -aunque imposible- sería el que compartiera con Domingo Ortega y Luis Miguel Dominguín, dos de sus modelos… Por soñar.