La patria, y la concepción de la misma en España, es lo que ha centrado el último artículo semanal del arzobispo de Toledo, Braulio Rodríguez. La crisis catalana está volviendo a desplegar el debate sobre el patriotismo y el análisis en particular de su percepción entre los españoles es lo que preocupa a Rodríguez.
«¿De verdad sentimos en nuestro tiempo que tenemos deberes para con la patria?», comienza explicando el arzobispo, porque piensa que «entre nosotros el sentimiento de amor a la patria está mucho más atenuado». Sin embargo, no cree que sea inexistente sino que se hace «de un modo más pragmático y a impulsos».
Todos sabemos que el concepto de patria en este país es cuanto menos peculiar y por ejemplo el religioso hace referencia a la historia de España, en la que a sus ciudadanos les cuesta ver «la grandeza de nuestros compatriotas y de nuestras cosas y solemos enfrentar unas épocas con otras con un espíritu destructivo». Ese espíritu destructivo que, como bien decía el canciller Otto von Bismarck, hace España sea la nación más fuerte del mundo, toda una vida persiguiendo su autodestrucción, pero nunca lo hemos logrado. «El día que dejen de intentarlo, volverán a ser la vanguardia del mundo», afirmaba en el siglo XIX el alemán.
Volviendo al escrito del arzobispo de Toledo, asegura que «es triste comprobar cuánto cuesta trabajar por el bien común de nuestro pueblo y la exigua -sociedad civil- son pocas las acciones conjuntas que emprende», porque aquí lo que se busca es hallar las desavenencias, como en un macabro juego de encuentre las siete diferencias, y lo que «levanta pasiones» es «mi pueblo, mi ciudad, mi diócesis, mis colores preferidos, bien sean deportivos o políticos», explica el arzobispo de Toledo.
En este sentido, cita el número 2.339 del Catecismo de la Iglesia Católica, que indica que «el amor y el servicio de la patria forman parte del deber de gratitud y del orden de la caridad», que sin embargo entra en contraposición con que entre los españoles «florece con cierta profusión un componente ácrata, muy idealista, que nos impide tantas veces converger en la realización del bien común».
Para «avanzar en un entendimiento básico de unidad de los que formamos España sin que se tenga que renunciar a las diferencias legítimas de comarcas, provincias, territorios, países», Braulio Rodríguez exclama: «¡Qué bien nos vendría a los españoles más sentido práctico y exagerar menos lo que nos diferencia!».
Porque a los que viven en el territorio nacional les cuesta encontrar las similitudes y llegar a puntos en común, y por ello «nos cuesta menos llevarnos bien con los compatriotas fuera de nuestra patria que cuando estamos aquí día a día, incluso aunque hubiéramos nacido en diferentes partes de ella».
Y por eso se pregunta, «¿esa empatía la suscita la nación común donde hemos nacido?», «yo no lo descarto», asevera el prelado.