Desde Ciudad Real a un campo de refugiados saharauis, un lugar donde «no crecen plantas pero florecen personas»
Un grupo de 70 estudiantes de Magisterio de la Facultad de Educación de Ciudad Real ha pasado tres semanas en campos de refugiados de Tinduf (Argelia), donde han ayudado a profesores locales en tareas educativas para niños y niñas saharauis. Allí han vivido una experiencia que a muchos les ha cambiado la forma de ver el mundo
Salieron de su «zona de confort» para enfrentarse a una realidad totalmente distinta. Se fueron a un lugar al que quizá no sabían que podría convertirse en «su casa». Allí, aportaron su ayuda en todo lo que pudieron y vivieron una de las experiencias más gratificantes de su vida. Desde Ciudad Real a Tinduf, en pleno desierto de Argelia. Todo para poner en práctica unos valores y unos conocimientos adquiridos durante sus años de carrera y para aportar todo lo que pudieron a decenas de refugiados saharauis.
Fue el pasado 10 de febrero cuando una expedición formada por 73 personas -estudiantes, profesores y voluntarios-, partió desde la Facultad de Educación de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM) en Ciudad Real hacia el continente africano. Unas horas más tarde llegaron a un campamento que está habitado por personas que, además de estar alejadas de su país y abandonadas por las instituciones, reivindican desde hace décadas que su tierra se pueda definir con la palabra «libertad».
Este grupo de profesores y futuros profesionales de la Educación llegó al campamento de Tinduf en la wilaya (asentamiento) que lleva por nombre El Aaiún -como la capital saharaui- y que está dentro de los campos de refugiados. Lo hicieron a las tantas de la madrugada, pero no importó. La gente del campamento, mujeres, hombres, niños y niñas, les recibieron con mucha alegría y desde ese momento, sus jaimas comenzaron a ser las jaimas de sus nuevos huéspedes.
Desde hace ya 15 años se lleva a cabo este programa, que no deja de ser de prácticas, en el que curso tras curso, un nutrido grupo de estudiantes de Educación se embarca a vivir una experiencia totalmente diferente. Alejados de los «lujos» de Occidente, de la variedad de recursos y otras facilidades, y más próximos a un reto en el que se afronta día a día el estar en un lugar diferente, con otros valores y con muchas necesidades.
Formación profesional y humana junto a refugiados saharauis
Manuel Javier Cejudo, profesor de la Facultad de Educación de Ciudad Real, ha sido el coordinador de este programa pionero durante este curso. Sobre esta experiencia, a la que él -como los 63 estudiantes de cuarto curso- ha acudido por primera vez, nos cuenta que hay muchas perspectivas desde las que hablar de este viaje, tanto desde el punto de vista profesional (son estudiantes que van a formarse), como desde el punto de vista humano (viven una experiencia que difícilmente volverán a repetir y que «recordarán toda la vida»).
Seguro que en el campamento de refugiados en el que han vivido durante tres semanas les han surgido muchos debates, muchas ideas y muchos planteamientos; pues tan solo el mirar a tu alrededor muchas veces te invita a ello. Pero, además, les ha hecho adaptarse a una realidad muy distinta a la que se vive en España.
En los campamentos de Tinduf no existen los colegios, como tal. Se llaman «madrazas», nos cuenta Javier, y serían algo parecido a lo que aquí, en Castilla-La Mancha, llamamos «barracones». Son centros educativos vinculados a la religión islámica y en la que hay un buen número de niños y niñas que acuden, a diario, para formarse. Allí han tenido que vivir estos 63 futuros maestros, junto a Javier y otros colaboradores que repiten año tras año para organizar el proyecto, su experiencia profesional.
(Vídeo de la expedición del pasado curso).
Allí, chicos y chicas, alumnos y alumnas de la Facultad ciudadrealeña, se han encargado de llevar a las madrazas el uso del español, dado que en el Sáhara sigue siendo segundo idioma y se aprende a diario en las escuelas. Cada uno de los estudiantes se ha encargado de preparar las clases, coordinar los temas y acoplar la temática para continuar el currículum teórico.
Pero eso no es todo; también han dado su soporte a las asignaturas de Educación Física , para las que han diseñado y preparado diferentes sesiones para las niñas y niños saharauis que -a pesar de las dificultades con las que viven a diario-, acuden a las madrazas para aprender y formarse.
[ze_image id=»231895″ caption=»Niñas y niños saharauis en el exterior de las madrazas.» type=»break_limited» src=»http://ecmadm.encastillalamancha.es/wp-content/uploads/2018/03/5-9-e1520964499170.jpg» urlVideo=»» typeVideo=»» ]
Los medios allí, son «mínimos», nos cuenta Javier. «Allí las escuelas son de adobe, las condiciones de infraestructuras están deterioradas, con medios muy básicos», explica el profesor de la Universidad regional. Y, aunque sí es cierto que hay otras aulas más reformadas y más nuevas, la realidad general de las madrazas de estos campos de refugiados no dejan de ser estas, con pizarras de tiza, paredes acolchonadas, paredes que se mueven…
Ellas y ellos, los saharauis, llaman a su tierra el «tercer mundo». Ellos mismos así se consideran. Incluso Javier nos cuenta que «no les da vergüenza» utilizar esa etiqueta. En la wilaya de El Aaiún han tenido que dejar a un lado todas las herramientas y objetos que pueden servir de apoyo didáctico en España; incluso han tenido que dejar a un lado aquello que conocemos como «digitalización», y han vuelto al papel, a los libros de texto, subrayados ya por anteriores usuarios, utilizados por otras familias y compartidos entre ellas.
[ze_image id=»232341″ caption=»Localización de los campamentos, en la región de Tinduf (Argelia), muy cerca de la frontera. Imagen de Oxfam Intermon.» type=»break_limited» src=»http://ecmadm.encastillalamancha.es/wp-content/uploads/2018/03/sahara.jpg» urlVideo=»» typeVideo=»» ]
«Con pocos medios se puede dar clase y se puede formar». Es algo que han interiorizado los cientos de estudiantes de Magisterio que han pasado por allí a lo largo de casi dos décadas, tal y como cuenta el profesor, quien explica que, aunque haya falta de metodología y de técnica, en las madrazas hay algo muy presente a diario: la creatividad, a la que recurren «a la hora de solucionar cualquier problema».
«No nos damos cuenta de que tenemos unos medios que hay que aprovechar lo máximo posible». Esta es una idea que, aunque la pone sobre la mesa el profesor Javier Cejudo, también reiteran los estudiantes con los que hablamos y que han vivido allí su mejor -hasta el momento- experiencia profesional, y eso que aún no han finalizado la carrera.
El miedo no pasó más allá de la primera noche
«El llegar allí y encontrarte que en mitad del desierto hay todo lo que realmente ves, impacta», cuenta Alba Rodríguez, estudiante de 4º curso. «El primer día tienes un poco de miedo, porque no sabes cómo va a ser, pero te pones en la situación de ellos y, si fuera al revés, también sería difícil tener en casa a alguien que no conoces de nada», nos explica la joven.
Ese es el mismo sentimiento que expresa Diego Velasco, otro de los chicos que ha estado en la última expedición, y que ha vivido la experiencia que «cualquier profesor debería vivir», tal y como subraya. «Cuando llegamos allí, de noche, sacamos las maletas y nos íban llamando. Fuimos a las casas… No sabíamos cómo sería, nos tocó vivir con una madre que apenas hablaba español. Pero al día siguiente todo cambió».
[ze_image id=»232292″ caption=»Algunos de los estudiantes con una de las familias saharauis, en su jaima.» type=»break_limited» src=»http://s1.encastillalamancha.es/wp-content/uploads/2018/03/IMG-20180222-WA0006-869×488.jpg» urlVideo=»» typeVideo=»» ]
Tanto Alba como Diego reflejan cómo fue aquella primera noche de la que difícilmente se van a olvidar, por todo lo que supuso para ellos: llegar a un lugar que, aunque esté relativamente cerca, está lejos cultural y socialmente hablando. Fueron a un lugar del que se esperaban muchas cosas, y vivieron allí -tal y como ellos mismos cuentan- una experiencia personal que les ha servido de mucho.
[ze_summary text=»Impacta mucho al principio… luego lo ves súper normal»]
Impacta mucho al principio… luego lo ves súper normal[/ze_summary]
El primer día de clase tuvieron que ver como había unas camionetas aparcadas en la dahira, el «ayuntamiento» del poblado. Después de reunirse los más de 70 alumnos, tras pasar su primera noche y haber descansado del viaje en las jaimas, con las que serían sus familias en los siguientes 20 días, comenzaba su experiencia profesional.
Divididos en varias camionetas, fueron repartidos, día a día, por siete colegios y dos institutos. «Impacta mucho al principio», explica Alba; pero «luego lo ves super normal». Desde primera hora del día hasta la hora de comer, pasaban una primera jornada en las «madrazas» e institutos y, ya por la tarde, una segunda jornada de clases.
[ze_image id=»232295″ caption=»Día a día, la camioneta era el vehículo de transporte a las madrazas.» type=»break_limited» src=»http://s2.encastillalamancha.es/wp-content/uploads/2018/03/WhatsApp-Image-2018-03-13-at-14.41.351-869×488.jpeg» urlVideo=»» typeVideo=»» ]
El paso de ser «invitados» a formar parte de esas familias desplazadas
«Son un pueblo muy hospitalario y te sientes como en casa. Hemos estado en una tierra ‘extraña’ y nos han tratado como si hubiéramos sido de aquí de toda la vida». Son las palabras de Javier, el profesor que ha coordinado la expedición de este 2018. Él también ha viajado por primera vez a Argelia, al lugar «reservado» a las miles de familias saharauis que viven alejadas de su «tierra».
La convivencia es dibujada por estos protagonistas con unos adjetivos muy similares. Destacan la «hospitalidad», el «cariño» y el buen trato de las familias con las que han vivido, día a día, durante tres semanas. Allí, no se han sentido extraños después del primer día, cuando al principio todo era más confuso. Ellas y ellos se han sentido en casa, y así lo relatan.
Alba, por ejemplo, nos cuenta que la jaima en la que ha pasado las horas, después de las clases, junto a otras compañeras, ha sido para ella «una segunda casa», y la familia que les ha acogido allí -una familia acogida de por sí en un campamento de refugiados, que ha acogido sobremanera a otra gente que va a ayudar- ha sido «una segunda familia».
«En cuanto llegas allí formas parte de ellos. Quizá para nosotros es un poco difícil de explicar que en tan solo 20 días crees unos vínculos tan fuertes, pero lo ponen todo súper fácil para que sea así. Hacen todo lo posible para darte todo y que quieras volver, porque se quieren asegurar de que no los olvides», relata la joven.
[ze_summary text=»No debemos olvidar su condición aunque naturalicemos el trato con ellos; son refugiados»]
No debemos olvidar su condición aunque naturalicemos el trato con ellos; son refugiados[/ze_summary]
De hecho, Carlos Díaz, que ha vuelto este año a los campamentos de Tinduf por novena vez -ya que es coordinador del viaje desde la Asociación que colabora con la expedición-, habla de ellos como si, de facto, fueran su familia, «porque lo son». Nos cuenta sobre Ahmed, su «hermano» que ahora tiene 14 años, y sobre el resto. «Entramos allí como si fuéramos invitados y nos vamos como parte de ellos».
Aun así, el ya titulado en Magisterio cuenta un detalle sobre su experiencia: «La realidad es que nos tratan de tal manera que en cierto modo es ‘enmascarado’. No debemos olvidar su condición, aunque naturalicemos el trato; son refugiados. Mi hermano Ahmed ha nacido en un campamento de refugiados», explica uno de los once coordinadores de este viaje junto al profesor.
[ze_image id=»232317″ caption=»Algunas de las estudiantes y otros miembros de familias saharauis.» type=»break_limited» src=»http://s2.encastillalamancha.es/wp-content/uploads/2018/03/IMG-20180302-WA0001-869×488.jpg» urlVideo=»» typeVideo=»» ]
Es por ello que esta experiencia bien les ha servido para sentir y vivir grandes vínculos afectivos con un pueblo que está «abandonado en el desierto», cuenta el profesor Javier Cejudo. Sobre esto, incluye que el pueblo saharaui «tiene un lazo afectivo bastante grande con el pueblo español», algo que se demuestra en sitios como en el que han estado.
«Nos están esperando. Que vayamos es un acontecimiento y una celebración», destaca el profeor.
La «dignidad»de «un pueblo»
Las pequeñas clases de las «madrazas» saharauis continúan con agujeros en las paredes, con pizarras de tiza que siguen utilizando, desde hace años, con pequeños pupitres y sillas que, incluso, han reciclado. Banderas saharahuis en las paredes, pequeñas ventanas y, en las paredes, papeles de regalo, dibujos y variadas decoraciones.
Las jaimas en la que viven hoy decenas de miles de saharauis, desplazados de su país hace décadas, tampoco gozan de las mejores condiciones. «Son de adobe, o de tela…», cuenta Carlos. Aun así, los estudiantes destacan eso que hemos subrayado al principio: salir de la zona de confort. Irse de casa «sin saber bien donde vas».
Allí se han encontrado a un pueblo «con unas bases, principios y estilo de vida diferente», tal y como explica el coordinador. «Lo que más puede impactar es la cultura y la forma de vida que tienen allí. Además, la religión también lo envuelve todo», subraya. Esto es algo que también señala el resto. Por ejemplo, Diego, nos habla sobre los retos que tienen allí, sobre las dificultades que existen para estas familias que viven fuera de las que un día fueron sus casas.
[ze_summary text=»No quieren perder su identidad dentro del mundo árabe»]
No quieren perder su identidad dentro del mundo árabe[/ze_summary]
El problema del Sáhara merece mucho estudio y dedicación; pues los 40 años que llevan cientos de miles de saharauis reclamando su territorio parece que ha quedado en nada al no haber solución política ni en la zona ni en otros países. La empatía, por lo tanto, se convierte en algo «clave», destaca el profesor Javier, para que «la sociedad avance y se rompan los muros que dividen»; muros como el que dividie la zona ocupada por Marruecos (la más occidental), y la administrada por el Frente Polisario.
El plano político ha estado presente «en todo momento» de la expedición, relata el profesor. «Las escuelas empiezan a las ocho y media porque hacen un acto militar» en la dahira. Allí, izan la bandera saharaui cada día, e incluso hay «un discurso del director de las madrazas», antes de «cantar el himno de su tierra», explica. «No quieren perder su identidad dentro del mundo árabe», subraya el docente.
Este plano, también ha impactado mucho en los estudiantes, al tratarse de algo muy diferente a lo vivido en Occidente. «Cuando estás allí te planteas muchas cosas e incluso te sientes culpable de no haber sido consciente de lo que existe allí durante tanto tiempo…» Son las palabras de Alba, que también se quedó asombrada ante lo que vio y que le hizo reflexionar durante los días posteriores.
«Allí se respira dignidad. El tiempo va pasando, les van dando largas y no hacen nada por ellos, que no quieren vivir así, y prefieren una solución pacífica», responde la joven. «No dejan de estar en un campamento; han sabido crear infraestructuras, pero saben que eso es provisional y esperan volver a su tierra», contextualiza Carlos. La filosofía contínua de los saharauis desplazados no deja de ser otra que pensar en que no están en su país y quieren volver cuanto antes, algo que reflejan incluso en la simbología de su bandera: el negro significa el presente, fuera de «su tierra»; mientras que el verde significa, como no, «la esperanza», relata Javier.
Una experiencia que no olvidarán
«Hace un par de años hablaba con mi ‘hermano’ Ahmed, que ahora tiene 14 años», cuenta Carlos. «Fregábamos los platos y le pregunté: ¿qué pasa aquí cuando nos vamos? Me respondió que todo se quedaba en silencio»; explica el joven.
Este nutrido grupo de estudiantes ha pasado allí 20 días, y después se van «aunque siguen formando parte de esa familia», tal y como nos cuenta el coordinador. «Allí lo notan también y van mucho más allá de la propia ayuda- El proyecto es tal, que te agarra de una forma honesta y sincera. Al final, con las rutinas y la rapidez, te olvidas del resto de cosas que pasan ahí fuera», relata.
[ze_summary text=»Todo profesor debería vivir esto, básicamente para ver el contraste entre lo que hay allí y en España»]
Todo profesor debería vivir esto, básicamente para ver el contraste entre lo que hay allí y en España[/ze_summary]
Diego también nos ilustra sobre la experiencia que, bajo su punto de vista, «todo profesor debería vivir, básicamente para ver el contraste» entre lo que hay en los campos de refugiados y en España. Ellos son los que más necesitan la educación en este lugar, porque ni la sanidad ni la enseñanza son los pilares más fuertes allí», explica el estudiante.
De hecho, el propio Diego, que es youtuber, ha resumido todo su viaje en un vídeo, que ha subido a su canal de YouTube, en el que se muestra cómo ha sido la experiencia vivida en Tinduf, al lado de esas familias saharauis, al lado de unos niños que en todo momento han mostrado sus sonrisas y su «cariño» hacia ellos, porque realmente saben el valor que tiene que un grupo de jóvenes vaya a aportar todo y más al lugar donde ahora están refugiados.
Alba, que confiesa que allí se ha hecho cientos de preguntas sobre la cultura, sobre las cosas con las que «no quieres ofender, porque para tí pueden ser normales pero para ellos no», dice que si la vida le vuelve a dar la oportunidad de volver a estos campos de refugiados, cree que «sí lo haría». «Quizá si estás mas tiempo puedes echar más de menos lo que hay en España, pero en el tiempo que hemos estado allí no ha pasado eso», relata la estudiante.
Una de las frases que han repetido todos los protagonistas de esta historia ha sido que allí, aunque van a enseñar a unos jóvenes, al final lo que pasa es que acaban aprendiendo ellos, sobre todo. «He cambiado como persona estando allí», dice la joven. También el profesor Javier cree que eso pasa, que sus alumnos han cambiado allí, al ver cómo es la situación en los campamentos de refugiados y el trato que han recibido de unas personas que, a pesar de tener poco, te dan «todo».
Por ello, esta cita anual que ha llegado ahora a su 15º aniversario, que es organizada desde la Facultad de Educación de Ciudad Real, seguirá adelante, tal y como intentan profesores y alumnos, dado que no significa simplemente ir a enseñar. Es cooperación, es ayuda, incluso, «humanitaria», tal y como explica el docente, aunque por ejemplo Carlos explica que lo necesario es que no se vea como «salvamento» de occidente al tercer mundo, dado que ellos no son «salvadores de ninguna patria», sino gente con valores y que quiere ayudar a otras personas.
Allí, donde «no crecen árboles ni plantas, pero florecen personas», más de setenta personas han vuelto a vivir una experiencia que también revierte «en los que vayan a educar después», como cuenta Javier, el profesor a cargo de los estudiantes. La empatía, la ruptura de estereotipos que «caen por sí mismos» desde el primer momento, tanto en el punto de vista cultural como religioso, la responsabilidad… «El que no quiera responsabilizarse del mundo, que no eduque», cita Carlos en referencia al filósofo Joan-Carles Mèlich, en una frase que dice muchas cosas.
«Hay que quitarnos cosas supérfluas de la cabeza. Allí tienen muy poco y son felices. Nos dieron las gracias, con su sonrisa, por darles clase. Las familias, igual. Te dan las gracias por haber ido y por llevarlos en tu memoria. El hecho de quitarnos nuestra comodidad e ir allí es muy importante para ellos», dice el profesor. Tras el trabajo, que no solo se lleva a cabo in situ, sino durante todo el año, por parte de estudiantes, profesores e incluso antiguos alumnos que un día fueron los que estuvieron allí y ahora siguen aportando su granito de arena, desde una asociación, la satisfacción que queda es enorme, según resalta el propio Carlos.
[ze_summary text=»Es una satisfacción personal poder estar allí con nuestra gente y volver con más gente ‘enganchada a la causa'»]
Es una satisfacción personal poder estar allí con nuestra gente y volver con más gente ‘enganchada a la causa'[/ze_summary]
«Es puro encanto emocional» relatar esta experiencia, explica el joven. «Es satisfacción personal poder estar allí con nuestra gente y volver con más gente ‘enganchada’ a la causa y a la sensibilización para que se conozca la crisis humanitaria que hay allí», subraya el coordinador.
Así ha sido la historia de este grupo de estudiantes de Ciudad Real que ha pasado tres semanas a 2000 kilómetros de distancia y que, como ellos mismos dicen, han aprendido mas que enseñado, que han convivido con las que han pasado a ser sus familias y a las que esperan algun dia volver a ver para volver a vivir nuevas experiencias en un lugar en el que ninguno querria estar, en el que hay niños que no conocen su verdadero hogar y en el que hay decenas de miles de personas esperando una respuesta, 40 años despues, a una situacion que aunque este lejos de ser resuelta, sigue despertando inquietudes, responsabilidades y ganas de cambiarla, tambien en Castilla-La Mancha.
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