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20/10/2012junio 13th, 2017

El pasado 14 de octubre la mayoría de las televisiones del mundo retransmitían en directo la gesta del paracaidista austriaco Felix Baumgartner en su intento de batir varios record desde la estratosfera, entre ellos, el de lograr la mayor altura jamás alcanza con un globo aerostático.

Para muchos guadalajareños esta noticia les ha retrotraído a algunos episodios de la historia reciente de Guadalajara, cuando en su Parque de Aerostación se plantearon varios intentos de afrontar este tipo de retos.


Desde el Patronato Municipal de Cultura han querido rendir homenaje a aquellos pioneros que, con sus intentos fallidos, colocaron el nombre de la ciudad en las páginas más vibrantes de la historia de la aeronáutica.

EL INFORTUNADO BENITO MOLAS, 1928

El primer ensayo para batir el record de ascensión en globo tripulado fue programado por el comandante de Artillería Benito Molas García en 1928. Este reputado aerostero, después de participar con éxito en la Copa Gordon Bennett de 1927 –la competición internacional de vuelo aerostático más importante del momento–, abordó el proyecto de batir el récord mundial de altura desde Guadalajara proponiéndose alcanzar los 9.000 metros en un esférico de 2.200 metros cúbicos. Aquél techo estaba fijado en 11.145 metros por el francés Sadi Lecointe pero, a bordo de un biplano especial Niuport.

Después de este primer intento fallido, el 15 de septiembre de 1928, Benito Molas planeó otra intentona a bordo del globo’Hispania’ desde el Parque de los Manantiales. Como observamos en la fotografía adjunta, el piloto apenas se podía ubicar en una barquilla repleta de sacos terreros, contaba con un equipamiento más que discreto, y un soporte de seguimiento que se limitó a las palabras de ánimo pronunciadas antes se salir por su compañero Enrique Maldonado, diseñador y constructor del dirigible Reina Cristina.

El aerostato al poco de elevarse sobre Guadalajara alcanzó los 5.000 metros, divisándose poco después desde Alcalá de Henares, donde tomó una trayectoria en dirección al levante; pero, al anochecer de ese mismo día, fue encontrado el esférico con el cadáver de su piloto en Yela, pedanía del municipio albacetense de Nerpio.

Después de recuperar su cuerpo, la autopsia reveló que Benito Molas había fallecido por asfixia. Y, tras el examen del barógrafo del ‘Hispania’, se comprobó que el globo había ascendido hasta los 5.500 sin desprendimiento de lastre; aunque para alcanzar los 8.500 metros tuvo que deshacerse de algunos sacos. En posterior maniobra, el piloto descendió voluntariamente hasta los 6.500 metros para, inmediatamente, iniciar la ascensión hasta los 11.000, cota en la que empezó a descender lentamente hasta tomar tierra:

«En esta población ha sido muy sentida la trágica muerte del heroico aerostero Benito Molas, comandante de Artillería, quien el sábado antepasado salió de este polígono de Aerostación pilotando el globo ‘Hispania’ con el propósito de batir el record mundial de altura.

Pereció asfixiado después de haberse elevado el globo más de 10.000 metros.

El Servicio de Aerostación celebrará un funeral en sufragio del heroico aerostero al cumplirse el mes de su fallecimiento.»

(Flores y Abejas, 23 de octubre de 1928)

LOS FRUSTRADOS AVANCES DE EMILIO HERRERA, 1935

Años después de aquellas tentativas, y tras los éxitos obtenidos en 1931 y 1932 por el profesor belga Auguste Piccard –con ascensiones de 15.700 metros–, el ingeniero militar Emilio Herrera se planteó el mismo reto, proponiéndose superar los 20.000 metros de ascensión. Para ello, contaría con globo de 24.000 metros cúbicos, 36 metros de diámetro y un peso de 1.740 kilogramos construido en Guadalajara.

Todas las particularidades y cálculos matemáticos del proyecto fueron expuestos en 1935 por Herrera Linares a la Academia de las Ciencias, la Aviación Militar y la Sociedad Geográfica Española; haciéndose eco de la proposición todos los medios informativos, incluso de terceros países.

El reto se mantenía en los límites de las ascensiones clásicas, por lo que el piloto iría sólo y en barquilla abierta. Estas circunstancias le obligaron a diseñar un traje especial que, con el tiempo, sería modelo para confeccionar los de los primeros astronautas lanzados desde las bases de la Unión Soviética y de Estados Unidos; aún es difícil admitir que la fotografía de Emilio Herrera enfundado en su prototipo esté tomada en 1935.

En sus Memorias, luego publicadas en Madrid en 1986, daría cuenta de algunas de las características más importantes de su propósito y del diseño del aerostato y de la escafandra espacial:

«El globo fue construido, con arreglo a mis planos, en los talleres del Servicio de Aerostación de Guadalajara; pero había que resolver el problema de la escafandra, o sea, de un traje que, manteniendo en su interior aire a la presión atmosférica normal para vida, pudiera permitir libertad de movimientos en el vacío. Para ello, había que evitar que, por efecto de la presión del aire interior las mangas y los pantalones se pusieran rígidos; lo que pensé podía conseguirse dando al traje, en cada articulación, una forma de acordeón, ‘flexible pero inextensible’, es decir, en forma de fuelle atirantado con cables de acero que permitieran la flexión, pero sin extenderse. Estudié la forma para cada articulación: hombros, codos, muñecas, caderas, rodillas, tobillos y hasta los dedos de las manos; al mismo tiempo que el problema de la resistencia a la presión interior de una atmósfera, y el problema térmico para impedir que mi calor natural se perdiera en el espacio a través de la tela.

Como resultado de estos estudios y ensayos consiguientes, quedó construida la primera escafandra del espacio que haya existido y se haya ensayado en el mundo. Estaba compuesta de tres trajes; uno, Rasurel, de lana, a raíz de la carne, y envolviendo completamente el cuerpo desde el cuello hasta la punta de los pies y de las manos; otro de caucho absolutamente impermeable al aire, cubriendo también todo el cuerpo desde el cuello hasta las extremidades; y otro resistente, de tela reforzada con alambres de acero, en la forma de acordeón, en cada una de las articulaciones atirantadas con cables de acero para que no se extendiera, pero permitiendo la flexibilidad. La cabeza iba cubierta desde el cuello, por un casco de aluminio con un tragaluz circular delante de la cara, cerrado por tres cristales todos transparentes a la luz visible; uno irrompible, otro opaco a los rayos ultravioletas y otro opaco a los rayos infrarrojos. Estos cristales iban provistos interiormente por una sustancia antivaho, y el casco iba atornillado en un círculo metálico alrededor del cuello unido herméticamente al traje de caucho y al traje resistente. En el interior del casco iba un tubo inhalador para inyectarme oxígeno puro dentro de la boca, y un absorbedor del anhídrido carbónico de mi respiración; y el micrófono para hablar con el exterior por radio…»

Los trágicos acontecimientos ocurridos en el mes de julio de 1936 y posterior enfrentamiento militar impidieron que la empresa, programada para el mes de octubre de ese año, se pudiera consumar. Finalmente, según aseguró el mismo, «…el globo fue cortado en pedazos para hacer impermeables para los soldados con su tela (seda cauchutada) y la escafandra con todos los instrumentos cayeron, en Cuatro Vientos, en manos del enemigo.».

Quedaron, por tanto, en duda la eficacia de sus inventos y frustrado su intento de alcanzar las cotas más altas de la atmósfera en globo libre.

Párrafos y fotografías tomadas del libro: Guadalajara. Cuna de la Aerostación Española, de Pedro José Pradillo y Esteban, Guadalajara, Patronato Municipal de Cultura, 2008

PINCHE EN LA IMAGEN SUPERIOR Y VERÁ LAS FOTOS.

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