Fedeto, la Asociación de Comercio de la provincia de Toledo y todos los que nos considerábamos colaboradores y amigos suyos perdimos el pasado viernes (maldito viernes) a un buen amigo, una gran persona y un empresario comprometido con su empresa y con los objetivos e intereses del pequeño comercio tradicional. Manuel Amalio Lázaro-Carrasco López nos dejaba porque un corazón tan grande como el que tenía no pudo más. Manuel Amalio, «Mánuel» para sus más allegados, era un hombre educado, amable, con gran sentido del humor y fino ingenio. Y era, por supuesto, un hombre comprometido con el mundo empresarial. Y eso que es difícil ser comprometido en unos momentos en que todo parece que se desmorona a nuestro alrededor y parece que todo el tiempo es poco para dedicarlo a la propia empresa.
Sólo algunas personas como Manuel Amalio eran capaces de hacerlo y querían hacerlo. Nuestras últimas conversaciones tenían que ver con las recientes modificaciones legales que afectan al pequeño comercio. No cesaba de pedir opinión a sus compañeros, nos exprimía jurídicamente para encontrar soluciones. Se reunía con la Asociación regional de Comercio para buscar consenso. ¡No paraba!
Pero siempre sabía aflojar una reunión tensa; incluso cuando era él quien la había tensionado. Tenía la palabra justa y el ingenio preciso para, borrón y cuenta nueva, retomar desde ese fino punto de encuentro que parecía perdido en algún momento del debate. Era todo bondad, Quienes le conocían saben que no exageramos. Era un hombre bueno. Y como todos, también tenía defectos. Porque todos los tenemos.
Pero sólo en algunas personas pasan desapercibidos. Manuel tenía pocos defectos, muy pocos y todos confesables. Uno, del que incluso se jactaba con ironía, por eso lo comentamos, era la falta de puntualidad. Pero sólo él sabía hacer de ello algo intrascendente. Porque a fin de cuentas a quién le importaba que Manuel Amalio llegara tarde, si por lo común cuando por fin aparecía, cinco o diez minutos tarde, llegaba con la solución en la mano.
Amigo de sus amigos, y se hacía pronto amigo de quienes sin conocerle se acercaban a él con algún problema. ¡Si es que cuando terminaban de hablar era amigos! Comentábamos que parecía incomprensible. ¡Y qué decir de su tesón! ¿Quién no ha tenido la sensación de que Manuel Amalio hacía con uno lo que quería?
Porque a nosotros, al menos, nos ha pasado en más de una ocasión. Nosotros empeñados en ir por aquí y él que no, que por allá. Y nosotros, sin saber ni cómo ni porqué, allá acababa. ¿Era arte? No lo sabemos, era Manuel Amalio.
Sabía aportar y sabía ayudar y cuando podía lo hacía, sin esperar nada a cambio. Cuando veía situaciones de necesidad ahí estaba él. Cuando algún proyecto parecía irrealizable con todo podía y a todos nos podía. ¿Quién negaba algo a Manuel Amalio? Al enterarse de su fallecimiento nos decía Ruth Corchero, coordinadora de la Asociación que Manuel presidía, «era todo bondad». Y es verdad que lo era. Era bueno y lo transmitía sin esforzarse. Hasta cuando algo te contrariaba de él, ¡ojo! pudiendo él tener razón, era imposible abandonar el despacho enfadados. Tenía ese don, ese raro don, de suavizar cualquier situación, de echarte una mano al hombro y decirte algo que te hacía reír y decir: lo que tú digas. Y él respondía, ¡ves como no pasa nada!
Se ha perdido un gran hombre, hemos perdido un corazón de oro por culpa de un corazón anatómico fatigado. Siempre le echaremos de menos porque Manuel Amalio, Mánuel, era ante todo una gran persona».
Ángel Nicolás García y Manuel Madruga Sanz, presidente y secretario general de Fedeto.