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viernes, 22 de noviembre de 2024
Refugiados venezolanos con el padre José María Cabrero. matar
Refugiados venezolanos con el padre José María Cabrero.
Refugiados venezolanos en Toledo - 14 julio 2018

«Lo que éramos allí no importa porque ahora somos inmigrantes”. Ambar resume con esta frase lo que es para ella ser una persona que lo ha dejado todo en su país para buscarse una vida mejor en España, una nueva vida en la que no le amenacen los grupos armados afines al gobierno, en la que haya medicinas si ella o su familia se ponen enfermos y en la que no escasee algo tan básico como los alimentos.

El relato que hace de su país -Venezuela- es desgarrador, una auténtica crisis humanitaria en la que la gente muere por falta de comida o de medicamentos y en la que alzar la voz para protestar contra el gobierno se paga con penas muy elevadas.


Ambar ha preferido usar un nombre ficticio para no poner en riesgo a sus allegados que aún siguen en el país latinoamericano. Así lo han elegido también los otros cuatro venezolanos que han accedido a hablar con encastillalamancha.es -algunos ni siquiera han querido salir en la foto- para relatar la historia de este éxodo de personas que llegan a España por miles: de los 596 que pidieron protección internacional en 2015, se ha pasado a los 3.960 que lo hicieron en 2016 y a los 10.350 en 2017.

«Tengo una hija de 25 años a la que perseguían por salir a protestar». Este es el punto de partida de las amenazas que Ambar y su familia empezaron a recibir en Venezuela, amenazas que se transformaron en lanzamiento de piedras y de cócteles molotov a su casa. Es profesora y cuenta que llegó un día que ya no pudo más: primero salieron su hija, su madre y ella -hace justo un año-; su marido lo hizo hace escasamente cinco meses. En España hicieron una petición de asilo, un trámite que les ofrece protección durante seis meses, transcurridos los cuales «nos hemos quedado en el limbo», sin trabajo porque ser un inmigrante sin papeles no lo pone fácil. Sólo pide una oportunidad para trabajar, «que nos abran una ventana para no ser una carga». Además, los venezolanos «somos personas muy trabajadoras», «si no trabajamos no nos sentimos dignos y sentimos que estamos perdiendo el tiempo».

[ze_summary text=»"Es muy triste ver cómo vas perdiendo familiares porque no hay medicinas"»]

"Es muy triste ver cómo vas perdiendo familiares porque no hay medicinas"[/ze_summary]

 

Mira con mucha tristeza lo que está ocurriendo en Venezuela porque «antes la gente salía por razones políticas, pero ahora lo hacen por falta de cosas muy básicas». Añade que «es muy triste ver cómo vas perdiendo familiares porque no hay medicinas».

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Otro de los testimonios que sobrecoge es el de Alis, una profesora cuyas protestas en la calle le costaron una persecución en el plano laboral y personal. Perteneciente al partido opositor Acción Democrática, en 2017 lo que habían sido hasta el momento negativas de sus superiores a cobrar beneficios y a recibir ascensos, terminó convirtiéndose en llamadas en las que la avisaban de que no volviese a manifestarse porque la orden era matar, incluso un grupo motorizado llegó a rodear su casa y a gritarles desde fuera a ella y a su hermano que si volvían a salir les mataban. Tal era la situación de miedo y de desesperación que cuando iba atardeciendo, cogían una mochila y pasaban la noche en el monte.

Alis decidió poner tierra de por medio cuando guardias nacionales sin uniforme, con pistola en mano, le amenazaron con amanecer un día en una alcantarilla. Fue la gota que colmó el vaso.

Salió en octubre de 2017 rumbo a Colombia, donde consiguió trabajar pero también sufrir la xenofobia que se desató contra los venezolanos por culpa de los que cruzaban la frontera con malas intenciones.

[ze_summary text=»"Ver que no te alquilan un piso, que no te dan trabajo…"»]

"Ver que no te alquilan un piso, que no te dan trabajo…"[/ze_summary]

 

Hija de una maestra soltera que pudo sacar a sus cuatro hijos adelante y darles unos estudios, Alis se topó en España -su segundo destino- con una realidad muy dura. «Antes había venido aquí de paseo, para visitar familiares». Ahora la situación era bien distinta: «ver que no te alquilan un piso, que no te dan trabajo… todos mis parámetros dieron un vuelco. Me quería volver a Venezuela, me sentí acorralada…» Así fue hasta que acudió a Cáritas y conoció al padre José María Cabrero. Además de la ayuda que ha recibido para subsistir, «me han proporcionado calma espiritual» y «he comprendido que desde aquí puedo hacer más cosas para ayudar a los míos».

Como Alis, Rosario llegó a España junto a sus hijos y su marido después de ser perseguida en Venezuela por sus ideas políticas, mientras que en la historia de Eivan se mezclan razones políticas y de salud. Él llegó hace seis meses, unos pocos después de que lo hiciese su mujer, afectada por un cáncer y que hubiese fallecido de no haber hecho las maletas. Para cruzar el charco vendió su vivienda, un dinero que solo le permitió sobrevivir un mes en España. Hay que tener en cuenta que, tal y como relatan, el salario mensual en Venezuela es de dos o tres euros y que la inflación es del 14.000 por 100, unas condiciones que les hace imposible acceder a productos básicos y que sentencian a muerte a aquellos que necesitan un tratamiento médico como el que necesitó Mariela, diabética y trasplantada renal, quien no podía costear los 200 euros mensuales de sus medicinas en Venezuela, llegando a estar muy crítica.

Cáritas, una organización imprescindible para estas personas

Todos estos refugiados coinciden en mostrarse enormemente agradecidos por la labor de Cáritas Diocesana de Toledo, donde han encontrado un apoyo cuando más desahuciados estaban, una organización -sostienen- que les ha abierto una ventana hacia la esperanza.

El padre José María Cabrero contaba a encastillalamancha.es que, dentro del plan integral de ayuda a los refugiados de Cáritas, hay una línea específica de apoyo a los venezolanos. Considera que su situación es un «drama» y le sorprende que España y la Unión Europea se muestren tan pasivos. «España debería proceder a darles un estatus especial para que puedan salir adelante», comentaba.

En los últimos meses son alrededor de tres millones los venezolanos que han salido de su país. Sus principales destinos son Colombia, Brasil y Perú, «países que sí les están ayudando para encontrar un trabajo».

«Es una crisis humanitaria», señalaba Cabrero, quien apuntaba que «hemos acogido a muchos profesionales, gente que está deseando trabajar pero que no pueden hacerlo; personas muy preocupadas también por la situación de sus familiares en Venezuela ya que aquí a ellos no les falta comida, sanidad, educación y seguridad, pero allí no tienen nada de esto”.

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