La que van a leer es una historia real. Como la vida misma. Como la que le llevó a seguir los pasos de la Madre Teresa de Calcuta y recorrer esos mundos de Dios a pesar de las amenazas de muerte que sufrió. Una historia real, sí, la de Christopher Hartley Sartorius.
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«Siga jodiendo con la empresa y un día de estos va a aparecer tirado en un carril con la boca llena de moscas».
Leído así, sin más, puede parecer una de las frases del guión de una película de mafiosos en la que la venganza es el menú diario, pero…
Pero una vez más la realidad supera a la ficción y esas 23 palabras aparecieron un mal día escritas sobre un trozo de papel que deslizaron por debajo de la puerta de la casa donde vivía Christopher Hartley Sartorius, el misionero diocesano de 53 años que con apenas 15 llegó a Toledo para estudiar «en el mejor seminario que había en España».
Sí, apenas tenía 15 años… Hasta los 23 (sí, como las 23 palabras que aparecieron un mal día escritas…) vivió y estudió entre piedras históricas, culturas diferentes y bajo el manto de una ciudad que respira espiritualidad. Lo que no se imaginaba entonces era lo que iba a experimentar cuando, misionero por convicción y devoción a la Madre Teresa de Calcuta, decidió marcharse por esos mundos de Dios y acabar por las plantaciones de azúcar de la República Dominicana…
«Allí fue donde me di cuenta de que la esclavitud también existe en el siglo XXI», tal y como ha contado a encastillalamancha.es.
La historia de Christopher, de padre inglés y madre española, quien desde 2006 es cura de la diócesis de Toledo, «y por lo tanto mi superior es don Braulio», está llena de sobresaltos, de amor, de valentía, de desfavorecidos, de esclavistas, de…
De hecho, la Iglesia tuvo que sacarle de Dominicana porque las amenazas de muerte…
«AMA HASTA QUE TE DUELA; SI TE DUELE ES BUENA SEÑAL»
Pero regresemos a su adolescencia. Con 18 años conoció la historia de Teresa de Calcuta e inmediatamente después se marchó a Londres con los hermanos de la obra. Calcuta, en la India, o México fueron algunos de sus destinos posteriores.
«Tuve claro lo que iba a hacer desde que conocí a Teresa».
En su periplo misionero llegó en 1984 a Nueva York, en concreto al Bronx (también les suena por las películas y no porque sea un barrio donde se respira con seguridad) donde se ganó el cariño de los más desfavorecidos.
Madre Teresa siempre presente en su vida. «Ama hasta que te duela; si te duele es buena señal».
Años más tarde a Roma, donde en 1995 se doctoró en Teología; y vuelta a Nueva York, en este caso como párroco de la antigua catedral de San Patricio. Y en 1997 tuvo noticias de Antonio Diufain, misionero que también estudió en Toledo y que ya se encontraba en la República Dominicana…
«UN CURA EN EL INFIERNO» O «INFIERNO DE AZÚCAR»
«Antonio ya estaba allí y yo le seguí, ¿por qué no?». Christopher llegó a San José de los Llanos, en el país caribeño, en septiembre de 1997, «sólo 48 horas después de que muriera la Madre Teresa», pero no se imaginaba lo que se iba a encontrar.
Porque lo que vio superaba en mucho lo que hasta ese momento había conocido. Porque descubrió que la esclavitud no se había erradicado siglos antes, porque así trataban a los trabajadores haitianos que recolectaban azúcar en los bateyes dominicanos.
«Vivían como bestias, como animales, conocí el tráfico infantil, el de seres humanos… Era una auténtica violación de los derechos humanos». Que no estaba dispuesto a admitir.
Por eso en enero del año 2000 y aprovechando la visita del entonces presidente dominicano, Lionel Fernández, el misionero Christopher, durante su alocución pública como párroco de la zona, no dejó pasar la oportunidad y denunció alto y claro el régimen esclavista al que eran sometidos los trabajadores por parte de las empresas.
«Al día siguiente se produjo un cataclismo en el país, mis palabras estaban en todos los periódicos nacionales y las familias propietarias de los bateyes contrataron páginas enteras de publicidad en los medios de comunicación contradiciendo lo que yo había dicho».
Ese discurso delante del presidente levantó ampollas, sin duda.
Ampollas que reventaron en 2003, cuando Christopher narró al periódico español El Mundo los horrores descubiertos y consecuencia de ello publicaron un reportaje que titularon «Un cura en el infierno».
«ME DIJO QUE YO ME QUERÍA HACER FAMOSO A COSTA DE LOS POBRES»
Unos días después se reunía con uno de los dueños de los bateyes, quien llegó con el reportaje bajo el brazo. «Me dijo que mi problema era que yo me quería hacer famoso a costa de los pobres. Y yo le dije que él se había hecho rico a costa de ellos. A partir de ese momento empecé a vivir un combate a tumba abierta».
La labor de Christopher y sus colaboradores continuaba. No sólo la cuestión puramente pastoral, sino que se reunían con los trabajadores y les educaban e informaban de sus derechos, «algo absolutamente desconocido para ellos. Te pongo un ejemplo: los bueyes con los que trabajaban estaban asegurados y contaban con veterinarios; pero las personas no tenían ni una aspirina».
Realmente brutal…
Fue tal el trabajo del misionero que hasta llegó a intervenir la ONU e incluso Estados Unidos, principal importador del azúcar dominicano. Porque Christopher se encargó de que conocieran de primera mano cuál era la mano de obra que utilizaban para recolectar el azúcar.
Pero desde 2003 hasta 2006 la situación se volvió insoportable para él. Justo hasta que la Iglesia decidió que había llegado el momento de sacarle de allí porque había sufrido diferentes amenazas de muerte, tenía que vivir con protección policial… Y los mensajes debajo de la puerta.
«NO ME HICE VALIENTE POR UN ACTO DE CHULERÍA, NO SOY UN BATMAN CON ALZACUELLOS»
Ahora, años después de aquello, la terrible historia que Christopher vivió en primera persona en República Dominicana es la protagonista de un libro que ha escrito Jesús García, que se titula «Esclavos en el paraíso» y que se presentará en Toledo el lunes 19 de noviembre, a las siete de la tarde, en el Palacio de Benacazón.
El misionero toledano recuerda a encastillalamancha.es su llegada al país donde conoció el miedo, «y fue cuando supe si era valiente o no. Sólo el amor podía estar en el cimiento de la valentía. Juan Pablo II dijo: No tengáis miedo. Pero no me hice valiente por un acto de chulería, no soy un Batman con alzacuellos. Lo que vence el miedo es el amor, aun sintiendo miedo».
Eso lo dice quien no sólo ha recibido papeles con amenazas de muerte, sino quien también llegó a ser encañonado con una escopeta por los guardias de las plantaciones. Guardas que vigilaban para que los esclavos no se escaparan.
Efectivamente, a Christopher le tocó salir del país en 2006. «Yo allí ya no tenía marcha atrás, pero salí por un acto de obediencia a la Iglesia».
Ese mismo año regresó a Toledo a ver al arzobispo Antonio Cañizares. Fue entonces cuando se hizo cura de la diócesis «y ahora mi superior es don Braulio«. De ahí que una gran parte de su corazón esté en estas tierras.
Aunque estos días lluviosos de noviembre el padre Christopher esté en España, su vida desde 2008 se encuentra muy lejos de aquí. Es su destino. Ahora se ha ido a otra zona «infame», como él mismo la califica. En Gode, un pueblo situado en el desierto de Etiopía y en la frontera con Somalia. África en estado puro.
Un cúmulo de guerras, de piedras, de arena y de miseria. Un paisaje desolador. Y mucho peligro. Pero con la esperanza por bandera.
Han transcurrido varios años desde que el misionero leyera aquel papel por primera vez y que ahora recita de memoria. Son apenas 23 palabras, pero…
«»Siga jodiendo con la empresa y un día de estos va a aparecer tirado en un carril con la boca llena de moscas».
Christopher Hartley Sartorius, un ejemplo en todos los aspectos.
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