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15/11/2012junio 13th, 2017
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La Federación de Asosiciaciones de Periodistas de España (FAPE) ha proclamado el año 2012 «el peor de la historia». Aún no ha acabado y ya ha acumulado casi la mitad de los puestos de trabajado perdidos por los periodistas desde que empezó la crisis en 2008. Ni más ni menos que 8.300 compañeros se han quedado en la calle desde esa fecha, de los que 3.670 han perdido su empleo en lo que va de año.

La presidenta de la FAPE, Elsa González, ha pronosticado que 2013 no será peor. Y ojalá acierte. Pero yo creo que peca de optimista. Quizá no se destruyan tantos empleos el próximo año, entre otras cosas porque cada vez quedan menos que eliminar, pero me temo que proseguirá el ninguneo y el desprestigio en los que la profesión ha caído de lleno.


Perder la credibilidad es aún peor que perder el trabajo, y en eso no solo no hemos tocado fondo sino que ceeo que seguiremos en caída libre durante más tiempo.

Se nos ha perdido el respeto y, en parte, la culpa ha sido nuestra, por ceder a la tentación de acatar presiones a cambio de una vida más fácil periodísticamente hablando y mejor pagada, aunque solo fuera para unos pocos.

Nos comportamos como perros en tiempo de lobos y lo vamos a pagar muy caro, ya estamos haciéndolo.

En todos estos años de excesos la prensa no ha sido una menos, sino uno de los sectores que más ha crecido hasta formar una burbuja cuyo pinchazo está socavando la existencia de la empresa periodística y del oficio mismo.

El primer error grave fue dejar que cualquiera puediera ser periodista. Somos la única carrera en la que se puede ejercer con la categoría profesional de periodista sin estar colegiado o sin una homologación equivalente que exija haber cursado los estudios universitarios necesarios para poder trabajar.

Después consentimos que cualquiera pudiera ser empresario de prensa. Para no complicarnos nosotros la vida cuando más fácil era, nos pusimos a trabajar a las órdenes de cualquier arribista que se metía en esto en busca de prestigio social, dinero o simplemente influencia para lograr ambas cosas al mismo tiempo.

Especialmente en las comunidades autónomas, florecían medios de comunicación por doquier y al amparo de todas las demás burbujas. En estos medios la línea editorial se sometía a las necesidades del guión del Gobierno de turno a cambio de suculentas cuentas de publicidad institucional. El mismo servicio se les hacía a los bancos o cajas de ahorro de la zona y, ya puestos, cualquier cuenta grande podía vetar contenidos o, peor aún, alentarlos por falsos y propagandísticos que fueran.

La prosperidad cuajó, pero no llegó a todos, porque el periodita se perdió la fiesta. Es verdad que había trabajo para todos, pero ni se mejoraron las condiciones económicas ni se avanzó en el respeto a la condición profesional. 

Los periodistas cada vez pintan menos en las redacciones y la figura del director equivale en muchos casos a la de un títere al servicio de las mayores cuentas publicitarias. Hoy cualquier político que se precie puede tumbar a un director y no hace falta que sea de los más importantes.

¡Claro que ha habido honrosas excepciones! Pero no las suficientes como para poder hacer norma y resisitir las inclemencias del tiempo y del oficio.

Ahora solo la prensa digital, y sometida a condiciones de esclavitud, tanto para las empresas como para los periodistas, parece una ventana al futuro. Pero no lo será si mantenemos los mismos errores y miserias que en el pasado reciente.

Nadie nos va a resolver nuestros problemas si no dignificamos nosotros mismos el oficio. Sin credibilidad no hay periodismo y sin periodismo no son necesarios los periodistas. Bastará con secretarias/os que tomen dictados y los reproduzcan con rapidez.

Ojalá 2012 haya sido el peor año de la historia del periodismo.

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