Algunos dirigentes del PP y de Ciudadanos -y también de otros partidos- acostumbran a hablar una y otra vez en nombre de «todos los españoles», como si ellos representaran a toda la ciudadanía y como si cada españolito les hubiera encargado que opinen en su nombre. Tienen todo el derecho, e incluso la obligación, a dar su opinión sobre cualquier asunto; pero deberían tener siempre presente que no pueden hablar en nombre de todos, que no tienen autorización para hacerlo, que hay personas que no opinan como ellos, incluso en su propio partido.
Pedro Sánchez decidió celebrar un Consejo de Ministros en Barcelona, como gesto de distensión, diálogo y acercamiento a Cataluña, y allí se ha reunido el 21 de diciembre con su gabinete. Todos los presidentes del Gobierno, excepto Mariano Rajoy, han convocado algunas reuniones del Consejo fuera de Madrid –Suárez, González, Aznar y Zapatero lo hicieron en 14 ocasiones-, pero ninguno fue tan criticado por la oposición como lo ha sido el actual presidente del Gobierno.
El miedo de Pablo Casado a perder votos
En esa visita a Cataluña, como ha ocurrido en las anteriores reuniones del Consejo fuera de Madrid, Sánchez mantuvo un encuentro con el presidente de la Generalitat catalana, Quim Torra. Parece bastante lógico, aunque solo sea por mera cortesía, que el presidente del Gobierno se reúna con el presidente de una comunidad autónoma cuando la visita. Pero para el líder del PP, Pablo Casado, que ha endurecido su discurso y está llevando a su partido todavía más a la derecha -¿tal vez por miedo a que Ciudadanos y el partido de ultraderecha Vox le quiten más votos?-, esa reunión es «una humillación». Y, ya metido en la harina de las descalificaciones más allá de la legítima crítica, ha dicho que Pedro Sánchez se reunió con Torra para negociar «la ruptura de la soberanía nacional», que ha cometido «un acto de traición a España» y que el mando del independentismo catalán se ha instalado en La Moncloa. Y se quedó tan ancho. Puestos a decir tonterías, cada cual es muy libre de decir las que quiera, por supuesto.
Horas antes de que se iniciara el Consejo de Ministros en Barcelona y de la reunión de Sánchez con Torra, la dirigente de Ciudadanos Inés Arrimadas declaró a Radio Nacional de España que eso «humillaba a todos los españoles». Poco después, en los minutos que esa emisora pública dedica cada día a difundir llamadas y mensajes de los oyentes, una mujer telefoneó, dijo un rotundo «a mí no me humilla» y pidió a la líder del partido naranja en Cataluña que no hable en nombre de toda la ciudadanía porque a esa oyente, como a otros muchos ciudadanos, Arrimadas no la representa.
El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, también habló de humillación. Curiosamente, tanto él como Arrimadas y Casado han coincidido en sus críticas con el vicepresidente de la organización separatista catalana Òmnium Cultural, Marcel Mauri, quien también considera «una humillación» que el Consejo de Ministros se haya reunido en Barcelona.
Críticas si, pero serias y con fundamento
Es lógico que los separatistas catalanes critiquen esa reunión del Consejo de Ministros en Barcelona, porque en el camino a ninguna parte que han emprendido van a criticar todo lo que suene a España. Pero no parece lógico que dirigentes de partidos democráticos critiquen un gesto de acercamiento del Gobierno central a Cataluña, para intentar restablecer el diálogo como la única manera de resolver el problema catalán. Resulta cansino volver a decirlo, pero hay que repetirlo: a Pedro Sánchez, como a todos los presidentes, se le puede y debe criticar por muchas cosas, pero siempre con argumentos serios y con fundamento, no por intereses electorales y partidistas.
Desde hace años se ha utilizado en numerosas ocasiones el lema No en mi nombre, tanto en manifestaciones de protesta como en campañas masivas por internet: muchos musulmanes lo emplearon para protestar contra las atentados reivindicados por el llamado Estado Islámico en París en 2015, que causaron 130 muertos y más de 300 heridos; también sirvió para conmemorar el décimo aniversario de los atentados de 2001 contra las Torres Gemelas, en Nueva York; en España, el PP lo utilizó en manifestaciones contra la supuesta negociación del Gobierno de Zapatero con ETA…
Ahora, si algunos políticos continúan hablando en nombre de toda la ciudadanía habrá que decirles una y otra vez «no en mi nombre». Y habrá que recordarles, también, que en distintas manifestaciones durante la última década de crisis económica miles de personas han gritado en las calles la frase «no nos representan» dirigida a los políticos. Deberían pensar que no van a recuperar los votos y la confianza de la ciudadanía descalificando todo lo que haga el adversario simplemente porque no es de su partido, sino haciendo críticas con argumentos y proponiendo soluciones serias a los problemas, también para Cataluña. Pero probablemente esta es una petición imposible, porque faltan solo cinco meses para las elecciones municipales, autonómicas y europeas, y ya han empezado una larguísima precampaña.