«Penosas, duras, con frío y hacinamiento». Así describe María Aureliana las condiciones en las que viven aquellos que integran las caravanas de migrantes centroamericanos que sueñan con llegar a Estados Unidos, una realidad que esta religiosa natural de Daimiel (Ciudad Real) ha podido conocer recientemente y que así relataba a encastillalamancha.es.
Durante días ha estado ayudando a estas personas -la mayoría hondureños, guatemaltecos y salvadoreños- en el complejo deportivo Magdalena Mixhuca, en Ciudad de México, lugar que ha llegado a congregar a 7.000 migrantes «de todas las edades y condiciones… indígenas, mestizos, sanos, enfermos…». En general, «era gente que había tomado una decisión extrema por la miseria, la inseguridad; gente que se lo está jugando todo». Según pudo constatar, algunos huían de las maras, otros de amenazas y muchos escapaban del hambre y de la falta de trabajo.
María Aureliana, una daimieleña que salió de su pueblo en 1970 y que pertenece a la congregación de las Hermanas Pasionistas, cuenta que allí vio a la gente pasar frío y sufrir duras condiciones de hacinamiento. A pesar de ello «había coordinación». De la mano de la Conferencia de Institutos Religiosos de México y, más concretamente, del Centro para Migrantes de la Ciudad de México, se instalaron carpas de ropa, de medicamentos, de cocina… De esta última señala que se cocinaba desde las seis de la mañana hasta las nueve de la noche gracias, en buena medida, a la generosidad y solidaridad de muchas personas anónimas y de fábricas que donaban comida.
La principal labor de María Aureliana, y de las otras tantas integrantes de las 15 congregaciones que estaban en este complejo deportivo, era la de proporcionar alimentos, medicinas y apoyo y es que «parece que a las personas les damos confianza como religiosas».
Tras México -país en el que actualmente reside- viajó a Honduras, El Salvador y Guatemala, donde su comunidad también tiene religiosas. En este itinerario pudo comprobar cómo algunos de los migrantes que habían estado en México regresaban de nuevo a su país «desilusionados» pero también «conformes por estar con vida» y es que -tal y como ponía de manifiesto- «había muchos que no eran conscientes de lo que suponen tantos kilómetros».
La situación -añade- sigue siendo «crítica».
República Dominicana del Congo, Tanzania…
Además de en México y Centroamérica -donde han marcado mucho en ella los «martirios a sacerdotes, religiosas, laicos y comprometidos» que vivió en El Salvador-, María Aureliana también ha desarrollado su faceta misionera en el continente africano, en la República Dominicana del Congo, donde -con la ayuda de otras muchas personas- puso en marcha un centro educativo y de nutrición donde trabajaban y siguen trabajando con personas de todas las edades en la evangelización y la promoción humana.
Otro de sus destinos ha sido Tanzania. Aquí su comunidad levantó una clínica y centro de alfabetización y formación profesional para niñas.
De sus raíces, Daimiel -municipio al que acude cada tres años-, asegura tener grandes recuerdos, sobre todo de su familia, su colegio, sus amigos… «Siempre que vuelvo de allí lo hago animada a seguir colaborando en el trabajo por la paz, con justicia y dignidad, según el Evangelio».