Sorprenden mucho las declaraciones de algunos líderes políticos tras las recientes elecciones generales. Los que han perdido no hacen autocrítica sincera y buscan argumentos de todo tipo para justificar sus malos resultados. Y algunos de los que han logrado buenos resultados hablan como si hubieran sido incluso mejores y se atribuyen un papel que no les corresponde. Pero los datos son indiscutibles: el socialista Pedro Sánchez ha ganado, con el mejor resultado del PSOE desde hace 15 años, y es muy probable que gobierne en solitario y no en coalición, pese a las peticiones de unos y las presiones de otros.
Ya lo dice el refrán: quien no se consuela es porque no quiere. Y hay quien, para no asumir sus malos resultados y actuar en consecuencia -en algún caso, dejando el cargo que ocupa en su partido-, se consuela achacando la derrota a la división en la izquierda o en la derecha, o a lo que sea con tal de no reconocer que la responsabilidad, en buena parte, es de ellos.
El peor resultado de la historia del PP
Pablo Casado, presidente del PP, ha llevado a su partido al peor resultado de toda su historia y ha bajado de 137 a 66 diputados, además de perder la mayoría absoluta que tenía en el Senado. Tras ese batacazo, que no le ha llevado a dimitir, él y todos los dirigentes de su formación política dicen que tienen que volver a situar al partido en el centro derecha de la política. Pero, ¿quién les va a creer, si Casado lleva solo nueve meses al frente del partido y lo ha derechizado -sobre todo durante la campaña electoral- para intentar perder menos votos en favor del ultraderechista Vox?
Albert Rivera, líder de Ciudadanos, ha mejorado mucho sus resultados al pasar de 32 a 57 escaños en el Congreso, y se ha convertido en la tercera fuerza política por superar a Unidas Podemos. Pero él repite a diario que es el líder de la oposición y que se va a comportar como tal. Parece que no se da cuenta de algo elemental: mientras las matemáticas no fallen, y no está previsto que eso vaya a ocurrir, el PP tiene nueve escaños más que el partido naranja y le ha superado en más de 200.000 votos. Luego el líder de la oposición es, hoy por hoy, Pablo Casado, por mucho que le pese al presidente de Ciudadanos. Cuestión distinta es si Casado debería haber dimitido tras el batacazo del PP, como sostienen algunos, o debiera hacerlo si su partido también pierde votos en las elecciones municipales y autonómicas del próximo 26 de mayo.
Pablo Iglesias, líder de Unidas Podemos, ha recibido un serio varapalo al bajar de 71 a 42 diputados. Ha sido superado por Ciudadanos y ha pasado de ser la tercera fuerza política a la cuarta. Y puede dar gracias, porque todas las encuestas preveían que la pérdida de votos iba a ser aun mayor, pero en los últimos días de la campaña recuperó a una parte de su electorado.
Pablo Iglesias quiere entrar en el Gobierno
Iglesias repite todos los días que Pedro Sánchez debe constituir un Gobierno de coalición con Unidas Podemos. Quiere ser ministro. En su partido hay gente que no está de acuerdo en que formen parte del Gobierno del PSOE. Y en la dirección federal de su socio Izquierda Unida, que lidera Alberto Garzón, tampoco lo ven con buenos ojos porque creen que su papel es influir desde la oposición para mejorar las políticas del Ejecutivo.
Una pregunta: si Pedro Sánchez ha gobernado durante 10 meses en solitario (con ministros del PSOE e independientes, pero no de Unidos Podemos), cuando tenía 83 diputados, ¿por qué no va a seguir así ahora que tiene 123 escaños y probablemente no va a necesitar a los independentistas catalanes? Además, destacados miembros del Gobierno y dirigentes socialistas lo han dicho con toda claridad: su objetivo es gobernar solo con socialistas y personas independientes, como ha hecho hasta ahora. Por eso sorprende la insistencia de Pablo Iglesias en que su partido forme parte del Gobierno. ¿Tan obsesionado está con ser ministro?
Santiago Abascal, presidente de Vox, ha logrado entrar por vez primera en el Congreso con 24 diputados. Son menos de los 50/60 que esperaban en su partido, pero es un notable éxito. Se podrán compartir o no sus planteamientos, pero lo que no se puede aceptar es que él y su partido nieguen a la ciudadanía su derecho constitucional a informarse por cualquier medio, rechazando conceder entrevistas a los medios de comunicación -excepto a dos o tres muy minoritarios- y obstaculizando el trabajo de los periodistas. Todos los políticos, de cualquier ideología, deben tener siempre presente que la información no les pertenece a ellos ni a los periodistas, sino a la ciudadanía. Por eso no pueden restringir ese derecho ni limitarlo sólo a los medios que son amigos. La libertad de expresión e información es uno de los pilares básicos e imprescindibles de la democracia.
Ahora, una vez celebradas las elecciones generales, llega la hora de la verdad. Hay que pedir a los políticos que empiecen a trabajar cuanto antes y cumplan los compromisos que han anunciado en la campaña electoral, según la fuerza que les han dado los votos a cada uno de ellos y negociando con los demás. Y que no se olviden de escuchar siempre a la ciudadanía, no solo cada cuatro años cuando llega la hora de votar.