Por mucho empeño que pongan Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en explicarlo, les va a resultar muy difícil, por no decir imposible, convencer a sus votantes y a buena parte de la ciudadanía de que han hecho todo lo que estaba en sus manos para configurar un Gobierno progresista de izquierdas. Ni ellos ni los demás dirigentes de sus partidos podrán justificar el bochornoso espectáculo que han dado durante las últimas semanas y que ha llevado a que, tres meses después de las últimas elecciones generales, la posibilidad de tener que convocar otras en noviembre esté más presente que nunca. Ya pueden ponerse a trabajar para evitarlo.
El jueves 25 de julio, nada más concluir en el pleno del Congreso de los Diputados la votación en la que Sánchez no consiguió la mayoría de votos que necesitaba para ser investido presidente -obtuvo a favor solo los 123 de su partido más el del Partido Regionalista de Cantabria, frente a 155 en contra y 67 abstenciones-, portavoces de ambos partidos comenzaron a echarse la culpa del fracaso mutuamente unos a otros, como se esperaba. Pero eso no sirve para nada si no aprenden la lección y, por lo que se ha visto y escuchado, no parece que estén dispuestos a aprender algo.
Que cada palo aguante su vela
Cada cual responsabilizará más a los socialistas o a la formación morada, según sus simpatías ideológicas o su capacidad de aceptar las críticas y autocríticas. Pero la realidad es que los líderes de ambos partidos y sus respectivos negociadores tienen parte de la responsabilidad en este fracaso, en mayor o menor porcentaje según quien lo valore. Que cada palo aguante su vela y asuma la parte que le corresponda.
Primero perdieron casi tres meses desde las elecciones generales del 28 de abril hasta que comenzaron a negociar en serio (o al menos perdieron dos meses, si se les concede que no iniciaran las conversaciones hasta después de las elecciones autonómicas del 26 de mayo).
Después, el presidente en funciones -que es quien recibió del rey Felipe VI el encargo de formar gobierno, porque su partido ganó las elecciones- llegó a la sesión de investidura sin los deberes bien hechos, porque no se había asegurado antes los votos necesarios para ganar y ser investido. Y Pablo Iglesias, cuyos votos necesitaba Sánchez, reclamó un número de ministerios y de poder dentro del Gobierno que los socialistas y otros partidos consideraron excesivo. Más tarde renunció a entrar él en el Consejo de Ministros para allanar el camino a lograr un Gobierno de coalición PSOE-Podemos, y fue aplaudido por ello, pero su exigencia de un reparto de las carteras ministeriales exactamente matemático en proporción a los votos obtenidos por cada partido ha sido un obstáculo insalvable.
Verdades a medias y contradicciones
Entre medias ha ocurrido de todo: declaraciones contradictorias de una y otra parte, verdades a medias, filtración de documentos cuando se habían comprometido a ser totalmente prudentes y discretos durante las negociaciones… Unas estrategias que han producido en la ciudadanía la sensación de que solo les interesaba el reparto de los sillones del Consejo del Ministros.
Además, ese lamentable espectáculo ha estado acompañado por otros actores, entre los que destaca Albert Rivera. El líder de Ciudadanos, que se parece bastante poco al joven político que participó en la fundación de ese partido en Cataluña hace 13 años, parece que quiere impresionar con frases y lemas llamativos y esta vez no se le ha ocurrido otra cosa que llamar «banda» al presidente del Gobierno en funciones y los partidos que no se oponían a su investidura.
El lunes, durante sus intervenciones en la primera de las dos sesiones de investidura, Rivera habló hasta en 22 ocasiones de «Sánchez y su banda». El presidente del partido naranja tiene el derecho y la obligación de criticar las políticas del presidente del Gobierno y de su partido en lo que no comparta de ellas, porque para eso forma parte de la oposición -no como su líder, aunque él lo repite insistentemente, porque ese papel le corresponde a Pablo Casado que obtuvo más votos y más escaños que él-. Pero, por mucho que pueda fastidiarle, Sánchez no es el cabecilla de ninguna banda sino el presidente del Gobierno en funciones. La crítica política debe ser más seria y con argumentos de peso más que con frases llamativas en busca de titulares de prensa.
Poco después, la número dos de Ciudadanos, Inés Arrimadas, hizo lo que acostumbra a hacer: empezó a repetir ante los periodistas esa frase de su jefe, no se sabe si porque también la considera ingeniosa o porque forma parte de la nueva estrategia de un partido que cambia según le da el aire.
Que cada cual achaque lo que ha ocurrido a unos y otros, pero Sánchez, Iglesias y los demás dirigentes de ambos partidos deben iniciar ya mismo las conversaciones para evitar que el electorado tenga que volver a las urnas el próximo 10 de noviembre. Si no lo hacen, seguro que la ciudadanía les castigará como merecen. Y, lo que es peor, no perderán ellos sino todo el país. En el PP están más contentos que unas pascuas con esta situación, y tienen muchos motivos para estarlo.