Fran Alcoy, técnico del Talavera, que se la jugaba contra el Algeciras, revolucionó el equipo en busca de la reacción. Su equipo jugaba de negro, circunstancia que en Algeciras se decía, con esa guasa tan propia de la tierra, que era cosa de mal agüero, que no podría traer nada bueno.
No había mucho que contar hasta el primer cuarto de hora. Ni ocasiones ni goles. Los locales movían bien el balón, abriendo el campo, con sentido y criterio.
El que daba sensación de peligro -dominio, espacio y juego- era el Algeciras. Un disparo lamió un palo de la portería forastera en el minuto 15.
Solo jugaba y llegaba el Algeciras, El Talavera, negro, como su vestimenta. Una buena combinación local acababa en un disparo en la frontal de Antonio Domínguez, que el cancerbero talaverano rechazó al larguero, exhibiendo una estirada de lujo.
Era evidente que el Talavera atraviesa por horas muy bajas. Solo en los últimos minutos de la primera parte empezó a tener el balón y a estirarse pero sin mordiente. Lo mejor para los de Alcoy, que el juego más elaborado de los gaditanos carecía de mordiente. Por ello se llegó al descanso con 0-0.
Todo cambió en la segunda parte, por eso aún sigue siendo tan grande el fútbol a pesar de tanto tacticismo, cientifismo y profesionalismo. Fran Alcoy no tendrá queja de la implicación de sus jugadores con la causa, que incluye la suya propia.
Ocurrió que llegaron los centrales a la carga. El capitán San José fue el primero. Le llegó un buen servicio de Oca al segundo palo; lo más meritorio de la jugada fue el control exquisito, eléctrico, que hizo del pase todo un central. Y la definición fue propia de un «killer» del área, cruzadita y al palo largo. Irreprochable.
Y el Cádiz B, si quería café, pues una segunda taza. Después de que Oca desperdiciase un segundo gol tirando al muñeco, llegó el otro falso «armario», el central Juanra, para cabecear soberbiamente, de gran testarazo, girando ortoxodosamente el cuello, un córner botado por Damián Zamorano. Faltaban nueve minutos para el final. Para los aficionados talluditos, el cabezazo lo hubiera firmado el mismísimo Santillana.
Aún quedaba el tercero. Pablo Aguilera culminaba una contra (lo destacado fue cómo dejó sentado al defensor), aunque con la ayuda de Pablo Castro.