Los emoticonos y emojis se han alzado con la distinción de palabra del año que concede desde hace siete años la Fundación del Español Urgente (Fundéu), promovida por la Agencia Efe y BBVA.
Tras elegir “escrache” en el 2013, “selfi” en el 2014, “refugiado” en el 2015, “populismo” en el 2016, “aporofobia” en el 2017 y “microplástico” en el 2018, el equipo de la Fundación ha optado en esta ocasión por destacar el papel de estos pequeños símbolos en la comunicación.
Los emoticonos y emojis (y sus evoluciones: bitmojis, memojis, animojis…) forman parte ya de nuestra comunicación diaria y conquistan día a día nuevos espacios más allá de las conversaciones privadas en chats y aplicaciones de mensajería en los que comenzó su uso, señala la Fundéu BBVA en un comunicado.
Su innegable impacto en nuestra vida cotidiana, sus interesantes relaciones con el resto de los elementos que conforman la comunicación (palabras, frases, signos de puntuación…) y las perspectivas que se abren de cara al futuro han llevado a la Fundéu a ceder a los emoticonos y a los emojis la distinción de palabra del año.
La aparición en los años noventa de los emoticonos —pequeños dibujos creados con signos ortográficos que a menudo se leían inclinando la cabeza :-)— y su evolución ya en el siglo XXI hacia los emojis (pequeñas figuras dibujadas con valor simbólico) han supuesto un cambio evidente en el modo de comunicarnos.
“No se trata, por supuesto, de que los emoticonos y los emojis vengan a robarnos palabras o a pervertir nuestra lengua, que ha mostrado durante siglos su capacidad para adaptarse a los nuevos tiempos y a las tecnologías de cada época. Ni de que acabemos expresándonos solo con este tipo de elementos. Creemos más bien que constituyen un elemento más que contribuye a lograr el fin último de las lenguas: la comunicación entre las personas”, señala el coordinador general de la Fundéu BBVA, Javier Lascuráin.
[ze_summary text=»Puede que los emojis sean lo más cercano a un lenguaje universal que ha creado nunca la humanidad»]Puede que los emojis sean lo más cercano a un lenguaje universal que ha creado nunca la humanidad[/ze_summary]“En un mundo marcado por la velocidad, los emoticonos aportan agilidad y concisión. Y en un entorno en el que buena parte de lo que escribimos, sobre todo en chats y sistemas de mensajería instantánea, es comunicación oral puesta por escrito, estos elementos nos permiten añadir matices gestuales y de intención que de otro modo se perderían”, añade.
Además -señala la nota- muchos de ellos tienen el valor de la universalidad, el de poder ser entendidos por personas de muy diferentes culturas y lenguas. Como afirmó el presidente de la Fundéu BBVA, Mario Tascón, durante su intervención este año en el Congreso de las Academias de la Lengua en Sevilla, “puede que los emojis sean lo más cercano a un lenguaje universal que ha creado nunca la humanidad”.
Desde el punto de vista de la lengua, el uso de estos pequeños elementos plantea reflexiones y retos muy interesantes que ya se empiezan a abordar en las obras académicas: cómo usarlos en textos generales, cómo interactúan con el resto de las palabras, con los signos de puntuación…
La Fundéu BBVA es una institución sin ánimo de lucro cuyo objetivo es promover el buen uso del español, en especial en los medios de comunicación. Para ello emite cada día recomendaciones lingüísticas vinculadas a la actualidad informativa y responde cientos de consultas a través del teléfono, el correo electrónico, la web y las redes sociales.
La elección de su palabra del año, que llega en este 2019 a su séptima edición, es el fruto de los debates de sus integrantes, filólogos y periodistas, tras un año de trabajo con el lenguaje más relacionado con la actualidad informativa.
¿Por qué no es una palabra?
Porque han llegado para quedarse, porque todos los empleamos con naturalidad en las conversaciones más espontáneas del día a día, porque conviven en armonía integrados en nuestra lengua y porque el español no debe temerle nunca al progreso, la Fundéu ha querido que en 2019 los emoticonos y emojis ocupen el lugar de su palabra del año.
Las lenguas no deben temerle al progreso. A lo largo de su historia, el español se ha adaptado a los cambios tecnológicos de cada época y estos, lejos de minar su integridad lingüística, han servido para fortalecerlo y para ensanchar sus fronteras.
Desde la invención de la imprenta hasta las redes sociales, el español y sus hablantes han sabido y saben convivir con los cambios y aprovechar las nuevas formas de difusión y comunicación en todas sus vertientes. Si las lenguas no deben temerle al progreso, ¿por qué habríamos de temerle las instituciones que velamos por ellas?
Comunicar no es solo combinar palabras de acuerdo con unas normas gramaticales. Muchos otros elementos hacen posible que cada día nos entendamos: la entonación, los gestos o el conocimiento compartido del mundo, por citar solo unos pocos factores, son tan importantes como las mismas palabras que empleamos o las normas que rigen su concordancia. En cuántas de nuestras conversaciones un movimiento, un guiño o el propio tono de nuestra voz dan a entender una ironía, una broma, un sentido oculto…
No todas las lenguas, además, se basan en combinaciones de palabras tal y como las conocemos en español. Los sinogramas del chino o los silabarios del japonés, los pictogramas e ideogramas han servido, y sirven, como forma de comunicación en culturas milenarias y prestigiosas que llegan hasta nuestros días.
La concisión y la universalidad de los emoticonos
Además, y más allá de su estricto valor como piezas léxicas, hay símbolos cuya concisión y universalidad son, en ocasiones, la forma más rápida y directa de comunicar un mensaje de importancia: señales como peligro, la forma de un stop, los círculos verde y rojo de un semáforo, los gráficos o algunos símbolos… se descodifican al instante en casi cualquier parte del mundo y son, de hecho, una forma increíblemente eficaz de transmitir sencillas pero importantes indicaciones.
Todos hemos recurrido en alguna ocasión al mantra popular de que una imagen vale más que mil palabras. Las palabras, con todo su potencial, se nos quedan cortas a veces o, simplemente, son más lentas que la imagen (probemos a intentar explicar con palabras lo que es una simple esponja…, quizá lo más rápido es enseñar una cuando la tenemos a mano).
La rapidez de la imagen no es un argumento desdeñable, la velocidad importa hoy más que nunca y en las conversaciones cotidianas la máxima de la economía lingüística se cumple a rajatabla.
Comunicar la mayor cantidad de información en el menor tiempo posible, con el menor coste posible, hace que todos recurramos diariamente a esos pequeños elementos que, al alcance de nuestra mano y nuestros dedos, condensan gran parte de lo que queremos decir en el espacio que ocupa tan solo un carácter.
Los emoticonos o emojis hacen que se tarde menos en insertar una pequeña mano con un pulgar hacia arriba que en escribir «sí, de acuerdo» y que se comunique exactamente lo mismo.
Una ayuda en nuestra comunicación diaria
Pero no se trata de que los emoticonos y los emojis vayan a venir a robarle palabras al español, ni de que en el futuro todos acabemos hablando solo con estas piezas, estas pequeñas unidades de significante, de forma, y de significado, de sentido. Se trata de que son una ayuda en nuestra comunicación diaria. Cuando escribimos a otra persona que no tenemos cerca, los emoticonos ayudan a suplir toda la pragmática que compartiríamos si estuviéramos en el mismo lugar. Ayudan a comunicar todo el contenido suprasegmental: la entonación, por ejemplo; los gestos, la carita sonrojada que insertamos en WhatsApp después de disculparnos…
En la Fundéu sabemos que nadie que compitiera contra el futuro ganó nunca ninguna batalla. Por eso, lejos de censurar el uso de los emoticonos o de restringirlo a contextos poco formales o cultos, este año hemos publicado una recomendación con consejos para aprender a emplearlos adecuadamente. Enseñar, más que censurar, guiar, más que prohibir, son tareas que están en el corazón de nuestra labor.
La tecnología seguirá trayendo más cambios y novedades, hagamos que el español tenga el músculo entrenado, que esté receptivo y dispuesto a descubrir todo su potencial y no sentado como un espectador desdeñoso de los cambios. Porque esta, y ninguna otra, es la forma de asegurar una vida larga y plena a nuestra lengua.