sábado, 23 de noviembre de 2024
11/04/2013junio 13th, 2017
Enclm Enclm

La monarquía no es la forma típica ni propia de gobierno del siglo XXI. No nos engañemos. Su esencia, hereditaria y basada en privilegios, revienta las costuras de la arquitectura institucional de las sociedades modernas, cada vez más exigentes con sus democracias y muy especialmente en este tramo del siglo en el que las injusticias y diferencias sociales crecen, los pobres lo son cada vez más y los ricos, también.

Supongo que por eso, la monarquía es una excepción que solo se da en algunas democracias europeas que han hecho notables esfuerzos de transparencia y modernización. Aún y así pierden apoyo popular y donde se han quedado atrás en transparencia, lo están empezando a pagar.


La Corona española se encuentra ahora en uno de sus momentos más delicados desde que llegó al trono. El pueblo español, herido y abandonado al desempleo y el empobrecimiento creciente de familias y pequeñas y medianas empresas, no está dispuesto a conceder privilegios a nadie. Y si los sigue otorgando, quienes los reciban habrán de pagarlos muy caros y ser ejemplares y útiles en el desempeño de tareas que se consideren imprescindibles para el país.

Y la Casa Real no cumple en estos momentos ninguna de las dos reglas. Ha dejado de ser ejemplar y ya no se la considera imprescindible en la continuidad de la democracia, nacida y consolidada, sin embargo, en buena medida gracias a sus decisiones y actuaciones.

Pero hoy las instituciones, ni siquiera la Corona, pueden vivir de las rentas. El papel del Rey en la llegada de la democracia a España, en su consolidación tras el 23F o en operaciones económicas y políticas de gran calado para el país es innegable. Pero hoy, afortunadamente, el Estado tiene estructuras suficientes para hacer sus deberes y si no cumple o cumple mal no es porque se necesite un árbitro o moderador, sino porque quienes tienen encargadas esas responsabilidades no están a la altura. Algo demasiado frecuente, por otra parte.

Así que mantener la monarquía se me adivina un ejercicio harto difícil a medio plazo. Los jóvenes que en una o dos décadas ocuparán los diversos puestos de mando no la ven o la desaprueban abiertamente. Y entre los monárquicos o juancarlistas que aún quedan la defensa de su existencia cede. Ya van varias encuestas que avisan del declive de la monarquía y muy especialmente de su titular, Juan Carlos I. Algo mejor parado sale el heredero, pero ni uno ni otro harán sobrevivir a la institución que encarnan si no la devuelven al camino de la ejemplaridad y la utilidad.

Lo primero exige transparencia. Pero no de boquilla, sino real. El velo de silencio y opacidad con que la política, la empresa, la prensa y la sociedad han cubierto a la Familia Real en décadas pasadas se ha esfumado. Y no bastará con un cambio de caras, el Príncipe de Asturias en lugar del Rey, el mal es más profundo y el remedio ha de estar a la altura.

Pero, además, la Corona tendrá que convencernos de que es útil que la sigamos manteniendo y otorgando privilegios cuando ya la estructura del Estado y la sociedad es suficiente para encargarse de todo. Y cuanto ésta falla, como sucede ahora, la monarquía no está mucho mejor e, incluso, está peor.

Mirando el comportamiento de la clase política y el desafecto creciente (a ver dónde acaba) podrán tomar buena nota y ejemplos de lo que no se debe hacer para que te quiera el pueblo.

(Visited 30 times, 1 visits today)