Protestó todo lo que pudo contra la decisión del Gobierno de Castilla-La Mancha de suprimir el Consejo Económico y Social de la región, porque Juan Antonio Mata, su último presidente, creía firmente que desarrollaba una función útil para la Comunidad Autónona. Disuelto el Consejo, y después de haber sido durante prácticamente dos décadas uno de los protagonistas de la región, Mata volvió a su juzgado. Allí trata de ponerse al día con novedades legales y, sobre todo, informáticas.
El 29 de diciembre de 2011 el Diario Oficial de Castilla-La Mancha publicaba la ley de disolución del Consejo Económico y Social, lo que suponía que todos sus integrantes no funcionarios de la Junta quedarían en la calle. Era el caso de su último presidente, Juan Antonio Mata, que al día siguiente ya había solicitado su reingreso en la Administración de Justicia, cuyo puesto dejó vacante hace más de 30 años.
Fue entonces cuando dejó el juzgado de Primera Instancia número 5 de Albacete para dedicarse en exclusiva a tareas sindicales en Comisiones Obreras, sindicato del que llegó a ser secretario general en Castilla-La Mancha y a cuyo frente pilotó la época de mayor crecimiento en delegados y afiliados.
Fue durante una década protagonista del diálogo social en la región y luego, al frente del CES, uno de los personajes habituales de los medios de comunicación y un hombre influyente con amigos tan notables como el expresidente José María Barreda o el expresidente de la Confederación de Empresarios de Castilla-La Mancha Jesús Bárcenas.
El 29 de diciembre su vida de personaje público paró en seco. Lo sabía desde junio y a medida que se acercaba el momento había meditado jubilarse. Su edad y su larga vida de cotizante en la Seguridad social se lo permitían, pero quiso demostrar, según ha contando a encastillalamancha.es, que se puede volver a ser un ciudadano más y que este ejercicio, aunque duro, es democráticamente muy sano.
Así que el 30 de diciembre, al día siguiente de su cese en el CES, ya estaba en su juzgado de Albacete para tomar posesión de su plaza. El 2 de enero trabajaba con normalidad. Con toda la que se puede después de 30 años sin ejercer como funcionario del Cuerpo de Gestión de la Administración Procesal de la Administración de Justicia.
Algunas tardes recibe «clases» de compañeros que le ponen al día, ya sea en informática, ya en procedimiento. Cuando este periódico habló con él, esperaba a una compañera que prepara oposiciones para «repasar».
Asegura que sus compañeros del juzgado «me echan una mano», que se topa con alguna «cara de sorpresa al verme aquí» y que también ha recibido algún elogio: «el otro día una jueza me dijo que no esperaba verme tan suelto».
Otros muchos podrían seguir su ejemplo y demostar a los ciudadanos que en la vida pública se tiene que estar a las duras y a las maduras. Como cualquier ciudadano en su vida cotidiana.