«Era difícil que un español triunfara en Francia porque allí no nos querían. Nos mandaban a pensiones, al lado de la caravana publicitaria y no había quien descansara. Las pasábamos canutas». Así recuerda Federico Martín Bahamontes el primer Tour de Francia que ganó un ciclista español.
Más de medio siglo después y con 85 años, Bahamontes, «el Águila de Toledo», recibe a Efe precisamente en esta ciudad para recordar, en el centenario de la máxima competición ciclista del mundo.
P. Más de medio siglo después de su hazaña en el Tour de Francia, ¿sigue soñando aún con aquel 18 de julio y el maillot amarillo en el Parque de los Príncipes?
R. Más de una noche sueño con aquel día, y también me cabreo cuando me despierto porque me gana Anquetil. Aquello es el recuerdo con mayúsculas, un triunfo que me situó en la vida. Ganar el Tour es como el torero que triunfa en Las Ventas, para un ciclista es todo. Aquel escenario no tiene nada que ver con los Campos Elíseos, el público lo tenías encima.
P. De repente, en un 18 de julio, día de la Fiesta Nacional, va y se convierte en un héroe.
R. Para España fue algo increíble. Los franceses no nos hablaban, nos mandaban a las pensiones, con la caravana publicitaria, a sitios donde no se podía dormir. A partir de aquel día soy querido en Francia, aún me llaman de todos los lados.
P. ¿Qué recuerda de la recepción con Franco?
R. Camino del Palacio de El Pardo estaba la carretera tomada por la Guardia Mora a caballo. El Caudillo me habló de pelota vasca, tenis y otros deportes, pero le dije que no le podía seguir la conversación porque yo solo sabía de ciclismo. Me felicitó y me dijo que todos los deportistas debíamos intentar poner la bandera de España en el mismo lugar que yo.
P. Era el mejor escalador, pero si no es por los consejos de Fausto Coppi, que le convence de que debe luchar por la general, usted no gana el Tour.
R. Invité a Coppi a una cacería y comiendo migas me preguntó que por qué me centraba solo en la montaña si podía ganar el Tour. Me fichó para su equipo, el Tricofilina, y cambié de mentalidad. Fui al Tour del 59 en forma, iba en el llano y en la montaña subía hasta sin manos, y no me podían seguir. La conversación con Coppi fue clave en mi carrera.
P. Su carácter nunca dejó indiferente a nadie. Se le tachó de genio, de loco, de insolidario con sus compañeros…
R. Eran tiempos difíciles. Tenga en cuenta que a veces los bidones los llenábamos de paella, no siempre de agua. El hambre forjó mi carácter y en esas circunstancias haces de todo. En la primera carrera profesional, en Burgos, no teníamos dinero para la pensión y volví a Toledo en bicicleta. Por el camino robábamos tomates y todo lo que podíamos.
P. Vamos, que tenía usted muy malas pulgas.
R. Cuando te pasan por encima saltas, y si no saltas ni eres ciclista ni torero ni nada. Prefiero a la gente que habla alto y claro a los falsos. Ese genio lo reflejaba en carrera, conmigo siempre había batalla y si el pelotón iba despacio yo volaba. No paraba hasta romper el grupo. En Italia me dejaban por imposible y me decían: «Anda, vete y déjanos en paz».
P. También se decía de usted que iba muy sobrado por la vida. ¿A quien se le podía ocurrir comerse un helado en el alto de un puerto?
R: En los carteles de las carreras ponían «Bahamontes, el del helado». Iba escapado con dos franceses y un belga que tenía un ojo de cristal. Un coche hizo saltar una piedra y me rompió dos radios. Tuve que esperar en la cima al coche del director, y como tardaba me fijé que había un carrito de helados solo, ya que el heladero estaba viendo la carrera. Aproveché para servirme un par de bolas de vainilla. Era el mundo de la supervivencia.
P. ¿Le indigna el ciclismo actual?
R. Sí, porque se lo están cargando. Tienen que defender este deporte los que están dentro. Las firmas comerciales se gastan el dinero y los organizadores tratan de mantener el espectáculo, pero con batalla en carrera. El dopaje ha dañado mucho la imagen del ciclismo.
P. ¿Usted se ayudaba con algún producto que estuviera prohibido?
R. Yo me estimulaba con la «trompeta», un bidón que llevaba dos cafés, media copa de coñac y el colastier, que servía para regular el ritmo cardíaco. Eso lo llevaba en las etapas duras, porque si no ibas un poco excitado…
P. ¿Hubiese aceptado el dopaje sabiendo que podría ganar más carreras?
R. Que no me vengan con pamplinas. Para eso hay que prestarse y la salud está por encima de todo, es algo que no tiene precio. Yo dormía con la bicicleta y los bidones me los preparaba yo. Cuanto más veterano eres, más desconfiado.
P. ¿Se ve reflejado en algún corredor de los de ahora?
R. En Contador por sus condiciones de escalador, y algo en Valverde, que como Poblet, tiene llegada. Pero ya no hay corredores atacantes. Si en Francia me siguen recordando es porque fui un revolucionario en el pelotón, y eso lo han valorado más que aquí.