«Estimadas señoras y señores políticos de cualquiera de los colores del arco iris, agradezco su labor, y ciertamente no me gustaría estar en su piel…
Soy maestra de Infantil y orientadora, y trabajo en un colegio, en un pequeño pueblo de Toledo.
Cuando en marzo de 2020, ante el estado de alarma, nos confinaron, el país vivió una auténtica conmoción.
A lo largo de estos meses, se ha hablado mucho del quehacer de los sanitarios, empleados de supermercados, hostelería, ganaderos y agricultores, camioneros, personal de limpieza… Aplaudo su trabajo y sus desvelos, los valoro y los agradezco.
Poco, o nada, hemos escuchado de los docentes, maestras, maestros, profesorado…
Su labor ha sido callada, casi invisible.
Pero no podemos adivinar lo que ha supuesto.
Ellas, ellos, han “agarrado” a los niños y jóvenes y los han “cosido” a lo cotidiano, como se agarra con fuerza el hilo de un globo en un día de feria.
Los han atado a lo sencillo, entre colores y fichas, entre sumas y restas y ecuaciones, entre verbos y poesía.
Y lo sencillo, la mayoría de las veces, es lo que nos salva de caer en la incertidumbre, en el caos y el miedo.
Lo de menos eran las tareas a hacer, los exámenes, las clases virtuales, los correos o las llamadas telefónicas. Eso solo eran lazos que ataban a la vida y a la esperanza.
Llegó septiembre y los centros se prepararon, y las docentes y los docentes se arremangaron, y las auxiliares técnicos, y las fisios, y las auxiliares administrativos, y los conserjes, y el personal de limpieza y mantenimiento…Geles, mascarillas, gimnasios y bibliotecas convertidos en aulas…
Y, cuando en otras administraciones se trabajaba de manera telemática, nosotros “a pie de guerra”. Lo entiendo, trabajamos con seres humanos, y además, si los niños se quedan en casa, ¿quién los cuida cuando su familia trabaja? ¡Hay que comer! Y el pan no perdona…
Y nos hablan de entornos seguros, grupos burbujas… ¿Grupos quéeeeee? Una media de veinte niñas y niños por clase, cinco horas, cinco maestras y maestros, auxiliares técnicos, fisios…, sigue sumando, padres, madres, hermanos, tíos, abuelos…y llega hasta cien, doscientos… Y bajas, y sustituciones…
¿Burbuja? Imagino un pompero. Las burbujas perfectas son pocas, las otras se desvanecen antes de perderse en el cielo… Todas son bellas.
Y “estar en la cuerda floja”, llegar a esos niños, captar su atención… Sólo se tienen los ojos, las mascarillas ocultan dos tercios del rostro. La voz distorsionada, afonías y micrófonos (si tú te los compras, claro). La voz para llegar al miedo y al dolor, y a los números primos. Y pensar en los que podemos perder por el camino, en los que ya hemos perdido.
Distancia de seguridad… ¿Cómo no abrazar, así, de soslayo, a ese pequeño que llora? Abrazos furtivos, casi a escondidas, como los que se dan a un amor recién estrenado.
Mascarillas con mocos y arena, dónde no sabemos si “es peor el remedio o la enfermedad”, “lo que no mata, engorda…”
Y aquí no pasa nada, recuerda, “los centros educativos son entornos seguros…”
Ventanas y puertas abiertas, se pierde la voz y el calor, y un poco la risa. Y 14-15 grados, bufandas y abrigos salpicados de polvo de tiza… y la ilusión intacta. Y el miedo también…
Quizás las maestras y maestros, los docentes, todas las personas que trabajan en los centros educativos, no temen por ellos, pero tienen hijos bebés y madres y tías, y abuelos… Y siguen jugando a jugar a lo cotidiano, tejiendo una tela de araña que atrape los sueños y nos salve de no adivinar un futuro, un futuro mejor.
Y el 1 de enero, como cada año, vamos de estreno: llega 2021. Al comernos las uvas soñamos un año de luz. Y pienso en mi madre y un dicho manchego: “Otros vendrán que bueno te harán”. Espero que marre.
Y los Reyes Magos, además de regalos, traen a Filomena atada al camello. Y la nieve, que es magia desde la ventana, para, de nuevo, la vida. Carreteras cortadas, camiones y coches parados, hospitales colapsados, colegios cerrados…
Y ahora, en medio del caos, surge una pregunta importante, casi trascendente: ¿Cuándo recuperan los docentes esos tres días perdidos, esos tres días sin clase?
Señoras y señores políticos, no se preocupen, “no nos coge de susto”, seguimos arremangados, y estoy segura, estamos seguros, que estos tres días son los que salvarán al país».
Ana Isabel Molina Ureste, maestra de Educación Infantil y orientadora.
«Esto es un pequeño homenaje a mis compañeras y compañeros docentes, y a todas las personas que trabajan en los centros educativos poniendo el corazón».
“… lo que no se nombra, no existe” (Película “La buena estrella”. Ricardo Franco. 1997)»