Hay datos que nos permiten decir que se han corregido algunos de los desequilibrios más graves de la economía española. Y eso está bien, muy bien, pero saltar de los brotes verdes a la euforia sería una frivolidad que no nos podemos permitir y que no ayudará a mejorar la confianza ni en la economía ni en las instituciones.
Casi seis millones de parados y decenas de miles de empresas destruidas, más las que quedan aún por caer víctimas de la falta de consumo, de la sequía de crédito y de la morosidad pública y privada, son datos suficientemente elocuentes para dejar los discursos políticos en sus justos términos. Es comprensible un «mejoramos» y «estamos más cerca del final». Pero no es un «estamos dejando atrás la crisis», porque la crisis se queda. Es mejor un «mejoramos», pero queda mucho por hacer que reiterar eso de que «ya ha pasado lo peor», porque lo peor solo ha pasado para una parte.
Para los millones de parados lo peor seguirá todo este año y el que viene, ya que la creación de empleo neto prevista para 2014 es muy pequeña para la magnitud del problema.
Lo peor no ha pasado para las miles de empresas que cerraron o las que capean el temporal sin saber si llegarán a la orilla después de tanto sacrificio.
Con un Producto Interior Bruto que depende prácticamente en un 80 por 100 del consumo interior, las alegrías del turismo y las exportaciones son motivo de satisfacción, pero no podemos creer que ellos solos taparán los demás agujeros. solo una reducción efectiva del paro lo conseguirá.
Es lógico destacar lo avanzado, pero no a costa de frivolizar sobre lo mucho que queda por recorrer, porque lo que resta afecta a la mayoría de la población y dentro de ella a los ciudadanos y empresas más débiles.
Nadie duda que en buena parte esta crisis es de confianza, pero no solo de ella. Y recuperarla exige que los ciudadanos perciban una correspondencia entre lo que dice el Gobierno y lo que vive la sociedad.
Sean prudentes, hay aún mucha gente sufriendo y para rato.