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07/11/2013junio 12th, 2017
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La reunión que la pasada semana mantuvieron el consejero de Sanidad, Ignacio Echániz, y el alcalde de Toledo, Emiliano García-Page, que une a su condición de regidor la de secretario general del PSOE en Castilla-La Mancha, es sin duda el mejor, por no decir el único, camino para sacar adelante y cuanto antes el hospital de Toledo, que va camino de convertirse en una obra maldita.

Digo maldita porque aunque no todos han pecado por igual, nadie está exento de alguna culpa. 


Por los pacientes presentes y futuros y por el personal sanitario, que acude angustiado cada día que pasa al viejo hospital, un centro que estalla por todas las costuras y que adolece de graves carencias, entre las que las de seguridad no son un excepción, el diálogo se presenta como el único camino para sacar adelante la obra, aún recortada, y esperar a mejorarla cuando las circunstancias acompañen.

La apertura de diálogo entre quien hace la obra y quien tiene en su mano gran parte de los permisos para hacerla es una esperanzadora noticia después de dos años de mutuos reproches y acusaciones. Ni Echániz tiene la culpa de la herencia recibida ni Page de los desmanes en la ejecución de la obra. Ambos son listos y políticos, los más indicados para que la obra avance, aunque tenga críticas y sea susceptible de mejoras y ampliaciones en el futuro.

Es verdad que el proyecto replanteado por el Gobierno de María Dolores de Cospedal es más pequeño y que puede quedase corto antes de tiempo, al menos del tiempo con el que se calculan obras de estas características. Es verdad que los médicos han presentado serias alegaciones. Es verdad que la suspensión de la obra y la liquidación del contrato con los anteriores adjudicatarios no se hizo con suficiente transparencia.

Pero no es menos cierto que la obra del nuevo hospital de Toledo se había convertido en un dislate sin control, una fuente de gastos suntuosos, de la que unos cuantos -muy pocos- se aprovechaban y que amenazaba con abrir un agujero aún mayor que el del déficit que dejó el Gobierno anterior. El nuevo hospital se iba de las manos y era una patata caliente para cualquiera que la heredara y el PSOE no puede obviar esa situación.

Cuentan que hasta algunos trabajadores de la obra paralizada se quejaban a sus sindicatos de que en tiempo de trabajo del hospital a algunos les mandaban a hacer obras particulares de algunas empresas adjudicatarias. Los reformados son de un calibre más que preocupante. Por sí solo, el hospital de Toledo que se estaba construyendo y, sobre todo, cómo se estaba construyendo, era un marrón considerable para cualquier consejero de Sanidad. Una factura como esa puede paralizar un departamento. Y Echániz se encontró otras 150.000 sin pagar. Así que… 

Toca templar gaitas, porque ambas partes se necesitan y, sobre todo, lo necesita la provincia y la región. Mejor avanzar, aunque no sea el hospital ideal. Nadie impedirá a ningún Gobierno mejorar esas instalaciones si lo cree necesario y es económicamente posible. Ni hay porqué dejar de debatir sobre el mejor modelo de gestión y hasta dónde lo público o lo privado.

De la misma manera que el actual Ejecutivo tendrá que entender las críticas del recorte, porque cuando se hacía la obra que ahora consideran faraónica los portavoces del PP no denunciaban precisamente eso, sino que metían prisa para acabarla cuanto antes y, de propina, construir otro hospital en La Sagra.

Esa obra se necesita tanto como comer en la provincia de Toledo. Escuchar a los médicos del Virgen de la Salud pone los pelos de punta. Toledo, la tercera parte de la población castellano-manchega, es una trampa sanitaria con un viejo hospital que no aguanta y otro nuevo que no arranca.

Es mejor que miren para el futuro y saquen adelante ese hospital. En el pasado, ninguna de las partes tiene mucho que ganar.

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