lunes, 23 de septiembre de 2024
Un mito de la escena española 24/11/2013junio 12th, 2017

La última instantánea del fotógrafo Pepe Castro es la del veterano e insigne actor español Arturo Fernández, quien no necesita presentación, al menos para las generaciones no tan jóvenes.

«Eterno galán de la pantalla y los escenarios, empezó en esto de la farándula casi sin quererlo tras llegar a Madrid desde su Gijón, sin saber muy bien qué le depararía el destino. Tras una larga trayectoria profesional ha demostrado cuál era su destino y se ha colocado entre los mas grandes y mas queridos artistas de nuestro país.


«Chatín», le llaman sus amigos, por la costumbre que tiene de utilizar continuamente este adjetivo. ‘Es que soy muy malo para los nombres y así no fallo’, me confiesa, cuando le pregunto el por qué.

Hemos quedado en el madrileño teatro Amaya. Él ha preferido que hiciéramos esta sesión en el mismo lugar donde está trabajando y solo una hora antes de salir a interpretar su papel en la obra «Los hombres no mienten». Cuando llego al teatro, en la taquilla pregunto por Arturo; en seguida le avisan, pero en vez de dejarme pasar a su encuentro es él quien sale a recibirme y me acompaña hasta el escenario.

– Qué te parece aquí, Pepe, es buen sitio, no? Si necesitas luz podemos avisar para que pongan más.

– Excelente. No, no necesito luz. Me lío con ello ya mismo -le respondo.

El escenario está preparado para la obra, así que procuro no descolocar mucho, no vaya a ser que la líe. Solo muevo un poco un sofá, que aprovecho para apoyar en él un fondo desplegable. No encuentro nada a mano que pueda utilizar para sujetar un reflector en el lugar en que quiero ponerlo. Rebusco por detrás del escenario y encuentro una silla plegable que me va a servir de apoyo.

Arturo se ha quedado conmigo durante todo el proceso, aunque le he dicho que no hacía falta, que le avisaría cuando terminara. Le preparo un asiento delante del fondo e ilumino el lugar con un solo flash.

– Todo listo, Arturo.

Se sienta y me confiesa lo poco que le gusta que le hagan fotografías. Yo le tranquilizo diciendo que solo quiero hablar con él, que no quiero que piense en cómo ponerse, que todo va a ir surgiendo de manera natural. Y eso hacemos, hablar.

Tengo la cámara en la mano, pero no la utilizo aún. Le voy preguntando algunas cosas que me interesan de su trayectoria y al cabo de unos minutos empiezo a hacer alguna toma. Esto va bién, así que sigo hablando mientras disparo de vez en cuando. Al cabo de unos minutos me deja una mirada muy «pícara» y reconocible que no dejo pasar…

¡ClicK!»

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