Con su retrógrada ley del aborto, esa que nos deja al nivel de Irlanda y Malta, el Gobierno se ha complicado tanto el panorama que hasta ha aparecido la primera encuesta que da, por primera vez, que el PP está por detrás del PSOE en intención de voto. La publicó el diario El País en su edición del domingo, realizada por Metroscopia y revela que los socialistas aventajan a los «populares» en un punto y medio.
Más allá de que la encuesta sea una amenaza real o la constatación de un cambio de ciclo, que no creo que sea ninguna de las dos cosas, porque el PSOE tiene aún asignaturas importantes que aprobar, lo que sí demuestra es que el desgaste del Gobierno y del PP campa a sus anchas justo cuando el partido que prometió la recuperación económica de España empieza a tener señales de ella.
Bien es verdad que la economía mejora de manera lenta y agudizando las desigualdades, pero lo cierto es que mejora. Obsesionado por los datos macroeconómicos después de un annus horribilis y una herencia endemoniada, el Gobierno se lanza a hablar de economía y nada más y se olvida del resto, dejando de lado lo más importante para un gobierno y un partido político, la POLÍTICA.
Se da así la circunstancia de que el por el lado económico no logra parar su caída en intención de voto y por el lado político van de metedura de mata en metedura de pata aún mayor. La ley del aborto ha sido solo el último y más letal ejemplo. No en vano la rechaza el 80 por 100 de la población según el citado sondeo.
No avanzan en el relato económico porque, como digo, la recuperación va muy despacio y todavía no se percibe ni en las clases medias ni en las bajas ni en las pequeñas empresas; o sea, que el grueso de los votantes no ve por ningún lado la ansiada mejoría ni la luz al final del túnel.
Y por el lado de la política, el Gobierno se ha lanzado a saltarse todas las reglas del savoir faire de la cosa pública, que consiste en escuchar, estar cerca y gestionar soluciones para los ciudadanos, además de explicar cada paso, ya sea solución o problema. Es la política la que mueve a los ciudananos a la fe, la esperanza, la determinación y la confianza. Que el FMI mejore sus previsiones para España es, a estas alturas, un remedio que no alcanza al mal.
Por el contrario, se ha hecho una ley sin escuchar y se impone sin dialogar; al menos, de momento. Una ley que no quieren ni siquiera la mayoría de los votantes «populares», como han demostrado las quejas de sus dirigentes más valorados y centrados. En definitiva, una ley que no tiene nada de «previsible» ni de sensata», las virtudes con las que Mariano Rajoy prometió gobernar. Es verdad que el PP llevaba en su programa reformar la norma vigente, pero ni siquiera sus votantes más a la derecha se esperaban un caramelo así. Y todo, ¿para qué? ¿Un gesto al extremo para perder todo el centro del campo?
Centrándose en una economía que aún no resulta tangible para la mayoría se han olvidado de la política, que es la base para mantener la confianza del pueblo en un momento tan complicado. Y el mal desempeño de la tarea política hace que se generen conflictos no necesarios, como el aborto; o que no se salga airoso de otros inevitables, más complejos y muy anteriores a este Gobierno, como el eléctrico.
Se ha santificado la importancia de lo económico desde que trascendió que el estratega de campaña James Carville le dijera a Bill Clinton aquello de «¡Es la economía, estúpidos!». Cuando todo se daba por perdido, aquel grito giró la campaña y el político demócrata derrotó a George Bush padre para alzarse con la Presidencia de los Estados Unidos.
Creo que si Rajoy fichara hoy a James Carville o a su equivalente, le diría: “!Es la política, estúpidos!”. Quizás por eso la ministra mejor valorada del Gobierno ha pasado a ser la discreta Ana Pastor, que va desactivando conflicto tras conflicto entregándose a los secretos del buen hacer político, que no son otros que escuchar, tirar de mano izquierda y negociar hasta la saciedad. Tomen nota el resto. Creo que si la tragedia de Angrois o el conflicto de Sacyr y Panamá hubieran caído en las manos de otros ministros, habrían acabado en polvorín.
La política es el camino, la economía solo una de las herramientas para conseguir el fin, servir a los ciudadanos.