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27/02/2014junio 9th, 2017
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Mientras los analistas y los asesores se debaten en la dicotomía de si es mejor armar el discurso en torno a la economía o a la política para recuperar la comunicación y la confianza de los ciudadanos, un tercer frente se abre paso con zancadas de gigante y como una auténtica ciclogénesis: la Sanidad.

Pocas cosas nos hacen sentir tan vulnerables como la salud y todo cuanto la rodea, así que el efecto de los recortes sobre el sistema público han desatado una nueva ola de indignación ciudadana, aunque no se manifieste en masivas manifestaciones callejeras. La actitud de los partidos políticos jugando al «y tú más» no ayuda a que se haga la luz ni a debatir racionalmente sobre el asunto y mucho menos a encontrar unas soluciones que creo que tienen que ser pactadas para ser duraderas y eficaces.


Porque creo que los ciudadanos, más abonados al sentido común y menos a los privilegios que la clase política, lo tienen bastante claro.

Si a un ciudadano se le pregunta qué le parece que se haya habido  dispendios en sanidad, que no se pagaran las facturas de las clínicas privadas, que hubiera privilegios entre los médicos o que se utilizaran materiales de lujo servidos por unas determinadas empresas para el nuevo hospital de Toledo, le parecerá mal.

Y si le preguntan qué le parece que se agolpen los pacientes en los pasillos de urgencias de los hospitales dirán que también les parece mal. Tengan estos pacientes 90, 3 o 30 años. Permanecer en el pasillo durante horas o días no se corresponde, en el siglo XXI, con el concepto de estar correctamente atendidos, por muchos médicos que vengan a verte, si es que vienen. No se empeñen, no nos hagan tragar con ruedas de molino.

Ni el PSOE puede lavarse las manos al dejar una herencia envenenada que ha obligado a medidas endemoniadas ni el PP puede limitarse a amenazar y descalificar a quienes cuentan lo que hay y se quejan de las condiciones actuales de la Sanidad, sean médicos, pacientes o periodistas.

La salud importa demasiado como para que se sigan manteniendo escenas como las que se viven en la actualidad sin esperar coste político por ello. Tampoco caigan en el error de pensar que echarle la culpa al otro bastará para alejar el fantasma.

Mientras se sigan viendo tantos coches oficiales es muy difícil creer que sobran médicos, enfermeras o celadores. Ya sé que se han recortado muchos privilegios en prebendas en todas las administraciones, pero dados los tiempos sigue habiendo aún demasiadas y demasiado indefendibles si el precio es un médico o un profesor.

Ya sé que no está en el parque móvil la sostenibilidad del sistema público de salud. Pero hace falta la misma sensibilidad para entender que hay que eliminar casi todos los coches oficiales (sobre todo los que solo sirven para dejar al cargo público en casa) que para encontrar soluciones nuevas a una vieja necesidad.

Si está claro que necesitamos un pacto por la educación para poder mejorarla en España, no lo debería estar menos que necesitamos otro por la Sanidad. Y con urgencia(s).

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