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27/03/2014junio 9th, 2017
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De Adolfo Suárez se pueden decir muchas cosas buenas y, por qué no, también otras negativas y muy críticas sobre su actuación en la vida política. Pero nadie podrá negar un hecho: en un tiempo récord y con la colaboración de otros dirigentes políticos, consiguió transformar la Dictadura surgida de un golpe de Estado en una joven y esperanzada democracia, como exigían en su época la gran mayoría de los ciudadanos para vivir en libertad.

Suárez escuchó la voz de la calle, supo acomodarse a los tiempos y pasó de ser secretario general del Movimiento –algo así como el partido único del régimen de Franco– a impulsor de la democracia. También supo lograr, y esto es lo que más se ha recordado estos días tras su muerte, que todos los dirigentes políticos de la oposición hablaran, negociaran, renunciaran con generosidad a parte de sus postulados y, en beneficio del interés general, alcanzaran importantes acuerdos. Hay que destacar, sobre todo, el papel que jugó el entonces secretario general del Partido Comunista de España, Santiago Carrillo. Cualquier parecido con la realidad actual es pura coincidencia.


RECONOCIMIENTO A SU TRABAJO

El martes 25 de marzo el cielo de Madrid amaneció nublado, como si quisiera mostrarse triste para acompañar el sentimiento de pesar de los miles de ciudadanos que despidieron para siempre al primer presidente de la democracia. Sus hijos, nietos y otros familiares pueden estar satisfechos y orgullosos, y hay constancia de que lo están, porque después de tanta ingratitud y maltrato como Suárez recibió en vida, incluso de su propio partido, finalmente ha visto reconocido el esfuerzo que hizo para transformar la dictadura franquista en una democracia y para que España pudiera empezar a mirar a Europa de tú a tú y muchos políticos europeos dejaran de pensar que África empieza en los Pirineos. Reconocimiento tardío, eso sí.

Desde que los médicos dijeron que le quedaban apenas 48 horas de vida y su hijo Adolfo lo anunció, el viernes 21 de marzo, se ha dicho y escrito todo sobre la figura de Adolfo Suárez y su contribución a recuperar la democracia. No hace falta, pues, repetirlo. Pero sí hay que resaltar los gritos que más se escucharon el martes, intercalados entre aplausos y más aplausos -mientras los restos mortales de Suárez eran trasladados desde el Congreso de los Diputados hasta la madrileña plaza de Cibeles-, procedentes de ciudadanos hartos y hasta desesperados que acudieron a despedir al primer presidente de la Democracia: «Aprended de Suárez», «que sirva de ejemplo», «el hombre más honrado es Suárez», «ha muerto un hombre honrado»…

«HONRADEZ» Y «EJEMPLO»

Honradez y ejemplo fueron las palabras más repetidas por los ciudadanos, desde las aceras de la carrera de San Jerónimo y el paseo del Prado, cuando pasaban delante de ellos, en el cortejo fúnebre, Mariano Rajoy, los más altos representantes de los otros poderes del Estado, presidentes de comunidades autónomas, la alcaldesa de Madrid, diputados, senadores…

No se puede comparar la situación de la España actual con la de entonces, porque los tiempos que le tocó vivir a Suárez como presidente del Gobierno eran totalmente distintos a los de ahora. Pero sí se puede comparar la actitud del político y presidente; y, en esto, él gana a todos sus sucesores al menos en una cosa: su espíritu de consenso y sus esfuerzos para alcanzar acuerdos con todos los partidos políticos, hasta que los conseguía.

La muerte de Adolfo Suárez ha conseguido el casi milagro laico de ver juntos y hablando con total normalidad, por primera vez en muchos años, a los tres ex presidentes del Gobierno vivos, Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero, todo un símbolo de unidad.

Unidad es también lo que muchos ciudadanos pedían a gritos al presidente y a los políticos de ahora. Pero, lamentablemente, se puede vaticinar sin temor a equivocarse que ni van a estar unidos ni van a tomar ejemplo de los esfuerzos que hizo Suárez para alcanzar acuerdos. El miércoles 26 de marzo ha sido el último de los tres días de luto oficial y será, también, el final de la tregua que los dirigentes políticos han mantenido por el fallecimiento del primer presidente de la democracia. Alguno incluso ni siquiera ha respetado esa tregua, como el presidente catalán, Artur Mas, que tuvo la poca educación de aprovechar su visita a la capilla ardiente para hablar del lío en el que ha metido a los catalanes y al resto de los ciudadanos del Estado, por sus intereses políticos personales.

Los restos mortales de Adolfo Suárez descansan para siempre junto a los de su esposa, Amparo Illana, en el claustro de la catedral de Ávila, bajo una lápida en la que figura esta frase: «La concordia fue posible». Una sugerencia: a algunos políticos actuales habría que recomendarles con frecuencia, a partir de ahora, que visiten esa hornacina de la catedral abulense a ver si se les pega algo del epitafio que acompañará a Adolfo Suárez y su esposa para siempre.

Y EN CASTILLA-LA MANCHA…

En noviembre de 2013, el PP votó en contra de que el Ayuntamiento de Toledo diera el nombre de una calle a Adolfo Suárez, como propuso el alcalde y líder del PSOE regional, Emiliano García Page. La portavoz de los concejales «populares», Claudia Alonso, afirmó que, con esa decisión, el alcalde «podría sacar beneficio político» y eso sería ofensivo para Suárez.

Ahora se ha anunciado que el Ayuntamiento de Madrid dará el nombre de Adolfo Suárez al aeropuerto de Barajas, el de Albacete le dedicará una calle y el de Guadalajara un parque público. En los tres gobierna el PP. ¿Qué hará la portavoz de los «populares» toledanos cuando García Page vuelva a proponerlo? ¿Mantendrá su negativa, con la incoherencia que supondría acusar de beneficiarse políticamente al alcalde socialista y no a los de su partido que han hecho lo mismo, o rectificará, reconocerá su error y apoyará la iniciativa?

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