El programa televisivo «Cuarto Milenio», de Cuatro, va a tratar en su programa del domingo 13 de noviembre una historia real de vampirismo. Así, como suena, ratificada por sendas crónicas periodísticas y la correspondiente investigación y actuación de las autoridades. Corría el año 1902 en La Pueblanueva cuando una mujer descuartizaba a una niña por pura superstición. La criminal, Eugenia Cantarero de la Peña, tras sufrir la desgracia de ver morir a un hijo de 26 años y una hija de 16 de tuberculosis y tener a otros dos vástagos empezando a sufrir el mismo mal, se aferró a la idea, muy común entonces entre la gente pobre ignorante, de que la enfermedad solo se curaba con una transfusión de sangre. La mujer mató a una niña de seis años, Macrina de la Nava, de un golpe en la cabeza con una piedra, y más tarde, durante tres días y con la ayuda de su madre, hizo beber la totalidad de la sangre de la niña a sus dos hijos enfermos.
Tras la aparición del cadáver de la niña, la Guardia Civil detuvo a su padre y a Bonifacia Corrochano, novia de este, quienes aportaron coartadas que desecharon su implicación en el crimen. Tras ser registrado el domicilio de Eugenia Cantarero sin resultados, un niño llamado Evaristo Lorente Cerro confesó que el 6 de agosto vio a la madre de la sospechosa, Lorenza de la Peña, en el paraje donde la niña fue hallada, quien al pasar al lado del crío torció un poco su ruta y se tapó la cara con el pañuelo de la cabeza.
Después del reconocimiento de la casucha de Lorenza se hallaron rastros de sangre, dos rodales de grasa cadavérica y un pañuelo de la niña con sangre. Se supone que el crimen se cometió de esta guisa: Eugenia hizo entrar a la niña en la casa, a la que mató golpeándole la cabeza con una piedra, la cual tenía adherido cabello y parte de masa encefálica. Espantada por el crimen, Eugenia esperó a su madre, quien trasladó el cadáver al sitio donde apareció, cortándole antes las piernas para que cupiera en la espuerta. De las piernas solo se encontró un trozo corto de tibia, creyéndose que los perros se comieron el resto.
No se sabe cómo la madre obligó a sus hijos a tomar la sangre de la niña. Tal vez la endulzara un poco con miel o les tapara las narices para hacérsela tragar como una purga. La mujer acabó sola en la cárcel porque los hijos terminarían muriendo ahogados en su propia sangre.
La casa de la criminal acogió el cadáver de la niña dos días, del 4 al 6 de agosto, tiempo suficiente para que los hijos le sorbieran hasta la última gota de sangre de Macrina. La abuela también acabó siendo cómplice y colaboradora del infanticidio. Tras matar a la niña, le cortarían la arteria para que saliera de ella un grifo de sangre. Con espeluznante frialdad acabaron troceando acabaron troceando a la pequeña Macrina de dos hachazos para que cupiera en una espuerta.
La historia fue recogida en «El Adelantado» de Salamanca y en «El Imparcial» de Madrid.