A sus 29 años, Miguel García, trillano oriundo, cambió su Guadalajara natal por Enschede, una ciudad universitaria holandesa en la que este doctor en Química Analítica trabaja en un proyecto de investigación.
Enschede es una pequeña ciudad holandesa que se encuentra justo en la frontera con Alemania. Hijo y nieto de trillanos, Miguel García es licenciado en Químicas y doctor en Química Analítica. Una compañera del grupo de investigación en el que trabajaba en la Universidad de Alcalá de Henares fue la que le hizo llegar la oferta de empleo. «Era una propuesta muy seria, me convenció. Hice una entrevista, les gusté y me vine». Así de simple.
Con 29 años cambió España por la de Universidad de Twente. Aunque no se considera bilingüe, fue capaz de superar una entrevista en inglés. Es el mismo idioma en el que se entiende con sus compañeros, porque el holandés se le escapa. «No entiendo nada. Estoy pensándome apuntarme a un curso», comenta.
Su trabajo se parece al que hacía en España. Las relaciones con los compañeros tampoco son muy diferentes. En lo que se refiere al contacto personal, la cosa cambia. «Los holandeses tienen otra manera de ser. No son tan efusivos como son los españoles». Aunque eso no quiere decir que sean antipáticos, se apresura a matizar. «Son muy educados y respetuosos», pero «fríos, las distancias cortas no las manejan como nosotros». Por eso su tiempo de ocio lo pasa con otros españoles, mejicanos, turcos, italianos o griegos. Grupos «más movidos» en un lugar dominado por música electrónica. «Hay música tecno en todas partes, incluso en el gimnasio», bromea.
«TENEMOS FAMA DE CURRAR»
En cuanto a la universidad y en materia de investigación, «estamos muy bien valorados», afirma. En el campo del trabajo cualificado «tenemos fama de currar y currar bien». El trabajo que Miguel realiza en Enschede no es fácil de explicar. «He venido para terminar un proyecto que consiste en desarrollar un dispositivo para detectar peróxido de hidrógeno en aire exhalado», lo que puede ayudar a diagnosticar obstrucciones pulmonares. «Es una detección más precoz y desde luego mucho menos invasiva que si hay que practicar una biopsia».
Él se encarga de los sensores mientras que compañeros de otra empresa se ocupan de la electrónica. Si todo sale bien, el producto final se comercializará en los hospitales. «El tiempo lo repartes entre estudiar qué has hecho, ver qué puedes hacer y probar en el laboratorio». Como ocurre habitualmente al tratarse de una empresa privada, el investigador tiene que conciliar su trabajo con la búsqueda de beneficios. «Ellos tienen un poco de prisa porque me mueva a la última parte, donde había algunos fallos, pero yo quiero probar cosas que no se han probado antes (…)». De todas formas, aunque reconoce que «la empresa quiere ver resultados en el dinero que invierte», asegura que «siento menos presión aquí que en España».
A RAYA LA MORRIÑA
En principio, su contrato es de año y medio, hasta marzo de 2015. Más allá de esa fecha prefiere no hacer especulaciones. «Ya iremos viendo. Si hay posibilidad de continuar, estudiaré las condiciones». Eso sí, la idea final es volver a España. Por ahora, las nuevas tecnologías, Skype, ayudan a mantener a raya la morriña. «Hablo con mis padres, la novia, los amigos… y el estar con españoles, ayuda. El hablar castellano a la cara hace mucho». Aun así, echa de menos cosas que tan simples como la luz. «En invierno, a las cuatro y cuarto es de noche. Es más triste». Por fortuna, las distancias ya no son las que eran y el hogar «no está tan lejos. Un fin de semana vas, y arreglado».
Su casa holandesa está en un edificio de apartamentos que la universidad tiene en el centro de la ciudad, aunque sólo se puede vivir allí durante el plazo máximo de un año. Con 150.000 habitantes, Enschede saltó a la fama en el año 2000 por un accidente pirotécnico que costó la vida a 23 personas, incluidos cuatro bomberos. «La televisión holandesa incluso interrumpió Eurovisión para emitir imágenes desde Enschede». Además, fue la ciudad por la que Alemania entró en Holanda durante la II Guerra Mundial. Aparte de esto «Holanda es muy verde y muy plana». Con Amsterdan a unos 200 kilómetros, la zona también ofrece sus atractivos turísticos y encantos. «Hace un tiempo estuvimos en la torre del castillo de un pueblo alemán. El paisajes es tan plano que podías ver hasta donde llegara la vista».
De hecho, esa cercanía con Alemania es otro de los rasgos que definen el entorno. «Estamos muy cerca y es casi lo mismo. Los holandeses entran y salen, y los alemanes igual. El alcohol en general es más barato en Alemania, pero ellos vienen aquí los sábados porque hay un mercado de fruta y verdura que sale mejor de precio». Y por cierto, en Holanda el mito nórdico es algo más que un mito. «Son delgados, altos, rubios y con ojos claros».
La gastronomía tampoco es la misma. «Para ellos la comida no es importante. En reuniones grandes de grupos traen catering, patata guisada con carne o verdura y alguna sopa. No hay un plato típico holandés que digas tienes que probarlo». Esas reuniones son precisamente uno de los momentos en los que Miguel aprovecha para presumir de Trillo, «de la vidilla, de la gente, del ambiente y de lo bonito que es Trillo. Hay que hacer patria chica».