miércoles, 25 de septiembre de 2024
Entonces secretario general de las JJ.SS. de Euskadi, hoy candidato a la Secretaría General del PSOE 17/06/2014junio 9th, 2017

Estamos en 2014, pero la entrevista que van a leer se realizó en febrero de 2003, cuando Eduardo Madina, entonces secretario general de las Juventudes Socialistas del País Vasco y ahora candidato a ser el secretario general del PSOE en España (las vueltas que da la vida), vino un fin de semana a Toledo para leer el manifiesto contra la guerra de Irak, aunque luego una indisposición se lo impidió.
La entonces revista ECOS, antecedente periodístico de encastillalamancha.es, habló con él, justo un año después de sufrir un atentado de ETA que provocó que le amputaran una pierna. Para Madina, Toledo no era una plaza desconocida, sus padres habían elegido la Ciudad Imperial para pasar su viaje de boda unos cuantos años antes y él fue lo primero que conoció cuando salió de Euskadi.
Y nos habló del entonces presidente de Castilla-La Mancha, José Bono; de ETA, del País Vasco…
Lean, lean…

Eduardo Madina, durante su visita a Toledo en 2003. Entonces era secretario general de las Juventudes Socialistas de Euskadi; ahora opta a ser el secretario general del PSOE. La fotografía se realizó en la Plaza del Conde, lugar donde se encuentra el Palacio de Fuensalida, sede del Gobierno de Castilla-La Mancha.


 

Licenciado en Historia y especialista en Historia Contemporánea de España, su vida cambió en febrero de 2002, cuando sufrió un atentado de ETA y perdió una pierna. Vino a Toledo a leer el manifiesto en la manifestación contra la guerra y habló con ECOS. He aquí las impresiones de un joven de 27 años que, a pesar de todo, sólo quiere vivir.

No es la primera vez que viene por Toledo, ¿no?

No, he estado en congresos y convivencias de Juventudes Socialistas y siempre me he encontrado muy a gusto. Y esta vez también. Para mí, estar aquí es un placer.

¿Por qué vino a la concentración contra la guerra que se celebró en Toledo y no fue a la de Bilbao, a la de Madrid o a otra capital de provincia? (Aunque luego no pudo por sentirse indispuesto a última hora).

Porque desde aquí se estaba haciendo un esfuerzo importante, tanto desde Juventudes como de las organizaciones de izquierda, para motivar a la ciudadanía; y por responder a ese trabajo, además de por la relación personal que tengo con Chema Miguel, secretario de Juventudes, y con otros compañeros.

¿Se siente ligado a Toledo de una u otra forma?

Sí, por muchas cosas. El viaje de bodas de mis padres fue aquí, ésta es la primera ciudad que yo conocí fuera de Euskadi y es un referente histórico importante para una persona que, como yo, ha estudiado Historia. Venir a Toledo siempre es una visita muy agradable.

¿Ha hablado ya con el presidente de Castilla-La Mancha, José Bono?

En este viaje no (la entrevista se realiza el viernes 14, un día antes de la manifestación contra la guerra), pero sí en visitas anteriores. Y después, cuando en febrero ETA atenta contra mí, es mucha la gente que se pone en contacto conmigo para ofrecerme su solidaridad y Bono es uno de los que con mayor prontitud lo hace. En cuanto salí de la UCI y me llevaron a planta, a los dos o tres días me llama y me dice que está para todo lo que quiera.

¿Cómo se imagina a Bono haciendo política en el País Vasco?

Con sus grandes virtudes y defectos, en Euskadi hacen falta muchas cosas, entre ellas la participación democrática o de líderes, que se echan de menos, precisamente porque no se tienen. Uno puede estar a favor o no de las políticas que él hace en Castilla-La Mancha, pero lo que no se puede negar es que la cercanía con la ciudadanía, con la sociedad civil, con la idea de la izquierda de distribuir equitativamente la riqueza, pues eso se echa de menos en Euskadi, sobre todo porque hay una enorme lejanía con los dirigentes políticos, sobre todo con los que nos están gobernando. El lehendakari es una figura de los medios de comunicación, pero pocas veces se le ha visto cercano a la gente anónima preguntándoles por sus problemas y por lo que puede hacer él por resolvérselos. Y las dos veces que yo he estado por aquí, cuando la gente se acercaba a Bono, a todos les daba cita en su despacho. Y a mí se me quedó esa imagen de cercanía, que es lo que falta allí. Seguro que si él estuviera allí, ayudaría a que no hubiera tanta distancia entre los poderes públicos y la sociedad civil.

Un año después del atentado de ETA que sufrió, ¿qué pasa por su cabeza?

En lo personal ha sido un año supercomplicado. Empezó en febrero con el atentado, invertí hasta junio para recuperarme en lo físico y en lo psicológico intenté dar un principio de solución a esa crisis personal que uno sufre cuando ETA atenta contra él. El resto del tiempo lo he dedicado a vivir, a viajar… A intentar oxigenarme de Euskadi y a respirar un poco fuera de ese ambiente irrespirable que hay allí. En diciembre me pidieron que fuera el secretario general y me planteé si estaba en disposición de poder seguir militando políticamente o si las consecuencias del atentado podían pasarme factura. Hice un gran esfuerzo para convencerme de que, independientemente de lo que pasó en febrero, si yo intentaba luchar contra una serie de cosas que no nos gustan y que queremos cambiar, pues tenía que seguir en los mismos postulados. Bastante influencia ha tenido ya ETA en mi vida como para que encima siga teniendo más. Mi línea ideológica tiene dos fundamentos: ausencia del peso de las patrias y una negación y lucha contundente contra la violencia. Y eso hoy sólo coincide, de una forma nítida y clara, dentro del socialismo vasco. Nuestra esperanza es que el socialismo crezca para que Euskadi pueda cambiar.

Desde el día del atentado en febrero hasta hoy, ¿en qué ha cambiado Eduardo Madina?

En algunas cosas. No es que te cambien posicionamientos políticos, sino axiomas de tu propia vida, fundamentos de base de lo que tú ves. Puede ser una chorrada y sonar a pijotada obvia, pero de lo inmediato de mi propia vida me quitó algo muy importante. Me ha enseñado que la vida viene sin pedirla y se va también sin darnos cuenta. Pero políticamente sigo opinando igual sobre lo que está sucediendo en Euskadi, y en lo personal me ha enseñado que hay que aprovechar los buenos momentos, porque la vida en febrero me demostró que se va a la salida de una rotonda.

¿Tenía amigos en Batasuna?

Tenía compañeros de equipo -yo jugaba al voleibol- y algún compañero en la universidad, con quienes tuve buena relación. Buena relación… Lo que sucede es que Euskadi es un país incomprensible desde muchos prismas, y aunque la política es un tema tabú, en muchos momentos hay que dejarla aparcada cuando descubres a una persona que te puede parecer interesante. Como Euskadi es un país contaminado de política, donde hasta el lenguaje tiene un significado -no es lo mismo decir Euskadi que País Vasco o Euskal Herría- llega un momento en el que estresa de tal manera que hay gente de diferentes ideologías que se cruzan en tu vida y con la que llegas a buenas dosis de sintonía, ¿no? Han sido meses, sobre todo febrero y marzo, muy duros para ellos y han significado, yo creo, un replanteamiento y una duda sobre su posicionamiento político. Si para eso ha servido, bienvenido sea.

¿Sigue hablando con ellos…?

No. He perdido la relación porque la universidad acabó y el equipo lo he dejado porque ya no puedo jugar debido a la amputación de la pierna. Ya no tengo tanta relación con ellos. He tenido algún contacto telefónico y se percibe, y ellos así me lo dicen, una tragedia, una crisis interna por algo tan sencillo como que el planteamiento que ETA hace tiene una base de deshumanización ante el dolor que puede causar una muerte. Cuando uno ve que una acción de ETA le duele, probablemente se resquebraja todo su edificio ideológico y su planteamiento político. Es ahí cuando tienen un ejemplo de que ETA no se está enterando de nada y que sólo vive ya en un negocio de la vida y de la muerte que nosotros no compartimos.

¿Arnaldo Otegui habló con usted después del atentado?

No, no…

LE LLEGARON 3.000 Ó 4.000 CARTAS DE ESPAÑA, CANADÁ, AMÉRICA…

¿Ha pensado en irse del País Vasco?

Pocas veces. Al principio, en el hospital, uno se plantea todo: seguir, irse, desaparecer… Son momentos calientes en los que no sabes muy bien por dónde vas a tirar. Si antes del atentado yo estaba en una lucha contundente por una sociedad en clave de libertades y de respeto los unos a los otros, después de haberlo sufrido tengo que seguir donde estaba. Mi sitio sigue estando en Euskadi.

¿Le sorprendió la reacción civil?

Cuando estaba ingresado me pasó la vida por delante e imaginé qué iba a pasar tras lo ocurrido. Le decía a un amigo en el hospital que si hubiera sido una quiniela de 15 hubiera acertado 13 ó 14. Sabía cuál iba a ser el resultado de las heridas, que había sido un atentado, que tenía que aprender a andar… En lo que no acerté fue en la repercusión mediática que tuvo el atentado, porque pensé: bueno, no me han matado, que es lo que pretendían, no soy un concejal, ni un cargo público, sólo un militante de Juventudes, por lo tanto esto quedará en una portada y al día siguiente se olvidará. Sin embargo, tuvo una respuesta social acojonante. Tengo en casa 3.000 ó 4.000 cartas de gente de toda España que no me conoce, de Canadá, de América Latina…

¿Ve el final de ETA?

Sí, sí… Predecir estas cosas es muy complicado. Euskadi va a una gran velocidad cotidiana, pero nada cambia. Yo conocí a la que hoy es mi pareja con seis años en una manifestación tras el asesinato de Enrique Casas. Su padre y el mío son amigos. Y se oficializó nuestra relación cuando, 20 años después, ese mismo atentado me sucedió a mí. Por eso digo que Euskadi es un país que cambia muy rápido para no cambiar nada. Es difícil prever un gran cambio político que pueda generar la desaparición de ETA. Es difícil, pero las reivindicaciones son las mismas. El primer paso es la unidad de los partidos para asfixiar a ETA, que es un problema estructural: hay gente que nace en contextos sociales con un tío en la cárcel o un primo asesinado por el GAL, en un ambiente euskaldún proclive al nacionalismo y radicalizado por las circunstancias, que es el caldo de cultivo del que ETA se nutre.

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