Lo primero que han hecho los nuevos Reyes ha sido ejercer de magos a la antigua usanza, recién salidos del cuento hecho realidad: recibir a las víctimas del terrorismo primero y anunciar que van a hacer lo mismo con los representantes de aquellos que sufren la exclusión social de los demás. Que dicho así, en cuatro palabras, me refiero a la exclusión, suena mal aunque no nos queramos dar cuenta, pero vivirlo en sus propias carnes tiene que ser, quizás, la peor de las sensaciones que uno pueda experimentar. Los representantes son las ONG.
Que las hay de todo tipo y condición. Voy a destacar una que se sale del canon habitual. La forma un solo individuo y actúa a pecho descubierto, de forma directa, en contacto directo con gente de la calle a la que nos cruzamos todos los días. Como se hacía antes, como le trataron a él cuando era un pequeño sin más fortuna que el hambre que tenía cuando se acostaba sin cenar y que se agudizaba más a la hora del desayuno. Porque sus padres no tenían nada para solucionar ese grave problema, si no había ni para un vaso de leche cuando salía el sol (para ellos estaba nublado todos los días), cómo pensar en una comida o una cena. Por lo que su labor principal, hablamos de un niño de cinco años en la España más negra, era conseguir un mendrugo de pan para sobrevivir.
Y así todos los días. A quien tuvieron que meter en un convento para asegurarse que comiera, durmiera y estudiara. Lo de la vocación era una mera excusa para vivir.
Cuando junto a sus inseparables jubilados, los batas blancas, llaman a rebato, la calle se transforma en un inmenso comedor social. Todos en fila de a uno y a los ojos de los que entran en el casco histórico de Toledo. El hambre nos hace perder la vergüenza y escondemos el pudor cuando las carnes aprietan. Representa a la Cáritas del siglo XIX pero incrustada en los tiempos modernos. Bolsa a bolsa, puerta a puerta. Uno puede ir a rezar si quiere para solucionar sus problemas, pero va a salir del templo con el mismo hambre con el que entró. Y en ese trozo de casa en el que tiene la ONG, y que también podría pasar por un chamizo de la posguerra, reune comida durante dos o tres meses y un buen día, siempre en jueves y a las cinco y media de la tarde, mata los rugidos de los estómagos, sacia la sed e incluso ejerce de Rey Mago. Pero éste de los de verdad, de los que prefiere dar a escuchar.
Hablamos de Cipriano, el amigo de los pobres de Toledo y de cualquiera que le pida ayuda, a quien esta semana entrevistamos en encastillalamancha.es. Conoce el hambre. Ese que, como él afirma, se solucionaría si…
¿Hay alguien más por ahí como él? ¿Alguien va a hacer caso a Cáritas, que insiste en realizar un plan de choque para luchar contra la exclusión social?
cesardelrio@encastillalamancha.es