«La película es mi venganza contra todos los cabrones e hijas de puta que me han hecho la vida más difícil». Isabel Coixet es, posiblemente, la directora más importante del cine español. Su forma de mirar, de grabar – ella rechaza mirar las escenas al monitor y prefiere estar detrás de la cámara en sus películas – retrata personajes difíciles, convexos, contradictorios, que exponen las esencias más profundas del ser humano. El trabajo de Coixet ha cristalizado en su última película, «Un amor», que se ha prestrenado en el Festival del Cine y la Palabra (CiBRA) como la encargada de abrir el evento en un pase que ha llenado el Teatro de Rojas de Toledo. Se trata de una adaptación de la novela de Sara Mesa, en la que una mujer decide comenzar una nueva vida en un pueblo pequeño para huir de un trauma que la atormenta.
En «Un amor», Nat (Laia Costa) explora la necesidad de huir y lo hace a un pueblo indeterminado de esa enorme España rural en las que las casas tienen goteras y donde funciona el intercambio, el trueque, ese «tu me das esto y yo te doy lo otro» que se expone de manera cruda, sin ambages ni concesiones morales. «Pueblo chico, infierno grande», que dice el refrán. Allí conoce a sus vecinos, rodeada de un aura de incomprensión y de necesidad de ser aceptada en una comunidad que tiene sus reglas y sus mecanismos. El machismo hacia una mujer que decide vivir sola en el campo es el leitmotiv de este crudo retrato de la realidad en el que se conjuga el deseo femenino y en el que Coixet nos guía para replantearnos las decisiones de Nat: ¿Por qué ha hecho esto?
Violencia en los ojos, amor en las manos
El sexo es el catalizador de todas las emociones que vive Nat y de los personajes que encuentra en su camino de soledad. Todos son hombres y en todos ellos Coixet ha dejado una impronta de la masculinidad hegemónica que obliga a ver a una mujer sola como una presa a la que arropar, cuidar, preguntar con ese aire de canción de Loquillo, desfasada, y a través del síndrome de «salvador», «¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?». Andreas El Alemán (Hovik Keuchkerian) no necesita hablar casi en toda la película para ser un personaje oscuro a la vez que piadoso. El hippie que interpreta Hugo Silva es el falso aliado y el casero ruinoso de Nat, Luis Bermejo, es violento y cruel. «Nos va a poner en el espejo», decía el propio Bermejo, que se ha acercado a Toledo para presentar la película. Pero no solo, el ideal de perfección y aburrimiento que interpreta Ingrid García Jonsson es una muestra de que ni Coixet ni Mesa están aquí para ser complacientes, sino para llevarnos a ese abismo diario que es vivir en sociedad.
Luis Bermejo, que ha atendido a ENCLM antes de que el telón del Rojas se levantase, ha comentado ese «perfil inquietante» que interpreta en la película y que lleva la violencia dentro en cada frase que interpreta. «Este personaje tan violento, tan extraño, tan límite, me supuso indagar en una parte de mi», confiesa el actor. «La película habla de la animalidad del ser humano», apunta Bermejo, que ahonda en ese trauma que vive la protagonista y del que huye pensando que lo rural es la salvación. «Quizás no hay que huir del trauma, sino que hay que afrontarlo», dice el intérprete, que se sincera al micrófono.
La cámara de Coixet recorre las manos de los protagonistas en un ejercicio de belleza y de verdad. Las manos parecen el espejo del alma y el elemento para conectar todas esas frustraciones y necesidades que revelan los personajes de «Un amor». Coixet ha vuelto para decirnos, al oído, con dulzura y con tacto, que somos todos unos desgraciados, Nat incluida. Como recitaba la cantora Violeta Parra: «Maldigo del alto cielo /la estrella con su reflejo,/ maldigo los azulejos / destellos del arroyuelo, / maldigo del bajo suelo / la piedra con su contorno, / maldigo el fuego el horno / porque mi alma está de luto, / maldigo los estatutos / del tiempo con sus bochornos, / cuánto será mi dolor».