Los médicos que atendieron al misionero Miguel Pajares, natural de La Iglesuela (Toledo), repatriado desde Liberia tras contagiarse de ébola y que falleció el pasado 12 de agosto en el Hospital Carlos III de Madrid, lamentan que, tras una lucha «hasta el fin», el «desenlace» del sacerdote haya sido el que esperaban, su muerte.
En una entrevista con Efe, los especialistas en patologías tropicales y del viajero del servicio de Medicina Interna del Hospital La Paz-Carlos III Marta Arsuaga y Fernando de la Calle Prieto, dos de los cuatro integrantes del equipo médico que atendió a Pajares, relatan una experiencia única en España y en toda Europa, donde nunca antes se había tratado a un enfermo de ébola.
Junto a un equipo de enfermería y auxiliares y apoyados por médicos de cuidados intensivos «muy acostumbrados» a enfermedades de alto peligro contagioso, los profesionales permanecieron junto a Pajares las veinticuatro horas del día durante las cinco jornadas en las que se logró mantener al religioso con vida.
Al tener el ébola una tasa de mortalidad que puede alcanzar el 80 por 100, en función de la cepa y la epidemia, el equipo médico tenía una actitud «un poco más pesimista», cuenta Arsuaga, pero con la esperanza de encontrar que la mortalidad del virus es menor en un paciente atendido en un sistema sanitario avanzado.
«Creo que en este momento teníamos todos tantas ganas de que saliera adelante, de que salieran bien las cosas… Pero es un virus que es muy grave y el desenlace ha sido el que era esperable», reconoce la especialista.
Lo más duro de atender a Pajares, cuentan los profesionales, fueron las complicaciones materiales para tratar a un paciente con el que no se puede mantener contacto físico de ningún tipo debido a que el ébola se contagia simplemente con tocarse o a través de los fluidos corporales.
Por ello, actividades como ajustar la medicación, tomar las constantes vitales o hacer la limpieza del paciente, de 75 años, requerían de un especial cuidado y el esfuerzo extra de enfundarse un traje protector que no pesa demasiado pero que exige un enorme esfuerzo físico por el calor y un cuidado extremo al retirarlo.
Enfundarse el traje de seguridad requería de 15 minutos, y más tiempo quitárselo, debido al extremo cuidado para no tocar el tejido, en la esclusa de seguridad que separaba la zona «limpia» de la planta donde se hallaba el religioso de la zona «sucia», el área cerrada en la que Pajares trató de superar la enfermedad.
Cada media hora, empezaban a notar el cansancio: «Cuanto más tiempo pasas dentro, más riesgo tienes de cometer alguna equivocación, algún error. Y era por eso por lo que había tanto personal», aclara Arsuaga.
El paciente tenía monitorización continua, que los profesionales seguían desde fuera de la habitación a través de un monitor, y paciente y médicos se comunicaban a través de un interfono.
Por ello, manejar estas situaciones «con alto riesgo de contagio» ha sido uno de los mayores aprendizajes del caso, añade De la Calle Prieto, que advierte de que incluso las muestras de Pajares no se podían analizar de la forma habitual en el laboratorio.
Estos condicionantes les obligaron a valerse de otros «signos», conocidos en la medicina más tradicional: «A veces la medicina peca de fiarse de pruebas complementarias; te tienes que poner en aquella medicina en la que no disponías de absolutamente todos los parámetros a tu alcance», indica el especialista.
Nunca existió «miedo» en los profesionales a tratar a Pajares, sostienen, por el alto grado de especialización del equipo médico y porque los protocolos comenzaron a desarrollarse en marzo y desde «finales de abril» los cuatro médicos estaban localizados en guardias para atender sospechas de posibles casos de fiebres hemorrágicas.
Ambos rechazan entrar en el debate de si Pajares debía haberse quedado en Liberia para no trasladar a España el peligro de un contagio, porque fue una decisión que los médicos no han tomado. «Nos hemos encontrado con un paciente con ébola y hemos hecho el trabajo que sabíamos hacer. Por qué se trajo, si estaba bien, si estaba mal, son acuerdos que hay», incide Arsuaga.
También piden la «máxima tranquilidad» a la población, porque es «muy improbable» que vuelva a llegar a España alguien con un caso confirmado de ébola, lo que hace que la probabilidad de que esta enfermedad se haga contagiosa «de manera autóctona» en la población en España o Europa sea «prácticamente» nula.
Sí ha habido casos de miedo en pacientes, como uno de Arsuaga que le expresó su miedo a acudir al centro, pero ayer, por ejemplo, todos los de la lista acudieron a sus respectivas citas.
Respecto a la otra religiosa repatriada junto a Pajares, Juliana Bonoha, con la que se han tomado medidas de prevención que «a lo mejor son más grandes de lo que se requeriría», los profesionales están tranquilos, porque a medida que pasa el periodo de incubación de la enfermedad «hay menos posibilidades de que vaya a saltar una alarma y de que vaya a dar algo positivo».