Hay al menos un momento en la vida profesional de todo periodista o editor en el que tiene que decidir si se somete a las presiones de algún poder, ya por miedo, ya por dinero; es decir, «traga». O se planta; es decir, «escupe» la oferta o la amenaza.
Cualquiera de los dos caminos son arriesgados. Aceptar un chantaje es muerte segura. Es lenta y a veces rentable o muy rentable, pero desde el momento en el que la prensa decide someterse ha firmado su sentencia de muerte.
Si, por el contrario, la decisión que se toma es no aceptar el trágala, sino escupirlo, puede que también uno se esté exponiendo a la muerte. Pero esta muerte es más rápida y más dulce, porque viene revestida de la dignidad de cumplir con el deber y con la obligación cuando las circunstancias se ponen en contra.
A los poderosos la prensa les gusta obediente. Y a la prensa los poderosos le gustan bocazas y «generosos». Disculpen la crudeza y la simplificación, pero esta caricatura hace que se entienda muy bien la situación que atraviesa la prensa en Castilla-La Mancha, renqueante y moribunda a base de años de muchos trágalas y algún que otro plante.
Como se pueden imaginar la peor parte se la llevan los profesionales. Pero no es momento de que cunda el desánimo. Vendrán tiempos mejores, compañeros.
Y es que en esta región, más pobre que la mayoría de sus vecinas españolas, la prensa se acostumbró a vivir de la publicidad institucional, básicamente de la Junta. El dinero fácil permitió la supervivencia en tiempos difíciles, pero debilitó a las empresas periodísticas como negocio y como informadores. En los últimos años los episodios vividos resultarían novelescos a cualquiera no familiarizado con los medios o el poder.
Se han movido cifras que escandalizarían a cualquiera. La perversión, por la exageración del sistema, fue tal que se llegó a una situación en la que, de varios cientos de medios existentes, solo se podían ver críticas al Gobierno regional en una minoría. Muy pocos periodistas se atrevían a hacer opinión y menos si ésta contenía la más mínima disidencia con la versión oficial de la nota de prensa. Hacerlo suponía perder la publicidad hasta que el medio rebelde se aviniese a razones y volviera a la senda de la oficialidad.
Ya sé que no pasa solo aquí. Pero no es un consuelo. Las aguas bajan revueltas y pesimistas en los medios, producto de la crisis general y de la particular: los impagos de la Junta y la debilidad de haber sostenido un negocio sobre un mercado que ha desaparecido de un plumazo. Y la tendencia es a hacer daño al vecino como si no padeciéramos todos los mismos problemas como profesionales.
De tanto tragar y tragar a algunos se les ha quedado dentro la bilis y aún no han podido hacer la digestión del cambio político del 22 de mayo. La llegada del PP al Gobierno autonómico ha impuesto la desaparición total de la publicidad institucional. Si no hay para medicamentos, ¡no va a haber para propaganda!. Eso lo entiende cualquiera, pero es mejor callar no sea que ni siquiera les paguen lo mucho que los otros les dejaron a deber.
Si no aprendemos ahora la lección no levantaremos cabeza nunca.
Las empresas arrojan pérdidas. Los trabajadores no cobran en algunos lugares y la miseria se impone en el sector, donde el mercado de la publicidad solo reparte migajas, afectado por la larga crisis económica y de consumo en todo el país. Aquí, con más paro y más deuda, ni les cuento.
¡Qué triste está el oficio por estas tierras! Pero no hay más remedio que tirar. Al menos los que pensamos que todos los túneles tienen final y que, como en cualquier otra actividad, el que nace periodista si cae se volverá a levantar. Ánimo compañeros.
Nosotros seguiremos ejerciendo nuestro deber, que es informar; y nuestro derecho, que es opinar. Desde encastillalamancha.es y desde la revista ECOS. Tanto monta, monta tanto. La inmediatez del periódico digital y la reflexión y la profundidad del semanario, el hermano mayor, el que tira del carro.
No es momento para el desánimo, compañeros.