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23/10/2014junio 8th, 2017
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Esta vez sí, parece que sí, habrá debate electoral entre los dos principales contendientes: María Dolores de Cospedal por el PP; y Emiliano García-Page por el PSOE. La presidenta y secretaria general del Partido Popular que hizo historia ganando en CLM, frente al cabeza de serie de la segunda generación de políticos socialistas, que tiene encomendada la tarea de recuperar el poder en tiempo récord en una de sus comunidades de siempre.

Un debate siempre es bueno. Y parece que puede resultar incluso definitivo en el recuento final de votos si algún candidato se descuida, comete un error o simplemente no tiene su día. Será interesante ver el cara a cara de Cospedal y Page, dos políticos que empezaron llevándose aceptablemente bien y han acabado como todos los que se convierten en rivales electorales.


Lo único malo de los debates es que son signos inequívocos de que se acercan elecciones, con lo que ello supone para la vida de cualquiera que tiene la desgracia de cruzarse con políticos sin pertenecer al oficio. Cada vez que se aproxima una campaña electoral oigo lo mismo: «Esta va a ser la peor», «será a cara de perro», «madre mía, la que se nos viene encima»… Todas estas expresiones son pronunciadas no por los protagonistas de la campaña, sino por los que las sufren con resignación. Durante los largos meses que median desde que se da el pistoletazo de salida, más o menos por estas fechas, hasta que llegan las elecciones, la política puede llevar a muchas de sus criaturas hasta la neurosis. Y los peores no son necesariamente los candidatos, sino sus equipos y esa suerte de asesores mediocres que se hace importante exagerando los problemas, los defectos de los demás, los errores ajenos y hasta señalando enemigos que no existen en la realidad.

La política es una actividad que neurotiza bastante. Y la proximidad de unas elecciones desencadena todas las reacciones psicóticas posibles. Cualquier cardiólogo en quirófano tiene en sus manos más vidas ajenas que el 99,9 de los políticos en su vida, pero la oportunidad de perder o ganar poder que representan las urnas les lleva a un estado de excitación insoportable para la mayoría de los mortales. Da igual las posibilidades de partida de cada contendiente, el sentido de la medida desaparece de la faz de los partidos y cualquier palabra o gesto anodino puede ser interpretado como una abierta hostilidad que beneficia al enemigo y por la que se castiga sin piedad al pobrecito que haya tenido la mala suerte de verse en medio.

Periodistas, funcionarios, empresarios, pacientes, representantes de los diversos colectivos… En definitiva, cualquiera es mirado con lupa y sometido a vigilancia y hostilidad desproporcionadas si se le ocurre decir o hacer algo que algún gurú interpreta como hostil o, lo que es peor, favorable al contrario. Son razonamientos que solo están en sus mentes y que pasan desapercibidos a cualquier ciudadano normal no sometido a la neurosis de una campaña o precampaña electoral, pero el daño que causan puede ser irreversible.

La vida de cualquiera puede ser convertida en un infierno. Casi siempre los peor parados son los periodistas. Pero cualquiera puede verse alcanzado por el fuego de un político o un asesor enfurecido por una gesto, una palabra, una acción o una omisión que al él le parece una agresión inadmisible o una toma de partido por el rival.

Tomen precauciones, ha empezado la precampaña. Hay elecciones a la vista. Que Dios nos pille confesados.

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