lunes, 23 de septiembre de 2024
23/10/2014junio 8th, 2017
César del Río César del Río

El pequeño Nicolás ha entrado en nuestras vidas y casi nadie sabe cómo ha sido. Al estilo del falso traductor de Obama durante el sepelio de Mandela, lo peor (o lo mejor) de Francisco Nicolás no fue que viviera una doble vida durante unos meses y a pesar de su corta edad, 20 años, sino que se lo hizo creer a los demás. Pero no a cualquiera de los demás, sino a algunos de los más poderosos, lo cual tiene bemoles. E incluso consiguió entrar en la coronación de Felipe VI, estrecharle la mano cual gauche divine pero en versión conservadora e incluso hablar en el supuesto nombre del Rey padre, Juan Carlos, con Manos Limpias para ejercer de salvador de las podredumbres de Urdangarín y esposa. Principalmente de esta última.

Durante las últimas horas no he parado de escuchar al resto de los mortales, que cada vez nos distanciamos más de los «poderosos», que aquí no es todo tan sencillo como nos lo han contado. Y estoy convencido de que algo falla porque no ha podido ser tan fácil para Nico, por muy inteligente y pintón que sea, porque mantener tal nivel de mentira ha de pasar por unos filtros que no, la verdad es que no es creíble.


Acceder a un acto de los Reyes no se hace por pura chiripa. Porque una de dos: o alguien le facilitó la correspondiente acreditación para que accediera de forma absolutamente legal y sabiendo lo que hacía o en la seguridad hubo un fallo tan gordo que alguna responsabilidad debiera producirse. Y no es tan difícil comprobarlo.

Por eso me quedo con algunas de las palabras que le he escuchado a uno de los popes de Manos Limpias, Miguel Bernad, quien ha asegurado que el «niño» manejaba «bases de datos policiales, le acompañaban exagentes con armas reglamentarias y tenía acceso a pinchazos». Entre otras veleidades para un imberbe que en vez de jugar a policías y ladrones prefería ejercer de «infiltrado» y mezclarse con algunos de ellos.

Incluso la juez encargada del asunto, la que le tomó la primera declaración, no se creyó que lo que hizo Nicolás fuera única y exclusivamente con su mera palabrería. Porque eso es, sencillamente, increíble.

Seamos serios y procuremos que alguien, Nico o quien sea, no nos recuerde la España de charanga y pandereta en la que estamos instalados.

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