En tiempos como estos, de tribulaciones, tentaciones, crisis, miserias y debilidad de la prensa y los periodista es imprescindible que todos tengamos claro el papel y el deber de una y otros. Se culpa a la prensa y a los periodistas de casi todos los males, sobre todo desde el poder en cualquiera de sus manifestaciones. Obviamente yo no creo que la culpa de nuestros males sea de la prensa, aunque sí opino que el ejercicio hoy del periodismo es manifiestamente mejorable.
Y, desde luego, por las dificultades y tensiones del momento, la tarea de la prensa es hoy fundamental.
Me topé hace unos meses con el listado de deberes del periodista que genialmente describió el Nobel Camilo José Cela. La encontré a bordo del libro «Triunfó la libertad de prensa. 1977-2000, la Transición sin ira del periodismo en España», del periodista, escritor, abogado y exdirigente de la AEDE Pedro Crespo de Lara.
Y en medio de tantos ruidos, miedos, presiones y muertes profesionales, me parece un excelente momento para compartirlo con todos los que no lo conozcan. Este dodecálogo lo elaboró el escritor español con motivo de su intervención ante una reunión de la Asociación de Editores de Diarios Españoles (AEDE) celebrada en Santiago de Compostela en 1988 y está plenamente vigente. De hecho, debería ser recitado por todos los periodistas antes de cada jornada, especialmente en estos tiempos.
El llamado «Dodecálogo de Cela» para la prensa dice así:
«El periodista debe:
1. Decir lo que acontece, no lo que quisiera que aconteciese o lo que imagina que aconteció.
2. Decir la verdad anteponiéndola a cualquier otra consideración y recordando siempre que la mentira no es noticia y, aunque por tal fuera tomada, no es rentable.
3. Ser tan objetivo como un espejo plano; a manipulación y aún la mera visión especular y deliberadamente monstruosa de la imagen o la idea expresada con la palabra cabe no más que a la literatura y jamás al periodismo. (Advierto que uso el primer adjetivo en la acepción, para mí todavía viva, que la Academia se apresuró -y pienso también que se precipitó- a considerar anticuada).
4. Callar antes que deformar; el periodismo no es ni el carnaval, ni la cámara de los horrores, ni el museo de figuras de cera.
5. Ser independiente en su criterio y no entrar en el juego político inmediato.
6. Aspirar al entendimiento intelectual y no al presentimiento visceral de los sucesos y las situaciones.
7. Funcionar acorde con su empresa –quiere decirse con la línea editorial-, ya que un diario ha de ser una unidad de conducta y de expresión y no una suma de parcialidades; en el supuesto de que la no coincidencia de criterios sea insalvable, ha de buscar trabajo en otro lugar, ya que ni la traición (asimismo, fingiendo, o a la empresa, mintiendo), ni la conspiración, ni la sublevación, ni el golpe de estado son armas admisibles. En cualquier caso, recuérdese que para exponer toda la baraja de posibles puntos de vista ya están las columnas y los artículos firmados. Y no quisiera seguir adelante –dicho sea la margen de los mandamientos- sin expresar mi dolor por el creciente olvido en el que, salvo excepciones de todos conocidas y por todos celebradas, están cayendo los artículos literarios y de pensamiento no político en el periodismo actual, español y no español.
8. Resistir toda suerte de presiones: morales, sociales, religiosas, políticas, familiares, económicas, sindicales, etc., incluidas las de la propia empresa. Este mandamiento debe relacionarse y complementarse con el anterior.
9. Recordar en todo momento que el periodista no es el eje de nada, sino el eco de todo.
10. Huir de la voz propia y escribir siempre con la máxima sencillez y corrección posibles y un total respeto a la lengua. Si es ridículo escuchar a un poeta en trance, ¡qué podríamos decir de un periodista inventándose el léxico y sembrando la página de voces entrecomilladas o en cursiva!.
11. Conservar el más firme y honesto orgullo profesional a todo trance y, manteniéndose siempre los debidos respetos, no inclinarse ante nadie.
12. No ensayar la delación, ni dar pábulo a la murmuración, ni ejercitar jamás la adulación: al delator se le paga con el desprecio y con la calderilla del fono de reptiles; al murmurador se le acaba cayendo la lengua, y al adulador se le premia con una cicatera y despreciativa palmadita en la espalda».
Solo debo añadir: Amén.