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jueves, 21 de noviembre de 2024
Medalla de Oro de Castilla-La Mancha - 03 junio 2024 - Toledo

Estos días pasados, con motivo de la celebración del Día de Castilla-La Mancha, donde iba a recibir la medalla de oro de mi Comunidad, estaba feliz y llena de agradecimiento por tanto cariño. Pensaba en el honor y la emoción de ser profeta en mi tierra y, además, recibir esa distinción en Toledo, a muy pocos kilómetros del pueblo donde nací, Villaluenga de la Sagra.

Porque al contrario que el universal Cervantes, yo sí quiero acordarme del lugar de La Mancha donde he nacido, donde he jugado, donde he sido una niña muy feliz y bien arropada por mi familia. Fueron mis padres quienes me enseñaron los valores que llevo cosidos al dobladillo de mi ropa cada día: el amor, la compasión, la solidaridad, la lealtad, el esfuerzo. De mi familia partieron los mimbres de la mujer que soy.


Este año. en la invitación al acto del Día de Castilla-La Mancha precisamente se hablaba de valores, y en este sentido era casi inevitable acordarse de todos aquellos de los que hacía gala el Hidalgo caballero, de lanza en astillero, adarga antigua y rocín falco: amor, espiritualidad, honor, justicia, lealtad, libertad, nobleza, paz y valentía.

He conocido a muchas mujeres con estos mismos valores de D. Quijote. Mujeres extraordinarias que, con amor, nobleza y valentía, son capaces de adentrarse en polígonos poblados de proxenetas para rescatar a mujeres esclavizadas, explotadas, vejadas. Mujeres cuya lucha incansable a favor de los derechos de las más vulnerables hace que miremos a quien nunca se mira. Mujeres como Yamiled Giraldo, que se atrevió a denunciar al proxeneta que la había captado y explotado como una esclava sexual para que no les pasara a otras mujeres. Ese acto de amor, de nobleza y de valentía le costó su vida. Como nobles son muchas mujeres que cada día, con amor y lealtad, se sacrifican para ser las cuidadoras de las personas enfermas. Las que duplican jornada trabajando fuera de casa y dentro para sacar adelante a su familia. Las que han sido víctimas de violencia machista y se han atrevido a denunciar a sus maltratadores. Mujeres anónimas que cada día, con su esfuerzo y coraje, hacen la vida más justa, más igualitaria y mejor para todas las personas.

Pero también, conozco a muchas mujeres silenciadas, mujeres que como Dulcinea no tienen voz. En muchos casos por el miedo, las coacciones y las amenazas, como es el caso de las víctimas de trata sexual. Mujeres de las que unos se lucran, otros compran y alquilan cosificando así a un ser humano, mientras muchas personas, sin más, hacen oídos sordos a sus susurros de auxilio. Como tampoco tienen voz las víctimas de violencia de género, las que tienen una discapacidad severa, las ancianas que están solas, las enfermas y tantas otras mujeres vulnerables. La voz, sí, la voz es lo que se les niega a muchas mujeres.

«Tuve que respirar para contener las lágrimas de emoción»

Por esta razón, el pasado 31 de mayo, cuando el auditorio de Toledo, con más de un millar de personas de mi tierra –autoridades políticas, civiles, eclesiásticas, familiares de las personas premiadas esa mañana conmigo, amigos y amigas– se levantaron de sus cómodas butacas para aplaudirme mientras el presidente, Emiliano García Page, me hacía entrega de la medalla de oro, la máxima distinción de Castilla-La Mancha, sentí tanto amor. Tuve que respirar muy hondo para contener las lágrimas de emoción que amenazaban con salir como un torrente descontrolado. Pensé en lo afortunada que era. Esos aplausos tan cálidos, llenos de cariño y de generosidad, precisamente eran por mi voz. Sí, por llevar más de 20 años voceando por las mujeres y las niñas más invisibles. Gritando a través del arte, del cine, para que se escuchen los susurros de esta terrible injusticia.

Gracias, queridas y queridos, fue precioso. Todavía siento la emoción de tanto cariño y eso me da alas para seguir alzando mi voz por las más desnudas de derechos, pero también, para hacer de fiel escudera de tantas mujeres extraordinarias que me inspiran y que sin duda son las Quijotas del siglo XXI.

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