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22/01/2015junio 8th, 2017
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Cuando faltan solo cuatro meses para las elecciones municipales y autonómicas del 24 de mayo, el PSOE anda liado con sus broncas internas por el liderazgo del partido. Lo que le faltaba. Entre los defensores de su secretario general, Pedro Sánchez, y los que hace poco le apoyaron pero ahora no le ven como el mejor candidato a presidente del Gobierno y prefieren a la presidenta andaluza, Susana Díaz, el espectáculo diario está servido.

Como la actriz Carmen Maura en la película de Pedro Almodóvar ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984), Sánchez podría preguntarse estos días qué ha hecho él en solo seis meses de mandato para merecer el trato que está recibiendo no del PP sino… ¡de sus propios compañeros de partido! Es el llamado fuego amigo, que es el peor porque, como no lo esperas, no te previenes para defenderte de él.


Pedro Sánchez fue elegido secretario general del PSOE por una amplia mayoría de los afiliados a ese partido y apoyado, aunque no lo digan en público, por José Luis Rodríguez Zapatero, José Blanco, Carme Chacón, Susana Díaz y otros socialistas que tienen o tuvieron poder e influencia en el partido. En tan corto espacio de tiempo se ha dedicado a reunirse con agrupaciones socialistas de toda España, intentando animar a un partido que estaba muy desinflado de ánimos tras los últimos batacazos electorales y que aún no levanta cabeza del todo en las encuestas.

Ahora, muchos de los que le apoyaron apuestan por la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, para que sea la candidata del PSOE a la Presidencia del Gobierno de España en las elecciones generales de noviembre. ¿Por qué motivo? Los estudiosos de la política tienen ahí un buen tema para analizar: cómo es posible que alguien sea aupado al máximo cargo de un partido por la mayoría de los militantes y dirigentes y en sólo seis meses, sin haber cometido ningún error de especial gravedad -más allá de alguna declaración desafortunada o alguna propuesta muy discutible-, tenga tantos enemigos en su propio partido que en su adversario político, el PP.

La gota que habrá colmado el vaso de su indignación, aunque por su carácter no la expresa en público, probablemente han sido las declaraciones de Zapatero a la cadena Ser, el 21 de enero, cuando dijo de Susana Díaz que «es la mejor gobernando» y que si llega el caso de que se proponga aspirar a La Moncloa «puede gobernar todo lo que se le ponga por delante».

No ha tenido tantos elogios para su secretario general, Pedro Sánchez, del que se limitó a afirmar que tiene «gran determinación» y a pedir hacia él «lealtad y apoyo». ¿Se le apoya, como ha hecho él, reuniéndose en secreto con Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, de Podemos, en casa de José Bono, sin informar previamente a Sánchez pese a que éste es criticado a diario por Iglesias al mismo nivel que el PP?

Lo peor de todo es que mientras Pedro Sánchez y Susana Díaz mantienen una especie de pelea de gallos para ver quién será el candidato del PSOE a las próximas elecciones generales -aunque la presidenta andaluza no lo dice públicamente-, los militantes, votantes y simpatizantes del PSOE contemplan el espectáculo y ven cómo el partido se dedica a discutir sus problemas internos cuando lo que esperan ellos y ellas es que les ofrezcan propuestas para solucionar sus problemas diarios.

Mientras tanto, Susana Díaz parece que está dispuesta a convocar elecciones autonómicas en marzo, antes de las que se celebrarán en mayo en otras comunidades, con la excusa de que Izquierda Unida, su socio en el Gobierno andaluz, está provocando inestabilidad. Si las convoca, tendrá difícil explicar que no lo hace únicamente por su deseo -legítimo, eso sí- de ser la candidata a sustituir a Mariano Rajoy. Porque lo único que ha hecho IU es pedirle que cumpla el acuerdo que firmaron para entrar con el PSOE en el Gobierno autonómico y, si no aprueban las leyes que tienen pendientes, ha advertido que preguntará a sus militantes si deben mantener ese acuerdo o tienen que salir del Ejecutivo que preside Díaz. Elemental: si una de las dos partes no cumple lo que se ha acordado y firmado, el pacto se puede romper. ¿Quién crea, entonces, la inestabilidad?

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