El domingo 25 de enero la ciudad de Sigüenza (Guadalajara) tributó un sentido homenaje a Gerardo López, el eterno párroco de la Iglesia de San Vicente y el artífice principal de la restauración del monumento. «La distinción ha salido del mismo barrio al que don Gerardo, como lo conoce todo el mundo en Sigüenza, le ha dedicado su carrera eclesiástica», explica Eva Plaza, teniente alcalde del Ayuntamiento de Sigüenza y vecina de la parroquia.
Por decisión unánime de sus ediles, el Ayuntamiento de Sigüenza había adoptado la decisión de colocar una placa en la fachada de su casa, una de las mejor conservadas del barrio de San Vicente, sita en el número 18 de la calle de los Herreros. La lámina, tallada de piedra de Novelda, reconoce la labor de Gerardo López Alonso como valedor de la restauración de la Iglesia románica de San Vicente Mártir, «pero también, de una forma tácita, su dilatada trayectoria como sacerdote, siempre en la ciudad de Sigüenza», prosigue Plaza.
La placa se descubrió el pasado domingo, día 25 de enero, como uno más de los epígrafes de las fiestas patronales en honor a San Vicente recién terminadas en la ciudad. Fue el propio Don Gerardo, que ahora vive en la residencia de sacerdotes de la calle Seminario, quien desveló la lámina pétrea. El acto fue prologado por unas palabras del alcalde de la ciudad, José Manuel Latre.
Excelso orador, después de recibir el aplauso de sus parroquianos y de muchos otros seguntinos que acudieron a darle su merecido homenaje, López repasó su trayectoria personal y profesional, y recordó los avatares de la restauración, que no fueron pocos, además de agradecer su cariño a la ciudad y destacar que el acuerdo unánime de los concejales en la instalación de la placa.
Gerardo López, nacido en Sigüenza en el año 1935, fue ordenado sacerdote en la ciudad del Doncel y, después de un breve periplo de cinco años por diferentes pueblos de la provincia, regresó a su ciudad natal, donde fue nombrado administrador del Seminario de Sigüenza. Ya no se marchó nunca.
Fue párroco de la Iglesia de San Vicente entre los años 1975 y 2011 de manera ininterrumpida, y además, él fue el gran valedor de la restauración del monumento. Hasta entonces, no sabía a ciencia cierta si bajo el yeso interior habría o no sillares de piedra. Laureano Castán, obispo entonces, consintió hacer una cata para descubrir lo que escondía el enfoscado. Como resultado de aquella decisión, se emprendió la obra en el año 1979. Terminaría 11 años después, en 1990, gracias a las subvenciones que López luchó por conseguir en todos los frentes que pudo y al apoyo incondicional de los fieles.
Dueño de un genio vivo y una gran energía, él mismo ayudó en muchas ocasiones en el trabajo, como descendiente que es de una larga saga de albañiles que comenzó en su abuelo y continuaron después su padre y uno de sus hermanos. De hecho, Latre le aplicó en su prólogo cariñosamente el apelativo de «cura albañil», además del de «pilongo», en referencia a que ha sido el párroco de la misma Iglesia en la que fue bautizado.