domingo, 24 de noviembre de 2024
23/04/2015junio 8th, 2017
César del Río César del Río

«Pongámonos en la mente de cualquier ciudadano subsahariano e intentemos ‘colarnos’ en un país que ‘no’ nos corresponde aunque seamos ciudadanos del mundo. Pongámonos en la piel de cualquier ser humano que sobrevive a diario en un mundo de pobreza extrema y que pone todo su empeño, el poco que le quede, y su dignidad en cambiar la aventura de su historia. Pongámonos en el corazón de quien intenta dejar el sufrimiento atrás y lo cambia por la ilusión, en muchos casos en vano, de encontrar su propio paraíso, ese del que en muchas ocasiones le han hablado y ha soñado pero nunca ha atisbado ni siquiera mirando todos los días al horizonte. Pogámonos…».

Esas cuantas líneas las escribí en febrero de 2014. Hace ya 14 meses.


«30 cadáveres encontrados en un barco que iba cargado de refugiados, abarrotado con 600 personas más que lo único que desean es salir de la miseria más miserable para descubrir al menos que la civilización existe y poder mirar con sus propios ojos que hay vida más allá de la muerte segura, o cuanto menos la podredumbre que minuto a minuto les espera en sus países de origen. Ha sido en las costas italianas, en el Canal de Sicilia, donde…».

Esas cuantas líneas las escribí en julio de 2014. Hace ya 9 meses.

Hoy, abril de 2015…

700 pares de manos pobres de solemnidad que se hunden y salen de la inmensidad del océano pidiendo ayuda sin que otras 700 millones de manos libres, pongamos de clase media para no ofender más, no hacen nada para evitarlo. Absolutamente nada. Es la diferencia entre haber nacido en un mundo o en otro. Es la diferencia entre ser una víctima del ámbito de los países «civilizados», a la que con toda justicia les ponemos nombre y apellido; o ser una víctima del submundo, a quienes solo les colocamos un número, el que le corresponde como muerto que es, pero de los que jamás sabremos cómo y por qué se subieron a una barcaza casi sabiendo que iban directos al infierno. Del que no despertarán jamás.

Nos hemos acostumbrado cada cierto tiempo a ver, escuchar o leer un número más o menos serio de personas que mueren en el mar tratando de alcanzar un trozo de vida. Como nos hemos acostumbrado a que los demás no hagamos nada por evitarlo. Nada es nada. Cero.

700 personas desaparecidas en un mismo naufragio, si no son más y nunca nos enteraremos. Preocúpense, porque volverá a suceder. Sin que casi nadie haga nada por evitarlo.

Son las tragedias silenciosas, las que nos conmueven un minuto, no más, porque vienen de otro mundo. El que no nos pertenece.

Háganme un favor: vayan al diccionario y lean detenidamente los significados de la palabra «ruin».

@CesardelRioPolo

cesardelrio@encastillalamancha.es

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