Son bien conocidas en todo el mundo las excentricidades, provocaciones y continuas mentiras de Donald Trump, porque cuando fue presidente de Estados Unidos -entre 2017 y 2021- no hubo día sin que levantara alguna polémica con sus declaraciones y su política populista. Un jurado popular le ha declarado culpable de los 34 delitos de que estaba acusado, porque falsificó registros contables para ocultar durante su campaña electoral en 2016 que pagó a una actriz porno para que guardara silencio sobre la relación extraconyugal que había mantenido con ella. Pese a todo, ha ganado las últimas elecciones.
El extravagante y peligroso presidente electo norteamericano tomará posesión el día 20 de enero, pero antes de llegar a la Casa Blanca ya ha lanzado declaraciones provocadoras que inquietan a la comunidad internacional. Ha dicho que tiene la intención de anexionarse Canadá, uno de los países más desarrollados y la octava economía del mundo, con 40 millones de habitantes. Y que quiere comprar Groenlandia, la isla más grande del mundo -más de cuatro veces la superficie de España-, que pertenece a Dinamarca, tiene una gran reserva de petróleo y minerales y se encuentra en una situación geoestratégica privilegiada.
Anexionarse Canadá, comprar Groenlandia, controlar el Canal de Panamá…
También pretende recuperar el control del Canal de Panamá y la zona que lo rodea, porque EEUU lo construyó y controló hasta que lo cedió al Gobierno panameño hace 25 años, por los tratados que firmaron el presidente Jimmy Carter -fallecido el pasado 29 de diciembre con 100 años- y el general Omar Torrijos.
Por si esas provocadoras propuestas fueran pocas, Donald Trump propone renombrar el Golfo de México, cuyas aguas bañan tierras de Estados Unidos, México y Cuba, y denominarlo Golfo de América.
Esas y otras propuestas, que no respetan tratados y legislación internacional ni las más elementales reglas de la diplomacia, ha dicho Trump que las llevará a cabo utilizando la presión económica, con la imposición de aranceles del 25% a todas las importaciones de Canadá y México; pero, si eso no fuera suficiente, no descarta utilizar la fuerza militar para conseguirlo.
Como era de esperar, las reacciones a sus amenazadoras palabras no se han hecho esperar. La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, le ha dicho que podrían utilizar la denominación América Mexicana, porque el Golfo de México está registrado internacionalmente desde mucho antes de que existieran los Estados Unidos; Dinamarca ha respondido anunciando una inversión de 1.300 millones para reforzar la defensa de Groenlandia; la Comisión Europea ha optado por la prudencia porque, según su portavoz, Paula Pinho, lo que ha dicho Trump es «algo extremadamente teórico sobre lo que no queremos elaborar una respuesta».
Rechazo a las propuestas de Donald Trump
También se han manifestado en contra de las propuestas de Donald Trump, con más o menos contundencia, gobernantes de Alemania, Francia y otros países. A todos les inquietan las palabras del presidente electo norteamericano, aunque confían en que se queden solo en eso, en palabras. En su anterior paso por la Presidencia de EEUU también anunció muchas medidas que después no realizó.
Puede sorprender que un personaje como él sea apoyado mayoritariamente en las urnas por la ciudadanía, que se olvida de los muchos disparates y mentiras que ha dicho y le lleva de nuevo a la Casa Blanca. El prestigioso diario The Washington Post hizo un detallado seguimiento de las mentiras, falsedades o declaraciones inexactas de Donald Trump durante su anterior etapa en la Presidencia de EEUU, y las cifras son escandalosas: en los 1.455 días de aquel mandato ese periódico contabilizó 30.529 mentiras o falsedades pronunciadas por él. Pero los votos son los votos y él tuvo en las últimas elecciones más que su oponente, Kamala Harris.
En España también hay dirigentes políticos que, aunque no lleguen a esas cifras, aplican la misma política populista de Trump y también mienten con frecuencia en sus declaraciones públicas. Y, lo mismo que él, a veces también ganan elecciones porque una parte mayoritaria de la ciudadanía les cree. Este es uno de los riesgos de la democracia, que haya quien aproveche las normas de la democracia para ganar y después gobernar de forma nada democrática.