A sus 89 años, el pintor Antonio López habla de su «obra empezada» y no de los proyectos que vaya a emprender. «Yo antes lo tenía muy claro, quería hacer algo que equivaliera en pintura a aquello que hay en el mundo real. Ahora me conformo a veces solamente con empezar, ver el tema y empezar», confiesa.
«Yo tengo facilidad para ver, ya son muchos años y sé moverme en el mundo y voy viendo los temas. Puede ser una ciudad, una persona, una flor, un jardín… ¡pueden ser tantas cosas! Una habitación, según la luz o según qué esté ocurriendo en la habitación. Son una inmensidad de sugerencias. Pues yo, con ponerlo en marcha… Pienso que a lo mejor en estos años mi trabajo va a ser la obra empezada», afirma, y sonríe.
«El concepto del tiempo que yo tengo, que es muy bueno para ver las cosas, es malo para hacer un seguimiento, no lo puedo hacer. Si me dicen ‘el año que viene’…, yo antes decía ‘pues lo sigo el año que viene’. Pero ahora, el año que viene, ¡madre mía, el año que viene!, ¿eso qué es? Yo empiezo las cosas, las empiezo con una ilusión enorme y, si puedo, sigo porque mi ideal es que queden completas».
Reflexiones sobre el arte, sus dudas de juventud, su tío pintor…
Antonio López, que en el año 2022 fue galardonado con el Premio Extraordinario Excelentes ENCLM que concede encastillalamancha.es, ha sido el invitado en una tertulia en Madrid en torno a él y su obra, organizada por Ateneos21. Ha hablado de sus inicios en la pintura, de su concepción del arte, de su tío el también pintor Antonio López Torres, de sus dudas de juventud, del año en que no pintó nada porque lo intentaba pero no se le salía nada, de la vida…
Para un artista, dice, es muy importante que lo que está pintando no cambie. «Que el tema no cambie, que la niña no crezca, que la flor no se marchite, que a la ciudad no le pase no se qué… Que el natural siga mucho tiempo, todo el tiempo que necesites. Yo sé lo que es eso, porque lo he experimentado. Y para eso hace falta tener menos años que yo».
Comenzó a dibujar de niño en su ciudad natal, Tomelloso (Ciudad Real), copiando dibujos de láminas sin nadie que le enseñara. «Cuando tenía 11 años, en vez de ir a la calle con los amigos, yo me quedaba en casa. No me cansaba de dibujar y mi tío nunca me decía nada, me veía hacer todos esos trabajos y no me decía nada».
Su tío era el pintor realista Antonio López Torres, de quien el sobrino habla con mucho cariño. «Tuve la suerte de tener muy cerca al hermano de mi padre, mi tío Antonio. Era un pintor que no es conocido a nivel popular como puedan serlo [Rafael] Canogar o [Luis] Gordillo o [Antoni] Tàpies, pero fue un pintor maravilloso. Fue el que Dios me dejó allí y es el que convenció a mi familia para que estudiara Bellas Artes«.
«Pensé que el arte era una cosa muy sencilla, con lo complicado que es»
En el verano de 1949, cuando tenía 13 años, su tío le dijo que los dibujos que copiaba no eran buenos, que tenía que pintar del natural y no copiar otros dibujos. «Ahí empezó todo. Me colocó un bodegoncito y me sorprendió lo fácil que me resultaba dibujar; pensé que el arte era una cosa muy sencilla, con lo complicado que es».
Ese verano, tío y sobrino pintaron a la vez un bodegón cada uno, el mismo. El tío vio que su sobrino valía para la pintura. «Yo veía hablar a mi padre y mi tío, notaba que estaban hablando de mí, no me preguntaban nunca nada, si quería, si no quería. Y decidieron que tenía que ser pintor. Mi tío convenció a mi padre y en octubre me trajeron a Madrid para preparar el ingreso en la Escuela de Bellas Artes. Ingresé a los 14 años, uno de los más jóvenes, y acabé a los 19».
Antonio López dice que es arriesgado empezar tan joven en la escuela de Bellas Artes, aunque ya sepas a temprana edad que te gusta pintar. Pero entonces se podía entrar porque no eran estudios universitarios y no exigían el examen de selectividad. Él no tenía ni siquiera los estudios de Bachillerato, hizo el dibujo de una estatua que le pidieron como prueba de ingreso, les gustó y le admitieron.
Dos años después entendió que pintar bien no era copiar bien, como él creía hasta entonces, sino que tenía que pintar bien sin copiar de una lámina. «Y ahí empezó todo y ahí seguimos. Yo sigo trabajando, tengo 89 años y me encuentro muy bien. Estar en el mundo del arte, pintar, dedicar mi vida a la pintura y, sobre todo, aprender».
«La pintura no es un grifo que le das y sale el agua, hay algo inexplicable»
Confiesa que pasó por momentos de muchas dudas y «una angustia horrorosa», porque era consciente de que copiar otros dibujos no era el camino, pero no sabía lo que tenía que hacer y nadie se lo decía. Eso le ocurrió en el año 1952. «Yo pensaba que había llegado al final sin haber empezado», afirma. Y vuelve a reír. «Pensaba que la pintura no es un grifo que le das y sale el agua, aquí hay algo inexplicable que hace que salga o no salga el cuadro».
Había visto obras de Picasso, Dalí y otros pintores, tenía una idea de lo que era el arte moderno y pensó que eso es lo que él tenía que aprender primero. «Y después viene el Museo del Prado, que yo no entendía», afirma, sonriendo de nuevo. «Veía a Velázquez, Goya, Rubens, Tiziano y yo no sacaba nada de ahí, lo veía muy lejano, muy oscuro. Yo no veía la realidad como la pintaban ellos». Años después se dio cuenta del gran valor que tiene la obra de esos pintores, y en la tertulia en Madrid los elogió mucho.
La decepción de Italia
En el año 1955, cuando acabó los estudios en la Escuela de Bellas Artes, se fue con una beca a Italia, pero pronto se sintió decepcionado y se cansó del que hasta entonces era «el país soñado para nosotros los artistas». «Cuando toda Europa estaba pintando fantasías, Venus, hermoseando la realidad porque les parecía grosera, a los españoles la realidad les parecía interesante. La grandeza del arte español era que tenía una capacidad para entender y emocionarse con el mundo real».
El pintor de Tomelloso afirma que la conjunción del arte antiguo con el arte moderno fue su guía para entender que en su obra debía contar el mundo real. «Cuando te pasa eso y te colocas en una calle y sientes una gran emoción al mirarla a cierta hora, o ves a una persona o una flor o a un niño y sientes emoción, notas que puedes pintarlo. Todo eso me ayudó más que el Museo del Prado«.
Cuando visitó ese museo le costó mucho entender la pintura española. «Entendí mucho antes la pintura fracesa, la italiana, los griegos, los egipcios, el mundo entero me resutó más fácil que lo español. Pero ahora lo español me resulta fantástico. Velázquez, Goya, pintores actuales que son muy buenos. Aquí se hace muy buena pintura».
«El arte es un oficio de riesgo, pero muy hermoso»
«Lo del arte es una cosa muy complicada y hay que echarle mucho coraje, mucha emoción y mucha generosidad; y ver qué pasa. Entregar tu vida a eso y que sea lo que Dios quiera». «El arte es un oficio de riesgo, como las buenas profesiones, pero muy hermoso». «El arte es un mundo fantástico, porque es un mundo que mejora al que lo hace y mejora también al espectador, el arte bueno siempre ha sido así», añade.
«En el cuadro pones algo misterioso, enigmático, indescriptible, no hay palabras para explicarlo. Eso es lo que justifica todo, que hayas tragado humo y hayas hecho todo ese esfuerzo. Has recogido algo distinto a lo que pueda recoger el escritor o el cineasta o cualquier otro medio. Si no ves eso, no hay nada que hacer. Tienes que ver el sentido de la pintura».
Antonio López recuerda que cuando él empezó a dedicarse a la pintura, en el año 1949, todavía era casi la posguerra después de la dictadura de Franco. «La modernidad que hubo en la República con [Federico García] Lorca y la generación del 27 fue algo deslumbrador y había sido destruida: o los habían matado o se habían exilado, no existían. Pero no solamente destruyeron al 27, destruyeron al 98, lo hicieron polvo, destruyeron la cultura. La muerte de Lorca fue algo muy llamativo, pero echaron abajo todo lo que pudieron. Pero también lo hizo Rusia, y también lo ha hecho Fidel Castro, es que es terrible».
¿Y qué opina de la pintura contemporánea, de ARCO, una de las ferias de arte más importantes del mundo? «Está muy bien. Mira, si yo tuviera un hijo y quisiera pintar, le pondría en el sitio más moderno de todos, empezar por lo más moderno, nunca hay que tener miedo. ¿Cuál es el sitio más moderno, Berlín? Pues a Berlín. ¿En qué estudio es donde enseñan lo ultimísimo? Pues allí. Entérate de lo que está pasando en tu momento y luego vete a El Prado, mucho después».
Tras más de una hora de responder al moderador de la tertulia, Antonio López no mostró ningún síntoma de cansancio y se dispuso a contestar las preguntas de los asistentes. «Si queréis, preguntad. Si no, seguimos hablando nosotros que tenemos mucho que decir», dijo para animar a que le preguntaran.
Después llegó la cena, otra hora larga en la que continuó contestando a las preguntas de quienes compartieron mesa con él y siguió hablando de pintura, de arte, de la vida. Antes de marcharse, se cubrió a cabeza con un colorido gorro de lana. En la calle lloviznaba.

Antonio López, justo antes de abandonar el encuentro.