Los partidos mayoritarios, PP y PSOE, descalifican a los emergentes, Podemos y Ciudadanos, a los que presentan como inexpertos y/o aventureros, en el mejor de los casos. En fin, los lectores conocen de sobra la variedad de calificativos que emplean entre ellos. Pero al tiempo que les denostan, han tomado nota de sus formas, de la manera y los caminos por los que han despertado la curiosidad y los votos de una buena parte del electorado. Y es que los nuevos se han comido una buena porción de la tarta electoral de la clase media que antes se repartían sin competencia Partido Popular y Partido Socialista.
El PSOE, desalojado abruptamente del poder en las convocatorias municipales, autonómicas y generales de 2011 empezó antes, aunque tarde, a tomar medidas. La elección de un secretario general alejado del aparato y contra pronóstico de éste, Pedro Sánchez, aceleró el cambio de fondo y formas. En el fondo, un mayor acento social; en las formas, menos corbata y menos coche oficial, símbolos por sí mismos del alejamiento por enclaustramiento que suele conllevar el ejercicio del poder.
El PP va más lento, mucho más, seguramente porque una buena parte de su bases no son tan exigentes con las novedades. También porque su jefe de filas, Mariano Rajoy, es el principal exponente que queda en la política española de las antiguas formas. Sin embargo, en el PP saben que si quieren seguir siendo un partido mayoritario no pueden renunciar a los votantes que sí les exigen cambios en las formas y en el fondo. Y están en ese tira y afloja.
Nuevos o viejos, permanentes o emergentes, a todos les hará falta algo más que quitarse la corbata para conectar o mantener la conexión con la sociedad. Incluso los partidos que no van a gobernar plazas importantes, como Ciudadanos, serán observados con lupa en su comportamiento, porque ser la llave en muchos ayuntamientos y algunas comunidades autónomas es también una forma de tener poder y no está exenta de sus riesgos, aunque vengan ralentizados y sean menos llamativos que en quienes llevan la vara de mando a la vista.
He escrito más de una vez que el poder ejerce sobre los sentidos de sus criaturas un efecto adormidera. Atasca el oído, nubla la vista, disminuye el olfato, destruye el tacto y reduce el gusto. Que el efecto adormidera de los sentidos sea atrofia total es solo cuestión de tiempo en muchos casos.
Téngalo en cuenta los nuevos gobernantes y los árbitros debutantes que han apoyado investiduras de uno u otro color. Hace falta mucho más que quitarse la corbata para estar cerca de la gente, que no es más que conocer sus problemas y tratar de resolverlos a base de escucharlos directamente y no solo a través de encuestas.
Recuerden, por muy alto que sea el pedestal en el que los votos les hayan subido, que la peana es temporal y que siguen siendo simplemente hombres y mujeres aunque durante un tiempo lleven por delante de su nombre palabras como presidente, alcalde, concejal o llave de la gobernabilidad.
Nada que objetar a la actualización de las formas, ¡todo lo contario! Pero no confundan la parte con el todo, la apariencia con la realidad. Hace falta mucho más que quitarse la corbata para mantener los pies sobre la tierra, para ser normal en vez de tratar de parecerlo. Lo primero es una actitud, lo segundo una pose, por muy actual que resulte. El hábito no hace al monje, aunque ayude a situarlo en una u otra orden.