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Deportes 04/08/2015junio 8th, 2017

Cuatro espeleólogos españoles, dirigidos en la parte deportiva de la expedición por el sargento de bomberos de Toledo Carlos Flores García, han iniciado ya el descenso de la sima de la Torca del Cerro, considerada como una de las cuevas más peligrosas y difíciles del mundo.

La Torca del Cerro es estrecho agujero de 1.600 metros situado en pleno corazón de los Picos de Europa, en la que no ha entrado nadie desde hace 10 años.


Unos cuatro días con sus tres noches se precisarán para llegar hasta el fondo de esta sima, salpicada de cascadas y atravesada por un río caudaloso, en la que se instalarán una docena de sensores que servirán para estudiar durante un año la correlación de emisiones de gases y temperatura con los terremotos y movimientos sísmicos.

Para conseguirlo será preciso el trabajo de medio centenar de espeleólogos, geólogos y científicos que darán forma a un proyecto que se prolongará durante dos meses y en el que participan voluntarios de todo el país e investigadores del Instituto Geológico y Minero de España (IGME).

«Es una inmensa locura», ha declarado a EFE Carlos Flores García, sargento de bomberos de Toledo, que dirige la parte deportiva de esta expedición, en la que el proyecto científica depende del geólogo y experto en terremotos, Raúl Pérez López, investigador del IGME.

Ambos van de la mano desde que hace tres años Flores García decidió poner en práctica su ilusión de llegar a los picos más altos y las cuevas más profundas de todas las comunidades autónomas.

«17 picos + 17 simas» es el nombre que este salmantino de Béjar ha dado a un proyecto que está a punto de culminar, ya que sólo tiene pendiente Navarra y Asturias, donde quiere hacer cumbre, por la cara norte, en Torrecerredo a principios de septiembre, mes en el que también llegará al fondo de la sima de la Torca del Cerro.

«Asturias quería dejarla para el final, porque la cueva es la más complicada del proyecto y una de las tres más difíciles del mundo», ha señalado este apasionado de la montaña de 40 años, bombero desde hace 15, casado y padre de dos niñas pequeñas.

En ella instalarán sensores que a lo largo de un año tomarán muestras del interior de la cueva, las cuales servirán para comparar las mediciones de gases y temperaturas en simas no afectadas por terremotos con las de simas relacionadas con zonas sismogénicas.

Estos sensores ya han estado instalados un año en la sima de La Cornisa, una cavidad de 1.507 metros de profundidad situada en la vertiente leonesa de los Picos de Europa.

Tres días acaba de pasar Flores García en su interior para recuperar esos dispositivos y el material utilizado para su descenso, una carga de 500 kilos que ha sido transportada en helicóptero desde la parte leonesa hasta la sima asturiana.

Allí, Flores y otros tres espeleólogos iniciaron el pasado sábado el descenso al interior de la cavidad, donde hicieron un desnivel de unos 200 metros y aseguraron la escalada de 98 metros.

Mañana entrará en la cueva un segundo equipo que se encargará de hacer el descenso hasta los 500 metros, poner los dos primeros sensores de gases e instalar uno de los tres vivac que están previsto situar a lo largo del descenso.

Se trata de una especie de tienda de campaña, gas y esterillas para descansar, «aunque es muy difícil dormir, porque hay mucha humedad, filtraciones de agua y cuatro o cinco grados de temperatura».

A partir del 14 de agosto, otro equipo se encargará de bajar a 750 metros y montar allí otro vivac, al igual que se intentará hacer a 1.300 metros con el objetivo puesto en hacer punta antes del 20 de septiembre.

Unos 800 kilos de material y unos 2.500 metros de cuerda semiestática y de progresión se instalarán a lo largo de estas semanas en las que «científicos y deportistas van de la mano en una actividad tan brutal».

«La Torca del Cerro del Cuevón está todavía por explorar y hay muchas incógnitas», ha asegurado este experto, que afronta «con ganas e ilusión» el reto de una sima que es «como una fábrica de sueños en la que cada uno se pone sus límites físicos y psíquicos, porque no hay mucha gente que pueda bajar más de 1.000 metros».

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