Por muchas alambradas, muros o vallas sembradas de cuchillas que algunos gobiernos instalen en sus fronteras para impedir la entrada masiva de inmigrantes sin documentación, no lo van a evitar. Cuando alguien huye de la guerra o del hambre no hay barrera que le frene, ni por tierra ni por mar, aunque sepa que tiene muchas posibilidades de dejarse la vida en el intento.
En España sabemos mucho del drama de la inmigración, porque lo vivimos desde hace años con las habituales avalanchas de ciudadanos de países subsaharianos que intentan entrar en Ceuta y Melilla, por la frontera con Marruecos, y con la llegada de pateras hasta nuestras costas mediterráneas.
A Italia también llegan decenas de miles de inmigrantes -sobre todo a la isla de Lampedusa- desde el norte de África, muchos de los cuales han muerto asfixiados en las bodegas de los viejos barcos -donde viajan hacinados, porque las mafias les cobran menos dinero que en la cubierta- o ahogados en el mar. Grecia es otra de las puertas de entrada a Europa, por su cercanía a los países con conflictos bélicos.
HUYEN DE LA GUERRA Y DEL HAMBRE
Últimamente este problema está afectando con intensidad a los países del centro de Europa, que ven cómo cada día entran en sus territorios miles y miles de sirios, y también de ciudadanos procedentes de Irak, Afganistán y Pakistán. Huyen de la guerra y del hambre y llegan hambrientos y con sed, adultos, niños y familias con bebés, después de atravesar Turquía, Croacia, Serbia, Hungría y, si tienen suerte, entran en Alemania, donde muchos quieren quedarse y otros instalarse allí hasta poder viajar a Diamarca, Suecia, Francia, Reino Unido u otros países donde ya vive algun familiar suyo.
Durante mucho tiempo, los países del norte y del centro de Europa han mirado este drama humano de reojo, como si se tratara de un problema exclusivo de los países a los que llegan esos inmigrantes y no de algo que afecta a toda la Unión Europea. La UE ha puesto en marcha algunas medidas, pero insuficientes. Ahora, cuando lo sienten en carne propia, parece que empiezan a darse cuenta de la magnitud de la tragedia y empiezan a buscar soluciones más eficaces. Ojalá sea así.
No se puede negar algo que es evidente: la llegada masiva de inmigrantes sin documentación a un país o a una isla es un problema muy serio, sobre todo para territorios pequeños donde no hay infraestructuras ni medios para atenderlos. Pero no se puede negar, tampoco, otra realidad: esos inmigrantes son personas y deben ser atendidos en sus necesidades básicas -alimentación, atención sanitaria, educación…-, tengan o no sus papeles en regla.
LA ASISTENCIA SANITARIA
En España, los inmigrantes recibían la atención sanitaria que necesitaran, como es lógico, pero eso dio pie a que se cometieran abusos. El más habitual consistía en que un familiar de un inmigrante residente aquí venía a nuestro país para visitarle y aprovechaba para ser intervenido quirurgicamente, de manera gratuita, de cataratas, implante de una prótesis o un marcapasos o cualquier otra operación. Además, se practicaba mucho el llamado turismo sanitario: extranjeros de países europeos con una situación económica desahogada, sobre todo jubilados, llegaban a España en viajes organizados para someterse a una intervención médica a un costo mucho más reducido que en su país o incluso de manera gratuita si utilizaban determinada picaresca.
En 2012, para impedir esos abusos, el Gobierno que preside Mariano Rajoy decidió que la Sanidad pública española iba a cobrar por prestar esos servicios, algo que está bien. También acordó que los inmigrantes sin documentación no recibirían asistencia sanitaria, salvo en excepciones como las embarazadas, algo que está muy mal.
Ahora, porque estamos en precampaña electoral, Rajoy ha rectificado y ha anunciado que todos los inmigrantes recibiran la atención santaria que necesiten. El ministro de Sanidad, Alfonso Alonso, ha dicho que para ello tendrán que inscribirse previamente en un registro oficial, lo que ha provocado numerosas críticas de organizaciones no gubernamentales que se dedican a la inmigración, e incluso de algunos dirigentes regionales del PP. Porque, ¿alguien cree que un extranjero sin documentación, que ha entrado irregularmente en España y sabe que puede ser expulsado, va a acudir a un centro oficial para decir que es un inmigrante sin papeles y que se inscribe para ser operado de cataratas?
La inmigración es un problema serio, tanto en España como en Europa, y requiere soluciones serias. No sirven medidas improvisadas por intereses electoralistas sino decisiones serenas y consensuadas, para hacer posible que los inmigrantes reciban la atención que corresponde a cualquier persona, tenga o no sus documentos legalizados y, al mismo tiempo, para evitar los abusos que hasta ahora se han venido produciendo.